A orillas del río Piedra me senté y lloré (libro)
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A orillas del río Piedra me senté y lloré. Novela escrita por el brasileño Paulo Coelho. El tema principal es el amor de pareja y las complicaciones que se deben pasar junto al ser amado. Además trata del temor, del sufrimiento y el rechazo al no ser un amor correspondido o al no ser mutuo.
Resumen
En toda historia de amor siempre hay algo que acerca a la eternidad y a la esencia de la vida, porque las historias de amor encierran en sí todos los secretos del mundo.
Pero ¿qué ocurre cuando la timidez sacrifica un amor adolescente? ¿Y qué sucede cuando, al cabo de los años, el destino hace que una mujer reencuentre a su amado?. A ella, la vida le ha enseñado a ser fuerte y a dominar sus sentimientos, a él, que posee el don de la curación, la religión le ha servido como refugio de sus conflictos interiores, pero a ambos les une un solo deseo: el de cumplir sus sueños. El camino que habrán de recorrer es escabroso y el sentimiento de culpa un obstáculo casi insalvable. Pero será a orillas del río Piedra, en un pueblecito del Pirineo, donde ambos descubrirán su propia verdad.
Es una novela fascinante y tierna, que con una prosa poética y transparente nos sumerge de lleno en los misterios últimos de la vida y el amor. Como dijo Kenzaburo Oe (Premio Nobel de Literatura en el año (1994), Paulo Coelho conoce los secretos de la alquimia literaria.
Acerca de este libro
Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río, las hojas, los insectos, las plumas de las aves, se transforman en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí. En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que, lejos de mis ojos y de mi corazón, todas esas aguas se confunden con el mar.
Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el monasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos. Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi instante mágico, de aquel momento en el que un «sí» o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia. Parece que no sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura y tenía que descansar continuamente.
— Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos — decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo y nos vuelve más jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿Cómo no recordar aquellos momentos?, por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos, para que, cuando acabara de contarme a mí misma esta historia, pudiese jugar en el Piedra, eso me había dicho la mujer que me acogió. Así —recordando las palabras de una santa— las aguas apagarían lo que el fuego escribió. Todas las historias de amor son iguales.
Habíamos pasado la infancia y la adolescencia juntos. Él se fue, como todos los muchachos de las ciudades pequeñas. Dijo que quería conocer el mundo, que sus sueños iban más allá de los campos de Soria. Estuve algunos años sin noticias. De vez en cuando, recibía alguna carta, pero eso era todo, porque él nunca volvió a los bosques y a las calles de nuestra infancia.
Cuando terminé los estudios, me mudé a Zaragoza y descubrí que él tenía razón. Soria era una ciudad pequeña y su único poeta famoso había dicho que se hace camino al andar. Entré en la facultad y encontré novio. Comencé a estudiar para unas oposiciones que no se celebraron nunca. Trabajé como dependienta, me pagué los estudios, me suspendieron en las oposiciones, rompí con mi novio.
Sus cartas, mientras tanto, empezaron a llegar con más frecuencia, y al ver los sellos de diversos países sentía envidia. Él era mi más viejo amigo, que lo sabía todo, recorría el mundo, se dejaba crecer las alas mientras yo trataba de echar raíces.
De un día para otro, sus cartas empezaron a hablar de Dios y venían siempre de un mismo lugar de Francia. En una de ellas, manifestaba su deseo de entrar en un seminario y dedicar su vida a la oración. Yo le contesté, pidiéndole que esperase un poco, que viviese un poco más su libertad antes de comprometerse con algo tan serio.
Al releer mi carta, decidí romperla: ¿Quién era yo para hablar de libertad o de compromiso?. Él sabía de esas cosas, y yo no. Un día supe que estaba dando conferencias, me sorprendió, porque era demasiado joven para ponerse a enseñar nada. Pero hace dos semanas me mandó una carta diciendo que iría a Madrid y que deseaba contar con mi presencia.
Viajé durante cuatro horas, de Zaragoza a Madrid, porque quería volver a verlo, escucharlo, sentarme con él en un bar y recordar los tiempos en que jugábamos juntos y creíamos que el mundo era tan grande que no se podía recorrer.
Índice
- Notas del Autor.
- Sábado, 4 de diciembre de 1993 .
- Domingo, 5 de diciembre de 1993.
- Lunes, 6 de diciembre de 1993.
- Martes, 7 de diciembre de 1993.
- Miércoles, 8 de diciembre de 1993.
- Jueves, 9 de diciembre de 1993.
- Viernes, 10 de diciembre de 1993.
- Epílogo.
- Índice.
Fuente
- Coelho, Paulo. A Orillas del Río Piedra me senté y lloré. Editorial Planeta, S.A. : Brasil, 2002.