Felipe C. Hartmann
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Felipe C. Hartmann (Baracoa, 26 de marzo de 1827 - Santiago de Cuba, 6 de junio de 1899) fue un médico cubano, conocido en Guantánamo y en Santiago de Cuba como «el médico de los pobres». Se dedicó a la pintura, sus cuadros reflejan las primeras estampas del poblado de Santa Catalina de Guantánamo, además de las tertulias literarias y musicales que organizaba junto a un grupo de amigos.[1]
Síntesis biográfica
Se graduó de doctor en Medicina en Estados Unidos en 1849, laboró en hospitales de México, Francia y España.[2]
De regreso a Cuba comenzó a trabajar en la Universidad de La Habana, pero tuvo un encontronazo con la directiva universitaria, y descontento con el sistema educacional imperante, se traslada a Guantánamo, donde se dedica a recorrer durante quince años los cafetales e ingenios para atender a los esclavos, posesiones en las que observaba la precaria situación sanitaria, adoptaba medidas y denunciaba las violaciones contempladas en los reglamentos, razones por las cuales fue conocido en Guantánamo y en Santiago de Cuba como el médico de los pobres.[2]
Hartmann demostró, además, gran interés por la superación y fue el primero en realizar en Barajagua (una aldea a 93 km al norte de Santiago de Cuba) operaciones de fibromas de útero y quistes ováricos por laparotomía.[1]
En la Guerra Necesaria (1895-1898) atendió a los mambises heridos.[2]
Este notable médico se dedicó a la pintura. Sus cuadros reflejan las primeras estampas del poblado de Santa Catalina de Guantánamo. Su vivienda, sita en la calle Concha, se destacaba por la colección de lienzos, además de las tertulias literarias y musicales que organizaba junto a un grupo de amigos.
De su matrimonio con la argentina Catalina Carman-Ferreira nacieron en Baracoa tres hijos: Luis Felipe, Isabel Adela, y Juana Josefa Malvina.[2] Al morir en Santiago de Cuba en 1899, todo el pueblo se unió al sepelio, cuyo homenaje postumo en la capital de Oriente, reuniendose el ayuntamiento y dandole su nombre a una de sus principales calles.[2]
Fuentes
- ↑ 1,0 1,1 1,2 1,3 «The Agusti-Whilton Family: Information about Don Felipe (Philip) Jacob Hartmann y Miller», artículo en inglés publicado en el sitio web Genealogy.
Felipe Carlos, que con el tiempo tanto prestigio iba a darle a su apellido, nació el 26 de marzo de 1827 y con fecha posterior el 18 de mayo de 1849 para acreditar su nacionalidad su partida de nacimiento se notifica justificada judicialmente y en virtud de comisión conferida al presbítero Nicolás Pérez y Fernández, quien estampa la misma en el libro Suplemento de Blancos, presentes los testigos Don Francisco Urgelles y Don Juan Negromuseno y Zamora.
Cursó Humanidades en la ciudad de Hamburgo (Alemania) y se trasladó a los Estados Unidos, donde se casó con Catalina Carmen [sic, por Carman] Ferreira, natural de Buenos Aires (Argentina), de una familia de alta posición económica. Se recibió de médico en la Universidad de Pennsylvania en abril de 1849, obteniendo la reválida en la Universidad de La Habana y ejerciendo brillantemente en Santiago de Cuba.
En 1850, cuando la terrible epidemia de cólera diezmaba la poblacion de Baracoa, pasó a su pueblo natal sofocando los numerosos brotes de mortandad. El doctor "Arteman" no cesó un momento de hacer el bien, ganándose el cariño de los baracoenses. El 9 de enero de 1850 fallece en Baracoa su padre, don Felipe Hartmann y Miller (1770-1850) a los 80 años, dejándolo en poder de bienes gananciales.
Gran médico clínico, hombre humano y afable, por su personalidad y distinción supo captarse una clientela numerosa en Santiago de Cuba.
De su matrimonio nacieron en Baracoa tres hijos: Luis Felipe, Isabel Adela, y Juana Josefa Malvina.
Al morir en Santiago de Cuba sobre 1912, todo el pueblo se unió al sepelio, cuyo homenaje postumo en la capital de Oriente, reuniéndose el ayuntamiento y dándole su nombre a una de sus principales calles.
More About Don Felipe (Philip) Jacob Hartmann y Miller and Catalina (Catherine) Geyer Bossard:
Marriage: ca. 1803, Baracoa, Oriente, Cuba.
Children of Don Felipe (Philip) Jacob Hartmann y Miller and Catalina (Catherine) Geyer Bossard are:
Juan Jacobo Hartman Geyer, b. 31 Oct 1811, Baracoa, Oriente, Cuba, d. 13 Apr 1892, Philadelphia, PA, USA.
Matilde Catalina Hartman Geyer, b. 14 Oct 1816, Baracoa, Oriente, Cuba, d. 09 Dec 1881, Philadelphia, PA.
+Carolina Margarita Hartman Geyer, b. Aft. 1819, Baracoa, Oriente, Cuba, d. 18 Dec 1894, Philadelphia, PA, USA.
+Felipe Carlos Hartmann Geyer, b. 26 Mar 1827, Baracoa, Oriente, Cuba, d. 06 Jun 1899, Santiago de Cuba, Cuba.
b. 26 Mar 1827, Baracoa, Oriente, Cuba, d. 06 Jun 1899, Santiago de Cuba, Cuba - ↑ 2,0 2,1 2,2 2,3 2,4 DiStefano, Joseph N. (2012): «Alumni voices: A tale of two forbears. Two 19th-century brothers, raised on their family’s slave-worked plantation, left Penn for very different destinies», artículo en inglés publicado en mayo-junio de 2012 en la revista Penn Gazette (Universidad de Pensilvania).
[...] Incluye a los hermanos John y Philip Hartmann, cuyos padres, ciudadanos estadounidenses y propietarios de plantaciones de café en Baracoa (Cuba), los enviaron a la Universiddad de Pennsilvania antes de la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), cuando la universidad todavía estaba ubicada en las calles 9 y Chestnut en el centro de la ciudad. Felipe es mi antepasado, han pasado cinco generaciones.
Los hermanos dejaron Penn por carreras muy diferentes.
John Jacob Hartmann (1828-1831) (quien a veces hispanizaba su nombre a Juan Santiago) se graduó y se dirigió a Cuba para ayudar a su padre a administrar sus granjas llenas de esclavos. Baracoa ―situada en una bahía que Cristóbal Colón había elogiado por su belleza― era un puerto aislado, una vez favorecido por piratas marítimos y luego por plantadores extranjeros como los padres de John, que utilizaban africanos esclavizados para trabajar sus campos de cultivos de exportación de lujo: café, cacao y azúcar. Uno de los tíos de John había sido alcalde de Filadelfia y la familia mantenía sus útiles conexiones. En 1843, Daniel Webster (secretario de Estado de la Unión) nombró a John Harmann cónsul estadounidense de la ciudad.
Después de la muerte de su padre en 1850, John y la familia abandonaron Baracoa. El comercio del puerto había caído con el precio del café. El cólera asesino se extendió ese verano. El historiador de Baracoa, Alejandro Hartmann Matos, un primo lejano a través de Haití (es complicado), cuenta que en esta coyuntura los esclavos de la familia desaparecieron abruptamente de los registros eclesiásticos. Si fueron vendidos, embargados por deudas o liberados, como sostiene una rama de la familia, no lo sabemos. Hartmann Matos sospecha que fueron vendidos.
John, ahora cabeza de familia, se mudó a Filadelfia con su madre, hermanas y cuñado. Entró en el negocio de las importaciones de puros cubanos, y vivió como patriarca soltero del clan en una gran casa en Vine Street. Sirvió en la Junta de Comercio y la Junta de Educación de la ciudad, y como oficial del club Union League, que respaldó al victorioso Norte en la Guerra Civil. Murió en 1892 y dejó 140.000 dólares [3,9984 millones de dólares de 2020], principalmente a los hijos de su hermana.
Si su padre había elegido a Penn para preparar a John para la transición de un esclavista colonial de dos puños a un comerciante republicano de mentalidad cívica, la carrera del hijo hizo que la matrícula pareciera dinero bien gastado.
Pero, entonces, ¿cómo podemos explicar la carrera tan diferente de su hermano menor?
Philip Charles (Felipe Carlos) Hartmann (1849) estudió en la Facultad de Medicina de Penn con Dr. William Horner, pionero anatomista y defensor de la salud pública. Philip escribió una tesis titulada Heridas de bala, regresó a Cuba después de graduarse y se convirtió en cubano nativo. En lugar de unirse a su hermano y al resto del clan en Filadelfia, se casó con una descendiente de otra familia hispánica afincada en Filadelfia ―Isabel Carman (de Buenos Aires)―; luego construyó su práctica y crio a su gran familia, primero en los campos de plantaciones alrededor de la villa de Guantánamo hacia el sur de Baracoa, y luego en Santiago de Cuba, a 879 km al este-sureste de La Habana.
La práctica de Philip fue más allá de los plantadores. Como jefe de la sociedad médica local, trató a pacientes de todas las clases, incluso curó a rebeldes heridos que desafiaban al gobierno militar español. Hizo campaña por el agua potable de la ciudad, contra el poder temporal de la Iglesia, y presionó al novelista y humanista francés Víctor Hugó y al expresidente Ulysses S. Grant para que respaldaran la causa de la independencia cubana. Según su amigo Emilio Bacardí Moreau (destilador de ron y alcalde de Santiago), Hartmann se rió de los colonos de Guantánamo descendientes de franceses que lamentaban estar «arruinados» por la pérdida de sus esclavos fugitivos en la larga lucha por la independencia: les cantó La marsellesa y el Ça Ira. ¡Estos están haciendo lo mismo que hicieron ustedes!».
Philip se negó a ser un caballero de Filadelfia, pero no abandonó la ciudad por completo. Envió a sus hijos e hijas a las escuelas de allí, y su libro de recetas escritas a mano de la década de 1880, con tintas de colores y plomo mezclando inglés, francés y español, enumeró más de 200 remedios para afecciones que van desde fiebres y tumores hasta dolencias sexuales y pediátricas. Utilizaba quinina y yuca, opio y cáñamo, fósforo y nitrato de plata, y todo el jardín de hierbas homeopático transatlántico. Sus notas citan a farmacéuticos de Filadelfia y artículos en revistas médicas de Filadelfia. Mi abuelo dijo que Philip se los llevó a su casa en Santiago para leer a la luz de las velas.
Se supone que Philip fue un cirujano innovador. Un artículo sobre Philip en la EcuRed (la enciclopedia cubna estatal en línea) de dos historiadores de Guantánamo dice que él fue el primero en la isla en operar quistes ováricos. Un artículo de Philip que se publicó en 1888 en una revista médica de California, es una acusación eficaz y condenatoria de la actuación de las autoridades coloniales españolas en la epidemia de viruela de Santiago del año anterior. Documenta la falta de drenaje sanitario de la ciudad, la negligencia por parte del gobierno español de la población de mayoría negra, el fracaso del gobernador en vacunar a los pobres y aislar el primer caso de viruela, o cualquier otro, a pesar de la insistencia de Felipe, y la aparente propagación de la enfermedad a través de aguas residuales drenadas de un hospital a «un callejón habitado principalmente por personas de color». El resultado fatal: «En el mes de junio murieron 206; en julio de 364... En cambio en la parte de la ciudad habitada por las clases más ricas y mejor educadas, no hubo un solo caso».
Su nieta y asistente Katie Woodcock Hartmann era una joven rubia de 17 años cuando la Marina de los Estados Unidos bombardeó Santiago durante la guerra hispano-cubano-estadounidense de 1898. Un relato de un testigo presencial del periodista Joaquín Navarro y Riera la muestra en medio de la evacuación de refugiados liderando a los blancos. Llevó a Felipe en un carro de caballos a las líneas guerrilleras hacia su prometido, un capitán del Ejército Libertador liderado por el general rebelde Calixto García.
Cuando Felipe murió al año siguiente, luego de la victoria de la rebelión, fue honrado con una procesión pública y enterrado cerca de la tumba del patriota cubano José Martí. Una de las avenidas centrales de Santiago de Cuba pasó a llamarse calle Hartmann. Su tumba y su modesto despacho siguen siendo puntos de peregrinaje médico. Bacardí escribió un largo panegírico elogiándolo como médico democrático que mostró «la misma diligencia ante el sufrimiento físico y moral tanto del esclavo como del amo», y como un hombre «idolatrado por los oprimidos».
El efusivo informe de la muerte de Philip de la Sociedad General de Antiguos Alumnos de la Universidad de Pensilvania (ahora llamada Penn Alumni) dice que la caridad de Hartmann «no conocía límites, y que lo llamaban “el Médico de los Pobres”. [...] La cuestión del dinero nunca pasó por su mente, e incluso los ricos tuvieron dificultades para que les extendiera una factura. Murió pobre, pero su muerte fue muy lamentada».
¿Qué aprendieron los Hartmann en la Universidad Penn? John era miembro de la Philomathean Society, que en esos días se enfocaba en los clásicos griegos y latinos, ejemplos antiguos de hombres que formaban y ejecutaban ideas morales y prácticas y las usaban para administrar personas y propiedades. Para nosotros, estas viejas ideas de libertad y comunidad parecen incompatibles con la esclavitud; de hecho, el partido Whig que John apoyó se dividió sin remedio, en la época en que dejó Cuba, sobre este tema.
No hay evidencia de que John haya admitido alguna vez una contradicción. Había muchos hijos esclavistas del sur que regresaban de las universidades del norte con nuevos argumentos para justificar la injusticia. Si eligió Filadelfia, el comercio y el servicio cívico, en lugar de tratar de expandir la fortuna esclavista de su padre en Cuba, esa era una tendencia de la época, y quizás el camino más fácil. Dejó a sus herederos cómodos.
Me gustaría ver los orígenes de la filantropía de Philip en los valores humanos y científicos de su mentor William Horner, y creer que la Facultad de Medicina de Penn le dio las herramientas morales para darse cuenta de que su educación y su posición en la vida habían sido posibles gracias al trabajo forzoso de otros, una deuda que podría abordar sirviendo a otros.
Sin embargo, la generosidad pública de Philip llegó hasta cierto punto a expensas de sus hijos. Bacardí lo citó sobre el significado del sufrimiento humano: «Solo con el dolor crecemos y nos fortalecemos; no es posible construir sin destruir. Es el gran trabajo de la humanidad... Morir es evolucionar». ¿Cómo se pueden aplicar esos valores de sacrificio en casa? Mi madre contó una historia de cómo Philip una vez azotó públicamente a un nieto, sin detenerse a desmontar de su caballo, cuando encontró al niño jugando en la calle durante el horario escolar. Es fácil imaginar el efecto de su idealismo feroz y estándares exigentes en jóvenes que pueden haber tenido sus propios objetivos diferentes.
Ocho de los hijos de Philip llegaron a la edad adulta, pero tres de sus hijos adultos murieron antes que él, al menos dos de ellos en trágicas circunstancias tras frustraciones amorosas o profesionales. El cuarto salió de Cuba rumbo a Estados Unidos. Tres de las hijas de Philip se postularon al Senado cubano después de su muerte, pidiendo una pensión, citando su pobreza y señalando que había entregado sus recursos a Cuba, dejándolas pobres.
Con antecedentes similares, los hermanos Hartmann tomaron decisiones muy diferentes en sus vidas. Rezo para que mis hijos encuentren entre sus profesores y compañeros académicos a personas cuyas ideas y ejemplos les ayuden, no solo en sus carreras, sino en las decisiones morales que tomarán en la vida y en su capacidad para soportar las consecuencias.[...] It includes the brothers John and Philip Hartmann, whose parents, US citizens and coffee plantation owners in Baracoa, Cuba, sent them to Penn before the Civil War, when the University was still located at 9th and Chestnut streets in Center City. Philip is my ancestor, five generations gone.
The brothers left Penn for very different careers.
John Jacob Hartmann C1828 G1831 (who sometimes Hispanicized his name to Juan Santiago) took his degree and headed home to Cuba to help his father manage their slave-worked farms. Baracoa, on a bay Columbus praised for its beauty, was an isolated port, once favored by seagoing pirates and then by foreign planters like John’s parents, who used enslaved Africans to work their fields of luxury export crops: coffee, cocoa, and sugar. One of John’s uncles had been mayor of Philadelphia, and the family maintained its useful connections. In 1843 Secretary of State Daniel Webster named John the town’s US consul.
After his father’s death in 1850, John and the family left Baracoa. The port’s trade had fallen with the price of coffee. Killer cholera spread that summer. Baracoa’s historian, Alejandro Hartmann Matos—a distant cousin via Haiti (it’s complicated)—tells me the family slaves abruptly disappear from church records at this juncture. Whether they were sold, seized for debts, or freed, as one branch of the family maintains, we don’t know. Hartmann Matos suspects they were sold.
John, now head of the family, moved to Philadelphia with his mother, sisters, and brother-in-law. He went into the cigar and Cuban imports business, and lived as bachelor-patriarch of the clan in a big house on Vine Street. He served on the city Board of Trade and Board of Education, and as an officer of the Union League club, which backed the victorious North in the Civil War. He died in 1892 and left $140,000, mostly to his sister’s sons.
If his father had chosen Penn to prepare John for the transition from two-fisted colonial slavemaster to civic-minded Republican merchant, the son’s career made the tuition look like money well spent.
But how, then, can we explain his kid brother’s very different career?
Philip Charles (Felipe Carlos) Hartmann M1849 studied at Penn’s Medical School under pioneering anatomist and public-health advocate Dr. William Horner. Philip wrote a treatise titled “Gun Shot Wounds,” returned to Cuba after graduation—and went native. Instead of joining his brother and the rest of the clan back in Philadelphia, he married a descendant of another Hispanicized Philadelphia family—Isabel Carman, of Buenos Aires—then built his practice and raised their large family, first in the plantation country around Guantánamo to Baracoa’s south, and later in Santiago, 700 miles east of Havana.
Philip’s practice went beyond the planters. As head of the local medical society, he treated patients of all classes, even curing wounded rebels in defiance of the Spanish military government. He campaigned for clean city water, against the temporal power of the Church, and pressured French humanist Victor Hugo and ex-President Ulysses S. Grant to back the cause of Cuban independence. According to his friend, the rum distiller and Santiago mayor Emilio Bacardí Moreau, Hartmann laughed at French-descended Guantánamo planters who lamented being “ruined” by the loss of their runaway slaves in the long independence fight: “You sang them the ‘Marseillaise’ and the ‘Ça Ira.’ They’re doing as you did!”
Philip declined to be a Philadelphia gentleman, but he didn’t abandon the city entirely. He sent sons and daughters to schools there, and his hand-written prescriptions book from the 1880s—in colored inks and leads mixing English, French, and Spanish—listed over 200 remedies for conditions ranging from fevers and tumors, to sexual and children’s ailments. He used quinine and yuca, opium and hemp, phosphorus and silver nitrate, and the whole homeopathic trans-Atlantic herb garden. His notes cite Philadelphia pharmacists and articles in Philadelphia medical journals. My grandfather said Philip took them home to Santiago, to read by candlelight.
Philip is supposed to have been an innovative surgeon. An article on Cuba’s EcuRed (Cuba’s state-run online encyclopedia) by two Guantánamo historians says he was the first on the island to operate on ovarian cysts. An article he published in a California medical journal, in 1888, is an efficient, damning indictment of the colonial authorities in the previous year’s Santiago smallpox epidemic. He documents the city’s lack of sanitary drainage, neglect by the Spanish government of the black majority population, the governor’s failure to vaccinate the poor and isolate the first smallpox case—or any others, despite Philip’s urging—and the apparent spread of the disease via wastewater drained from a hospital into “an alley inhabited mostly by colored people.” The fatal result: “In the month of June, two hundred and six died; July, three hundred and sixty-four... In the portion of the city inhabited by the wealthier and better-educated classes, there was not a single case.”
His granddaughter and assistant Katie Woodcock Hartmann was a blond 17-year-old when the US Navy bombed Santiago during the Spanish-American War of 1898. An eyewitness account by the journalist Joaquín Navarro y Riera shows her amid the refugee evacuation leading the white-bearded Philip in a horse cart to the guerrilla lines toward her fiancé, a captain in the Liberation Army of rebel General Calixto García.
When Philip died the next year, after the victory of the rebellion, he was honored with a public procession and buried near the grave of fellow Cuban patriot José Martí. One of the central avenues in Santiago was renamed Calle Hartmann. His tomb and his modest office remain points of medical pilgrimage. Bacardí wrote a long eulogy praising him as a democratic doctor who showed “the same diligence [for] the slave in his physical and moral suffering as the master,” and as a man “idolized by the oppressed.”
Philip’s effusive death report from the General Alumni Society (now Penn Alumni) says Hartmann’s “charity knew no bounds, and that he was called ‘el Medico de los Pobres’”—the Doctor of the Poor. “The question of money never crossed his mind, and even the rich had difficulty in obtaining a bill from him. He died poor, but his death was very much regretted.”
What did the Hartmanns learn at Penn? John was a member of the Philomathean Society, which in those days focused on the Greek and Latin classics, ancient examples of men forming and executing moral and practical ideas and using them to manage people and property. To us these old ideas of liberty and community seem incompatible with slavery; indeed the Whig party John supported split beyond repair, around the time he left Cuba, on this issue.
There’s no evidence John ever admitted a contradiction. There were plenty of Southern slaveholder sons who came home from Northern colleges with new arguments for justifying injustice. If he chose Philadelphia, trade, and civic service, over trying to expand his father’s slave-based fortune in Cuba, that was a trend of the times, and perhaps the easier course. He left his heirs comfortable.
I’d like to see the origins of Philip’s philanthropy in his mentor William Horner’s humane and scientific values, and to believe that Penn Medicine gave him the moral tools to realize that his schooling and his station in life had been made possible by the forced labor of others, a debt he might address by serving others.
Yet Philip’s public generosity came to some extent at his children’s expense. Bacardí quoted him on the meaning of human suffering: “Only with pain do we grow and strengthen; it is not possible to build without destroying. It’s the great work of humanity... To die is to evolve.” How does one apply such sacrificial values at home? My mother recounted a story of how Philip once whipped a grandson publicly, without stopping to dismount from his horse, when he found the boy gambling in the street during school hours. It’s easy to imagine the effect of his ferocious idealism and demanding standards on youngsters who may have had their own, different goals.
Eight of Philip’s children reached adulthood, but three of his adult sons died before him, at least two of them in tragic circumstances after frustrations in love or career. The fourth left Cuba for the United States. Three of Philip’s daughters applied to the Cuban Senate after his death, begging a pension, citing their poverty and noting he had given his resources to Cuba, leaving them poor.
From similar backgrounds the Hartmann brothers made very different choices in their lives. I pray my children find among their professors and fellow scholars people whose ideas and examples will help them, not only in their careers, but in the moral choices they will make in life, and in their ability to bear the consequences.Joseph N. DiStefano (egresado en 1985)
escribe una columna de negocios diaria
para el diario The Philadelphia Inquirer y
el blog PhillyDeals para el sitio web Philly.com
- Sánchez Guerra, José (historiador de la provincia de Guantánamo).
- Canseco Aparicio, Gloria Margarita (especialista de la Biblioteca Polical Pineda Rustán).