Pablo IV (papa)
Papa Pablo IV | |
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Papa de la Iglesia católica | |
Consagración episcopal | 18 de septiembre de 1505 |
Predecesor | Marcelo II |
Sucesor | Pío IV |
Información personal | |
Nombre secular | Gian Pietro Carafa |
Nacimiento | 28 de junio de 1476 Carpiglia Irpina, Avellino, península italiana |
Fallecimiento | 18 de agosto de 1559 ciudad de Roma, península italiana |
Pablo IV, en latín: Paulus PP IV C. R. (Carpiglia Irpina, 28 de junio de 1476 - Roma, 18 de agosto de 1559), papa nº 223 de la Iglesia católica de 1555 a 1559. Era miembro de las más ricas familias de la aristocracia napolitana.
Sumario
Síntesis biográfica
Comienzos y formación
Nacido cerca de Benevento, el 28 de junio de 1476; elegido el 23 de mayo de 1555; murió el 18 de agosto de 1559. Los Caraffa fueron una de las más insignes familias de la nobleza mapolitana. El nombre del cardenal Oliviero Caraffa es frecuentemente mencionado en la historia de los papas durante el Renacimiento.
León X lo envió en una empresa a Inglaterra, y lo retuvo por algunos años como enviado en España. Su residencia en España sirvió para acentuar el desprecio por el régimen Español en su tierra natal lo que caracterizó su política pública durante su pontificado. Desde su niñez llevo una vida intachable.
Fue nombrado Arzobispo de Nápoles, pero debido a la desconfianza y miedo del emperador hacia él, le fue muy difícil mantener sus derechos episcopales. A pesar de todo fue muy bien instruido, y superó a muchos de sus contemporáneos en el conocimiento del Griego y el Hebreo, pero se mantuvo de manera medieval en su vida y pensamiento.
Su autor favorito fue Santo Tomás de Aquino. La poca opúscula, para la cual encontró tiempo de escribir fue de carácter Escolástico. El reorganizó la Inquisición en Italia en las líneas papales, y por una generación fue el terror de los no creyentes.
Gian Pietro Caraffa era miembro de una ilustre e influyente familia napolitana lo que le permitió iniciar desde muy joven su carrera eclesiástica, en la que sucedió a su tío Oliverio Carafa como obispo de Chieti en 1504 para posteriormente ser designado arzobispo de Brindisi en 1518, destacando en estos cargos su actuación como embajador del papa León X ante las cortes de España e Inglaterra.
En 1524, el entonces papa Clemente VII le autorizó a renunciar a sus privilegios y beneficios eclesiásticos para que ingresara en el “Oratorio del Amor Divino” de Roma, donde conocerá a San Cayetano de Thiene con quien fundará la Orden de Clérigos Regulares, popularmente conocida por los Teatinos.
En 1527, tras el Saqueo de Roma, la orden de los Teatinos es trasladada a Venecia, pero Caraffa es retenido en Roma por el papa Clemente VII quien le encomienda la tarea de participar en una comisión de nueve miembros creada para la reforma de la corte papal y que publicaría el “Consilium de emendanda Ecclesia” (Dictamen sobre la reforma de la Iglesia).
En 1536 es nombrado por el Papa Paulo III cardenal del título de San Pancracio y arzobispo de Nápoles, y se le encomienda la reorganización de la Inquisición italiana para lo cual crea la Congregación del Santo Oficio. En 1542 es nombrado Inquisidor General cargo que ocupará hasta su elección como papa. A la muerte de Marcelo II es elegido para sucederle, contra todo pronóstico, el ya octogenario Gian Pietro Caraffa.
Papado
Al siguiente mes de acceder al papado, se firma la Paz de Augsburgo, el 25 de septiembre de 1555 en la ciudad de Augsburgo en Alemania, por el cual se resolvía el conflicto religioso comenzado desde la Reforma Protestante.
Al acceder al solio pontificio, el ya dilatado concilio de Trento se encontraba paralizado, pero el recién elegido papa no hizo nada por reactivarlo, en su caso no por falta material de tiempo, como le ocurrió a su antecesor Marcelo II que sólo gobernó la Iglesia durante 22 días.
La Inquisición
Paulo IV utilizó eficazmente esta institución para reprimir las infiltraciones de luteranos y reformistas en los reinos de Italia.
En su celo, llegó a investigar incluso a miembros señalados del Colegio Cardenalicio, como al cardenal Giovanni Morone, a quien cabría el honor de oficiar durante el pontificado siguiente (Pio IV) la clausura del Concilio de Trento. Otro ilustre purpurado, el cardenal inglés Reginald Pole también fue blanco del terrible dardo pontificio: firme candidato junto con el propio Caraffa al solio papal que ahora ocupaba éste, había intervenido eficazmente en el retorno de Inglaterra a la comunión católica-romana bajo el reinado de María Tudor, pero no secundaba las inflexibles demandas del papa de restitución de los bienes de la iglesia anteriormente confiscados; fue llamado a Roma para comparecer ante la Inquisición, lo que no consintió la reina María Tudor, que interceptó el requerimiento e impidió que Pole se personase ante el tribunal religioso.
Los judíos sufrieron también el severísimo talente de gobierno de Paulo IV, que los hizo objeto de su bula Cum nimis absurdum publicada el 18 de julio de 1555 y que supuso la creación del gueto de Roma, el despojo de sus propiedades, obligándolos a llevar una señal distintiva, sombreros amarillos para los hombres y velos o mantones para las mujeres.
Relación con España
La acerva antipatía de Gian Pietro Caraffa contra España se explica por la oposición connatural a la presencia de los españoles en su Nápoles natal, sentimientos que se reafirmaron durante su estancia en la corte española como nuncio del Papa León X.
Su animadversión hacia todo lo español, representado por su rey, Carlos V, y después por Felipe II, le llevó a oponerse tenazmente a la política exterior de ambos monarcas, en un intento apasionado de expulsar a los españoles de Italia y acabar con la hegemonía europea de la Casa de Habsburgo. Pese a ello eligió como confesor a un español, el cardenal Juan Álvarez y Alva de Toledo
Emulando a Julio II en su grito de «fuera los bárbaros» y utilizando sus mismos procedimientos, Paulo IV, que no se veía a sí mismo con capacidad bélica para enfrentarse a los ejércitos españoles, apremió a Francia, con quien España acababa de firmar el tratado de paz de Vaucelles (1556), para que atacase las posesiones españolas en Italia, aprovechando que Carlos I había abdicado en su hijo Felipe II
Así pues, roto el tratado por instigación papal, Enrique II dirigió contra las posesiones hispanas en el sur de Italia un ejército al que se sumaron tropas pontificias al mando del duque de Guisa. Pero allí les esperaba prevenido el virrey de Nápoles, Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, quien al frente de un nutrido y bien adiestrado ejército español no esperó a que el enemigo llegase hasta él, sino que tomó la iniciativa y marchó hacia Roma. Batió a los franceses en todos sus encuentros ocupando diversas plazas pertenecientes a los Estados Pontificios, entra ellas la misma Anagni, dejando constancia de que la captura era circunstancial y que las retendría sólo hasta que el Papa Caraffa fuese depuesto y sustituido.
En abril de 1557 obtuvo un resonado triunfo en Civitella del Tronto donde el ejército franco-papal quedó seriamente desgastado. Su mermada fuerza se desmoronó finalmente cuando el 10 de agosto de ese año las tropas de Felipe II infligieron a las francesas el rotundo descalabro de San Quintín y el duque de Guisa fue llamado precipitadamente a la defensa de su propio país. El duque de Alba entró en Roma sin oposición; allí encontró al Papa destrozado y rendido que suplicaba la paz. Se le concedió. Paulo IV se comprometió a no fomentar ni hacer la guerra al monarca español y a no realizar nuevas fortificaciones en las plazas de soberanía eclesiástica.
Asimilada la dura lección, Paulo IV se apartó de los asuntos políticos y desistió de continuar anteriores acciones bélicas, movido además por el hecho de que, el 3 de abril de 1559, se firmaba la paz de Cateau-Cambrésis entre Felipe II y Enrique II, con lo que se daban por concluidas las guerras italianas entre sus respectivos países. No obstante, tanto el retirado emperador Carlos, como su hijo Felipe, fueron objeto de sendos anatemas papales al ser excomulgados por Paulo IV.
Muerte
Unos meses después, el 18 de agosto, moría el papa; los mismos ciudadanos de Roma que habían celebrado su nombramiento erigiendo en su honor una estatua en un lugar descollado de la ciudad, tras su borrascoso mandato la derribaron y mutilaron, y, no conformes con este acto de simbólico repudio, incendiaron el palacio de la Inquisición, saquearon el convento de los dominicos y pusieron en libertad a los reos inquisitoriales. El papa Caraffa no fue una figura popular.
Las profecías de San Malaquías se refieren a este papa como De fide Petri (De la fe de Pedro), cita que hace referencia a su nombre y a su apellido, Carafa, que significa fe.