Conciencia
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Conciencia. Forma superior, propia tan sólo del hombre, del reflejo de la realidad objetiva. La conciencia constituye un conjunto de procesos psíquicos que participan activamente en el que conduce al hombre a comprender el mundo objetivo y su ser personal.
Complejo de vivencias emocionales basadas en la comprensión que el hombre tiene de la responsabilidad moral por su conducta en la sociedad, estimación que hace el individuo de sus propios actos y de su comportamiento. La conciencia no es una cualidad innata, está determinada por la posición del hombre en la sociedad, por sus condiciones de vida, su educación, etcétera. La conciencia se halla estrechamente vinculada al deber. El deber cumplido produce la impresión de conciencia «limpia»; la infracción del deber va acompañada de «remordimientos» de conciencia. La conciencia, como activa reacción del hombre en respuesta a las exigencias de la sociedad, constituye una poderosa fuerza interna de perfeccionamiento moral del ser humano.
Sumario
Surgimiento
La conciencia surge en relación con el trabajo del hombre, con su actividad en la esfera de la producción social, y se halla indisolublemente vinculada a la aparición del lenguaje, que es tan antiguo como la conciencia. El lenguaje ha ejercido una influencia enorme sobre el desarrollo de la conciencia, sobre la formación del pensar lógico y abstracto.
Producto del desarrollo social
Únicamente en el proceso del trabajo, en las relaciones sociales que los hombres establecen entre sí, llegan éstos a hacerse cargo de las propiedades de los objetos, a descubrirlas, a darse cuenta de su propia relación con el medio circundante, a destacarse de este último, a organizar una acción orientada sobre la naturaleza con el fin de subordinarla a las propias necesidades. De ahí que la conciencia sea un producto del desarrollo social y no exista al margen de la sociedad.
Pensamiento abstracto y lógico
El pensamiento abstracto y lógico, vinculado al lenguaje, no sólo permite reflejar el perfil externo, sensorial, de los objetos y fenómenos, sino, además, comprender su alcance, sus funciones y su esencia. Sin la comprensión y sin el saber que están unidos a la actividad histórico-social y al lenguaje humano, no hay conciencia. Cualquier imagen sensorial del objeto, cualquier sensación o representación, forman parte de la conciencia en la medida en que poseen un determinado sentido en el sistema de conocimientos adquiridos a través de la actividad social.
Los conocimientos, las significaciones y los sentidos conservados en el lenguaje, orientan y diferencian los sentimientos del hombre, la voluntad, la atención y otros actos psíquicos, uniéndolos en una conciencia única. Los conocimientos acumulados por la historia, las ideas políticas y jurídicas, las realizaciones del arte, la moral, la religión y la Psicología Social constituyen la conciencia de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, no cabe identificar la conciencia tan sólo con el pensamiento abstracto y lógico.
El pensamiento no existe en lo más mínimo al margen de la actividad viva, sensorial y volitiva de la esfera toda de lo psíquico. Si el hombre produjera sólo operaciones lógicas, una tras otra, sin percibir, sin sentir y sin experimentar en la práctica la correlación constante que existe entre el significado de sus conceptos, las acciones activas y las percepciones de la realidad, no comprendería o no aprehendería la realidad ni se comprendería a sí mismo, es decir, no poseería conciencia de las cosas ni de sí mismo.
Psique y conciencia
La psique es el producto de una interacción entre el sujeto y el objeto, específica del primero. Para la simple contemplación, la psique se presenta bajo el aspecto de fenómenos del denominado mundo subjetivo del hombre, accesibles a la introspección: sensaciones, percepciones, representaciones, pensamientos, sentimientos, etc.
Por otra parte, no es posible identificar los conceptos de «psique» y de «conciencia», o sea, no debe considerarse que todos los procesos psíquicos en cada momento dado, se incluyen en la conciencia. Hay vivencias psíquicas que, durante cierto tiempo, pueden encontrarse como «más allá del umbral» de la conciencia, en el subconsciente.
Transformación del mundo objetivo
La conciencia, incorporándose la experiencia histórica, los conocimientos y los métodos del pensar elaborados por la historia anterior, se asimila la realidad idealmente, a la vez que establece nuevos fines y objetivos, crea proyectos de instrumentos futuros, orientando toda la actividad práctica del hombre. La conciencia se forma en el hacer para influir, a su vez, sobre ese hacer, determinándolo y regulándolo. Llevando a la práctica sus ideas creadoras, el hombre transforma la naturaleza, la sociedad, y con ello se transforma a si mismo. En este sentido, Lenin demostró que:
Cuestión fundamental de la Filosofía
En todo el transcurso de la lucha ideológica sostenida en torno a la concepción del mundo, la cuestión más aguda y fundamental ha sido y sigue siendo la de la conciencia y su relación con la materia (Cuestión fundamental de la Filosofía). Gracias a la Concepción Materialista de la Historia, Marx logró resolver científicamente, por primera vez, el problema indicado y crear con ello una Filosofía realmente científica.
Autoconciencia
Separación que hace el hombre de sí mismo respecto al mundo objetivo, toma de conciencia de su relación con el mundo, de su propio ser como persona, de su conducta, de sus actos, pensamientos y sentimientos, de sus deseos e intereses.
El animal es idéntico a su actividad vital; sólo en virtud de su presencia modifica la naturaleza, es decir, se relaciona con ella de manera inmediata. En cambio, el hombre se relaciona con la naturaleza de manera mediata, a través de su quehacer social y ante todo mediante el empleo de instrumentos de trabajo. Gracias al trabajo se separa de la conexión natural: en el proceso del trabajo relaciona sus fines y objetivos con el material de la naturaleza y tiene en cuenta sus propias posibilidades. Al modificar la naturaleza, se modifica a sí mismo. El hombre, al crear productos en el proceso del trabajo, en cierto modo se desdobla y en el objeto de su actividad contempla la obra de sus manos. Se diferencia a sí mismo como agente respecto a los objetos de su hacer. Pero, como quiera que el trabajo siempre posee un carácter social, el hombre empieza a adquirir conciencia de sí mismo como hombre, como partícula, como célula del sistema histórico dado, únicamente al relacionarse con otro hombre como con su semejante, al ver en otro al hombre.
En la formación de la autoconciencia, desempeña un importante papel el lenguaje, ya que éste constituye la realidad inmediata del pensamiento y aparece en esta función para cada individuo sólo porque existe para otros. La autoconciencia (como afianzamiento, garantía), surge al mismo tiempo que la conciencia como derivada de ella, pero se manifiesta en un estadio sensiblemente más elevado del desarrollo de la humanidad. En un principio, el hombre se diferencia del objeto, adquiere conciencia del objeto de su actividad y de sí mismo como sujeto, únicamente de manera directa, en el proceso del hacer práctico con las cosas. Luego, la autoconciencia aparece como gentilicia, como colectiva: el hombre aún se halla plenamente absorbido por la gens, que se presenta como portadora y centro de la esencia humana. Al hundirse el régimen gentilicio, al aparecer la civilización y al separarse el individuo como tal, surge propiamente la autoconciencia de la persona.
En la historia de la filosofía, la autoconciencia ha sido concebida como principio agente, y con esto a menudo se agotaba la comprensión de la actividad práctica del hombre (Fichte, Hegel, jóvenes hegelianos). No pocas veces se entendía la autoconciencia como principio creador respecto al mundo objetivo. En realidad, la autoconciencia, que es un principio activo, sólo puede comprenderse como resultado y como faceta de la actividad práctica del hombre en la esfera de la producción social, depende del reflejo del mundo objetivo y está condicionada por este último.
Referencias
- ↑ «t. XXXVIII, pág. 204»
Bibliografía
- Rosental, M & Iudin P. Diccionario Filosófico. Editora Política, 1981, Ciudad de La Habana, Cuba.