Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges
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Destacado escritor argentino.
NombreJorge Francisco Isidoro Luis BORGES ACEVEDO
Nacimiento24 de agosto de 1899
ciudad de Buenos Aires, Bandera de Argentina Argentina
Fallecimiento14 de junio de 1986 (86 años)
ciudad de Ginebra, Bandera de Suiza Suiza
Nacionalidadargentina
Otros nombresGeorgie
Ocupaciónescritor
TítuloDoctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo
CónyugeMaría Kodama
PadresJorge Borges Haslam y Leonor Acevedo Suárez.[1]
FamiliaresNorah (hermana), Fanny Haslam (abuela).
Obras destacadasFervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925), Cuaderno San Martín (1929), Ficciones (1944).
PremiosPremio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de São Paulo...

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 - Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un erudito escritor argentino, considerado uno de los más importantes escritores de América y del mundo. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas.[2]

Su obra, fundamental en la literatura y el pensamiento universal, además de objeto de minuciosos análisis y múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye todo tipo de dogmatismo. Algunos de sus cuentos son producto de sus sueños.[3]

Síntesis biográfica

Nació en la ciudad de Buenos Aires. Procedía de una familia de militares que contribuyeron a la independencia del país. Su antepasado, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel.

Pero fue su padre, Jorge Borges, quien ―rompiendo con la tradición familiar― se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo,[1] y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó a la calle Serrano 2135 del barrio de Palermo (a 4 km al norte del centro de la ciudad de Buenos Aires), donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah.

En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida.

En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión.[2]

Inicios como escritor

Apenas con seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz, de Oscar Wilde (1856-1900).

En el mismo año en que estalló la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un exprofesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra (Suiza) cuando estalló el conflicto.

Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink, El golem.

Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como los argentinos José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España ―primero en Barcelona y luego en Mallorca―, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la Revolución soviética y que tituló Salmos rojos.

En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos-Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria, convertido, irrecuperablemente, en un escritor.[2]

Trabajo realizado

De regreso en Buenos Aires, fundó en 1921 con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar.

Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria y Silvina Ocampo, quienes a su vez le presentaron a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos.

Al agudizarse su ceguera, deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una antología poética argentina.

En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de los senderos que se bifurcan, los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones, aparecido en 1944.

Vicisitudes públicas

En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor[1] y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, [4]

...una prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos.

Pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante.

Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito.
Jorge Luis Borges[5]

La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.

En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo...

Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo, una mujer mucho más joven que él, de origen japonés y a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no solo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.

Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974 ―un Gobierno popular, que recuperó las relaciones diplomáticas con Cuba―, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.[6]

Qué importa las penurias, el destierro, la humillación de envejecer, la sombra creciente del dictador sobre la patria [...] Qué importa el tiempo sucesivo si en él hubo una plenitud, un éxtasis, una tarde.
Jorge Luis Borges[7]

Dos años después, como consecuencia de su resentimiento antiperonista, Borges ―cuya autorizada voz resonaba internacionalmente― saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).

Como apoyo a la represión que Videla estaba desatando contra intelectuales y trabajadores peronistas, Borges ―en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos de derechas― se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador, pero no preguntaron por el paradero de sus colegas desaparecidos sino que hablaron de «filosofía».[6]

En 1983, un año después del retorno de la democracia, Borges participó en algunas audiencias en los juicios contra los militares genocidas. Al final afirmó estar arrepentido por su apoyo incondicional al antiperonismo.[6]

De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su ideología derechista le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que el poeta y escritor sueco Artur Lundkvist (1906-1991) manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas.[6]

Muerte

Borges falleció en Ginebra (Suiza) el 14 de junio de 1986, a los 86 años.[2]

Borges y la filosofía

Borges mantuvo una relación sumamente original con la filosofía. Prueba de ello son las incontables menciones filosóficas presentes en su obra ensayística y literaria, así como también su influencia sobre importantes filósofos y pensadores contemporáneos, como Michel Foucault, Ilya Prigogine, Richard Rorty, Umberto Eco y Fernando Savater.

Sin ser propiamente filósofo, Borges era no obstante un ávido lector de filosofía. Uno de los elementos originales de su abordaje es que en sus textos las ideas filosóficas aparecen de forma tal que producen en los lectores su vivencia antes que su conceptualización. Borges rescata ciertas ideas y las representa en clave literaria, destacando lo que éstas tienen de vívido y de maravilloso, apelando a la intuición del lector antes que a su captación conceptual o argumentativa. Las ideas así presentadas son comprendidas en toda su fuerza expresiva. Para generar este efecto, uno de sus procedimientos consiste en asumir las premisas propias de un determinado sistema filosófico y recrear el universo tal como sus partidarios lo perciben. Por ejemplo, en su cuento Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius,[8]

Borges ilustra el idealismo filosófico al presentarnos un mundo ―Tlön― en el que todos sus habitantes conciben lo real como un producto de la mente. Según Nicolás Zavadivker,[9] Borges no nos habla en esa historia sobre el idealismo, sino que nos presenta directamente un mundo construido según las premisas idealistas. De esta forma genera una comprensión de estas ideas desde dentro del propio sistema, desde sus posibilidades y sus límites. Desliza, por ejemplo, que no existen los sustantivos en las lenguas de Tlön, por la sencilla razón de que sus habitantes no creen que haya cosas a las que éstos puedan referirse, como afirma el idealismo. Borges ilustra magistralmente los alcances de esta ausencia traduciendo la frase «surgió la luna sobre el río» por la tlöniana «hacia arriba detrás duradero-fluir luneció».

Este rescate de Borges de las consecuencias más maravillosas de las perspectivas filosóficas que trata se vincula a su explícita opción por la belleza antes que por la verdad. Así, Borges afirma encontrar en su obra una tendencia consistente en «estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aún por lo que encierran de singular y de maravilloso».[10]

Su esteticismo posiblemente sea una de las claves de la aparente adscripción de Borges hacia filosofías contradictorias, lo que generó discusiones en torno de su propia posición filosófica. También en varias ocasiones destacó su escepticismo con respecto a las posibilidades de la filosofía: «No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil. Una doctrina filosófica es al principio una descripción verosímil del universo; giran los años y es un mero capítulo -cuando no un párrafo o un nombre- de la historia de la filosofía».[11]

Según Zavadivker, su esteticismo y su descreimiento en las posibilidades de la filosofía para explicar el mundo lo llevó a asumir y hasta festejar la pluralidad de perspectivas con que los hombres han interpretado el mundo, sin necesidad de definirse por alguna de ellas.

Sus obras

Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no solo la crítica especializada sino además las diversas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.

Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra-, además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara.

El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista. En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las «orillas» urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos.

¿Qué será Buenos Aires? (...) Buenos Aires es la otra calle, la que no pisé nunca, es el centro secreto de las manzanas, los patios últimos, es lo que las fachadas ocultan, es mi enemigo, si lo tengo, es la persona a quien le desagradan mis versos (a mí me desagradan también), es la modesta librería en que acaso entramos y que hemos olvidado, es esa racha de milonga silbada que no reconocemos y que nos toca, es lo que se ha perdido y lo que será, es lo ulterior, lo ajeno, lo lateral, el barrio que no es tuyo ni mío, lo que ignoramos y queremos.
Jorge Luis Borges[12]

Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.

En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como «Las inscripciones de los carros» o «Historia del tango».

Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no solo la agudeza crítica de Borges sino además su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como «El escritor argentino y la tradición», «El arte narrativo y la magia» o «La supersticiosa ética del lector».

ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales.
Jorge Luis Borges[13]

En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y Gilbert Chesterton. Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, «Hombre de la esquina rosada».

Borges y el budismo

Borges fue un magnífico lector, leía todos los textos o libros que obtenía, por eso casi nunca salía de su biblioteca. Recuerden que al ser despedido de su puesto de bibliotecario y lo nombraron inspector de aves y conejos, se convirtió en un gran conferenciante gracias a su vasto conocimiento. Podía conferenciar sobre diversos temas; el budismo, fue uno de esos variados temas. Borges tenía un amigo japonés, budista zen, con el cual mantenía largas y amistosas discusiones. A este amigo suyo él le dijo en una ocasión que creía en la verdad histórica del Buda y que hacía dos mil quinientos años hubo un príncipe del Nepal llamado Siddharta o Gautama que llegó a ser el Buda.

[El budismo,] además de ser una religión, es una mitología, una cosmología, un sistema metafísico, o, mejor dicho, una serie de sistemas metafísicos, que no se entienden y que discuten entre sí.
Jorge Luis Borges[14]

Publicaciones

Cuentos

Ensayos

  • Inquisiciones
  • El tamaño de mi esperanza
  • El idioma de los argentinos
  • Evaristo Carriego
  • Discusión
  • Historia de la eternidad
  • Otras inquisiciones
  • Siete noches
  • Nueve ensayos dantescos
  • Atlas

Poesías

  • Fervor de Buenos Aires
  • Luna de enfrente
  • Cuaderno San Martín
  • El hacedor
  • El otro, el mismo
  • Para las seis cuerdas
  • Elogio de la sombra
  • El oro de los tigres
  • La rosa profunda
  • La moneda de hierro
  • Historia de la noche
  • Adrogué
  • La cifra
  • Los conjurados

Antologías

  • Antología personal
  • Nueva antología personal
  • Libro de sueños
  • Textos cautivos
  • Borges en el hogar

Obras en colaboración

  • Índice de la poesía americana (16), antología con Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo
  • Antología clásica de la literatura argentina (1937), con Pedro Henríquez Ureña
  • Antología de la literatura fantástica (1940), con Bioy Casares y Silvina Ocampo
  • Antología poética argentina (1941), con Bioy Casares y Silvina Ocampo
  • Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), con Bioy Casares
  • El compadrito (1945), antología de textos de autores argentinos en colaboración con Silvina Bullrich
  • Dos fantasías memorables (1946), con Bioy Casares
  • Un modelo para la muerte (1946), con Bioy Casares
  • Obras escogidas (1948).
  • Antiguas literaturas germánicas (México, 1951), con Delia Ingenieros
  • El idioma de Buenos Aires (1952), con José Edmundo Clemente
  • Obras completas (1953).
  • El Martín Fierro (1953), con Margarita Guerrero
  • Poesía gauchesca (1955), con Bioy Casares
  • Cuentos breves y extraordinarios (1955), con Bioy Casares
  • El paraíso de los creyentes (1955), con Bioy Casares
  • Leopoldo Lugones (1955), con Betina Edelberg
  • Los orilleros (1955), con Bioy Casares
  • La hermana Eloísa (1955), con Luisa Mercedes Levinson
  • Manual de zoología fantástica (México, 1957), con Margarita Guerrero
  • Los mejores cuentos policiales (1943 y 1956), con Bioy Casares
  • Libro del cielo y del infierno (1960), con Bioy Casares
  • Introducción a la literatura inglesa (1965), con María Esther Váquez
  • Literaturas germánicas medievales (1966), con María Esther Vázquez, revisa y corrige el tratado Antiguas literaturas germánicas
  • Introducción a la literatura norteamericana (1967), con Estela Zemborain de Torres
  • Crónicas de Bustos Domecq (1967), con Bioy Casares.
  • El libro de los seres imaginarios (1967), escrito en colaboración con Margarita Guerrero.
  • Nueva antología personal (1968).
  • Prólogos (1975).
  • ¿Qué es el budismo? (1976), con Alicia Jurado
  • Diálogos (1976), con Ernesto Sabato
  • Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977), con Bioy Casares
  • Breve antología anglosajona (1978), con María Kodama
  • Obras completas en colaboración (1979).
  • Atlas (1985), con María Kodama
  • Textos cautivos (1986), textos publicados en la revista El hogar

Guiones de cine

  • Los orilleros (1939). Escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares
  • El paraíso de los creyentes (1940). Escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares
  • Invasión (1969). Escrito en colaboración con Adolfo Bioy Casares y Hugo Santiago.
  • Les autres (1972). Escrito en colaboración con Hugo Santiago

Voces

Yo escribo para desahogarme. Anoche tuve ocasión de decir que si yo fuera Robinson Crusoe, yo escribiría en mi isla desierta, sin ninguna esperanza de ser leído. Yo le pregunté a Alfonso Reyes: ¿por qué publicamos? Y él me dijo: «Yo me he hecho esa pregunta muchas veces. Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores». Yo tengo ascendencia española, ascendencia inglesa, ascendencia portuguesa, ascendencia judía, ascendencia belga, y alguna ascendencia normanda también. Es decir, tengo muchas razas. Creo que esa pluralidad de sangre es lo típico de todos nosotros. Tengo tres o cuatro pesadillas. Pero eso es una ventaja. Porque cuando las tengo me digo: «No; esta es la pesadilla del laberinto», por ejemplo. Entonces, yo sé que es cuestión de esperar y que voy a despertarme.
Jorge Luis Borges[15]
Los primeros textos que se conocen son: un texto relacionado con la mitología griega, precisamente en inglés. Después hay en las edades de 8 a 9 años un texto llamado Bernaldo del Carpio, hay un cuento que se llama La visera fatal, que por lo menos nunca hemos conocido. Y después la traducción que hizo del cuento de Oscar Wilde El príncipe feliz, que se publicó en 1910 en el diario del país.
Alejandro Vaccano, autor de Borges, vida y literatura
Yo tuve que suspender mi educación para entrar a la escuela.
Jorge Luis Borges

El novelista Macedonio Fernández fue gran amigo del padre de Borges, y un hombre hacia el que Borges después profesaría una admiración sin límites. Borges dijo en una oportunidad: «Quise a este hombre solo como yo puedo querer».

Si yo tuviera que contestar la pregunta: ¿cuál es el acontecimiento principal de mi vida?, yo diría la biblioteca de mi padre. Yo creo no haber salido nunca de la biblioteca.
Jorge Luis Borges
Kidnapped, de Robert Louis Stevenson, fueron sus primeras lecturas, Chesterton también, pero además como el padre tenía ideas muy precisas hacerca de la educación de un chico, es muy probable que haya leído también los primeros diálogos de Platón, siendo todavía una criatura. También leyó siendo un chico de 10 o 12 años El Quijote, pero una versión abreviada de este. Había leído de literatura gauchesca casi todo siendo un chico. El Fausto [de Estanislao del Campo], por ejemplo, se lo sabía casi de memoria.
María Ester Vázquez, escritora amiga de Borges
Yo alguna vez escribí: «Que otros se jacten de lo que han escrito. A mi me enorgullece lo que he leído».
Jorge Luis Borges
Yo quiero mucho a Buenos Aires pero tengo otras patrias. Puedo pensar en Adrogué, en Montevideo, en Austin, en Ginebra, sobre todo. Espero tener tantas patrias como ciudades he visitado.
Jorge Luis Borges
Macedonio fue un maestro de Borges, porque lo admiraba Macedonio, concurría a la tertulia que Macedonio tenía en el barrio del Once, en la confitería La Perla.
Alberto Alfaro, director de la revista Proa
Yo le debo mucho a Macedonio. Pero menos a sus escritos, que solo puedo entender cuando los leo con la voz de él,que a su diálogo y a su silencio. Porque todo en él era generocidad. Él estaba dando continuamente. Él escribía para ayudarse a pensar, pero él no pensó nunca en publicar.
Jorge Luis Borges

Durante la década de 1920, Borges colaboró con diversas revistas literarias argentinas, francesas y españolas. Los poemas publicados superaban ya la trentena y Borges decidió reunirlos en un libro: Fervor de Buenos Aires, aparecido en 1923.

De modo que el primer libro que yo publiqué fue realmente el cuarto o el quinto que yo he escrito. Yo escribí muchos libros, luego los leí. Al final, escribí uno, pensé esto puede publicarse. Y mi padre me dio 300 pesos.
Jorge Luis Borges
El padre le permitió a Borges de alguna manera, forjar o lograr una pequeña reputación de poetas.
Alejandro Vaccano, autor de Borges, vida y literatura
Borges le pidió a Dianqui, el director de la revista Nosotros, que le permitiera colocar un librito dentro de los sobretodos que dejaban los que trabajaban en la revista Nosotros y entonces Dianqui le dijo: «Mire, yo no... Si usted trae esos libros para que yo se los difunda acá, o para que yo se los venda acá, no cuente con eso». Entonces Borges le dijo: «Pues mire, yo estoy loco, pero no lo suficientemente loco como para creer que estos libros se puedan vender».
Alberto Alfaro, director de la revista Proa
Desde luego he conocido la desdicha como todos los hombres y he conocido también la dicha, como todos los hombres. Estuve en el infierno y el paraíso, como Dante, el cual señala como un hecho singular. Pero la verdad es que al cabo de un día todos hemos estado en algún momento en el paraíso y todos hemos estado en muchos momentos en el infierno. Y todos estamos quizás continuamente en el purgatorio. Mi destino personal no tiene nada de interesante. Mi destino son mis libros, son mis demasiados libros.
Jorge Luis Borges
Yo diría que no he logrado casi nada, pero que espero haber escrito 40 o 50 volúmenes para merecer 4 o 5 páginas, y quizá las he merecido ya. En todo caso yo creo haber escrito algunos versos y uno que otro cuento. Lo demás puede olvidarse y será olvidado, sin duda.
Jorge Luis Borges
Otra pesadilla es la de querer leer un texto y luego las letras empiezan a vivir, se multiplican, o se juntan y forman pequeños bloques impenetrables. Es una ventaja para mí porque yo, sin necesidad de despertarme, me digo: «Esta es la pesadilla de la lectura, esta es la pesadilla de espejo, esta es la pesadilla del laberinto». Entonces ya se que tengo que esperar, y que voy a despertarme.
Jorge Luis Borges
La primera revelación que yo escribo es la del principio y la del fin. Eso siempre lo sé. Ahora, lo que yo tengo que inventar o descubrir es qué sucede entre el principio y el fin. Eso tengo que inventarlo y tengo que inventar también que país conviene, los nombres de los personajes, la época en que debe suceder. Eso me es dado después. Siempre sé el principio y el fín.
Jorge Luis Borges
Me parece que el símbolo más evidente de la perplejidad es el laberinto. Además el laberinto tiene algo muy curioso, porque la idea de perderse no es rara. La idea de construir un edificio en un arquitectura cuyo fin sea que se pierde la gente, o que se pierda el lector, ésa es una idea rara. Por eso he seguido siempre pensando en laberintos, y en mis cuentos hay muchas formas de laberintos. Hay por ejemplo laberintos en el espacio, y hay laberintos en el tiempo también.
Jorge Luis Borges
Mi libro está circunscrito a ese relato El Aleph, de Borges, que es el universo de los universo, ese final donde ese hombre se sienta a mirar por ese agujero, por ese orificio en el sótano de la calle Garay. Todos los acontecimientos del mundo en un solo instante, solo un loco, un genio puede imaginarlo.
Orlando Darone, autor de Diálogos Borges-Sábato
Yo empiezo dejándome llevar por la imaginación. Al principio no sé si lo que se me ha ocurrido va a ser en prosa o en verso, eso puede depender de la primera frase. Si la primera frase es un endecasílabo o un alejandrino, entonces posiblemente sea un poema.
Jorge Luis Borges
Yo sé que mis mayores se distinguieron en épocas en que era muy importante ser valiente. Yo personalmente no soy valiente, tengo valor cívico, eso sí. Por ejemplo, durante todas las dictaduras, todo el mundo sabía de qué lado estaba yo. Tanto así del gobierno de la dictadura de Aramburu, cuando me nombraron director de la Biblioteca Nacional.
Jorge Luis Borges
Yo no tengo obra, yo soy un hombre que he tenido que vivir como todos. Que se ha distraído en borronear algunos papeles. Pero eso no constituye una obra. Hablar de mi obra es evidentemente un error.
Jorge Luis Borges
Borges cometió algunas torpezas. Por ejemplo, viajar a Chile en un momento en que se supone que él ese año era candidato seguro [para el premio Nobel de Literatura], y Pinochet lo recibió y lo condecoró, entonces eso hizo que no le entregaran el Premio Nobel. Y de esa manera Borges se ganó un enemigo, un enemigo de muerte en la Academia Sueca, que al parecer alguna vez en casa de Pablo Neruda en Isla Negra, llegó a decir que mientras él estuviera vivo, iba a oponerse para que le entregaran el premio Nobel a Borges.
Roberto Alfaro, director de la revista Proa

La madre de Borges lo ayudó a encontrar el final para un cuento.

Cuando mi madre cumplió 95 le hicieron una fiestita. Y ella me dijo: «Caramba, se me fue la mano». Estaba tan avergonzada. [...] Yo le dije: el mayor tiene que decirle al menor que ha matado a la mujer que ha sido querida de los dos. Tiene que decírselo de un modo que sea eficaz porque sino se demorona el cuento. Entonces mi madre me dijo: «Dejame pensar». Y luego con voz distinta dijo: «Ya sé lo que le dijo», como si se le hubiera ocurrido aquello. «Entonces escribilo», le dije yo. «Muy bien, lo escribo». «Ahora leémelo». Y ella me leyó: «A trabajar hermano, esta mañana la maté».
Jorge Luis Borges

Leonor Acevedo murió en 1975 a los 99 años, Borges tenía entonces 76 y estaba casi completamente ciego.[1]

Yo debería haber sido más comprensivo con ella. Yo supongo que todos los hijos cuando la madre muere sienten que han aceptado a su madre como se acepta al sol y la luna o las estaciones. Y que han abusado de ella. La verdad fue muy indulgente conmigo. Era muy inteligente, además creo que no tenía ni un solo enemigo, era amiga de toda clase de personas. [...]
Cuando la velamos, una viejita se acercó al catafalco y dijo: «Ay, qué lástima, un poquito más y hubiera cumplido los cien años». Yo le repliqué: «Señora, ¿usted la quiere a mi mamá o al sistema decimal?».
Jorge Luis Borges
Si uno lee los poemas del final, se da cuenta que no es un libro de un viejito, es decir, cualquiera puede ser poeta a los 30 años, pero no todos son poetas a los 80 años y Borges era un poeta a los 80.
Orlando Darone, autor de Diálogos Borges-Sábato
Borges es una persona con la que se puede dialogar muy bien. Sobre todo tiene gran capacidad de asombro ante las cosas, las personas, y... es muy lindo.
María Kodama
A veces me siento desdichado y pienso: «¿Qué derecho tengo yo a la desdicha? En cualquier momento me muero. Sucede esa cosa rarísima, la muerte. Una nueva aventura que está esperándome. Y luego pienso que no voy a morirme si no me he muerto hasta ahora. Es muy raro hacer una cosa nueva, sobre todo un hombre viejo. De modo que pienso: «¿Y si soy inmortal? Bueno, me resignaré también».
Jorge Luis Borges

Fuentes