Masacre del Sumpul
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Masacre del Sumpul. El 12 de junio de 1982, más de 300 campesinos, casi todos niños, mujeres y ancianos, fueron asesinados cuando intentan alcanzar la frontera de Honduras. Después de los combates con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tropas especializadas de El Salvador y Honduras, con asesores norteamericanos, atacan durante 15 días a la población civil de Cabañas y Chalatenango.
Sumario
Historia
Vieja Masacre del Sumpul
El 14 de mayo de 1980 en la aldea salvadoreña La Arada y sus alrededores, apenas amanece cuando soldados del Destacamento Militar N° 1 de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Democrática Nacional (ORDEN), apoyados por helicópteros, comienzan a disparar con una saña todavía desconocida para sus habitantes: mujeres torturadas antes del tiro de gracia; niños de pecho lanzados al aire para ser el blanco; adolescentes atados para ser fusilados.
Un operativo militar se había iniciado un día antes en la zona, en el que las fuerzas militares cometieron actos de violencia contra la población civil, lo que ocasionó la huida de numerosas familias. Los pobladores desplazados por el operativo intentaron cruzar el río Sumpul para refugiarse en Honduras, pero las tropas hondureñas les impidieron el paso y fueron muertos por las tropas salvadoreñas que hicieron fuego deliberadamente sobre ellos.Muchos mueren ahogados, especialmente los niños.
El Sumpul se tiñe de sangre y se llana de cadáveres. El genocidio acaba al atardecer y quedan allí 600 muertos, pasto de perros y zopilotes. Nadie puede acercarse a recogerlos o enterrarlos.Quedan pocos para contar el horror de ese día de sangre y llanto. La mayoría ha perdido a toda su familia, a lo sumo ha podido salvar a uno de sus cinco o seis hijos. Los gobiernos de ambos países niegan la matanza así como los observadores de la OEA. La primera y valiente denuncia proviene de la diócesis hondureña de Santa Rosa de Copán.
Nueva Masacre del Sumpul
El 29 de mayo, más de 700 campesinos indefensos de Los Amates y Santa Anita inician un éxodo masivo, desesperado hacia la frontera. Tratan de ocultarse en montes y cañadas, comiendo hierbas y raíces. Los soldados los persiguen ametrallando, matando de cualquier manera a los que logran alcanzar. Llegados al río Sumpul, agotados, algunos heridos, aterrorizados, los campesinos intentan cruzarlo.
Los niños y ancianos no resisten la fuerza de las aguas y mueren ahogados. Como dos años atrás, el Sumpul vuelve a teñirse de sangre inocente. Quienes alcanzan la orilla hondureña son rescatados por observadores internacionales, que se enfrentan duramente a oficiales y soldados para conseguirlo. Logran llevarlos al campamento de refugiados de Mesa Grande. Apenas quedan 163 campesinos extenuados, desgarrados por el dolor.
Como esa pareja que, después de perder una niña, corre a refugiarse a una casa; cuando se acercan escuchan gritos de mujeres y niños que están siendo quemados vivos en ella. O esa madre que llega a Mesa Grande totalmente muda: ha perdido a sus seis hijitos. Todos han presenciado escenas horripilantes, sanguinarias. Algunos mueren apenas llegados. Sólo piden que rescaten a los compañeros dispersos por los montes. Ellos vivirán para luchar por la paz.
Objetivo Principal
El objetivo del operativo era forzar a los pobladores civiles a desplazarse hacia el caserío Las Aradas, con el fin de realizar ejecuciones sumarias y arbitrarias, masivas de personas, en ese lugar. Los campesinos desplazados llegaron a Las Aradas a tempranas horas del 14 de mayo de 1980. Desde la fecha anterior, 13 de mayo de 1980, un contingente de aproximadamente 150 soldados hondureños, pertenecientes al Doceavo Batallón con sede en la ciudad de Santa Rosa de Copán, formaron un cerco militar de contención en las aldeas de Santa Lucía y San José, pertenecientes al municipio de Guarita, Departamento de Lempira, República de Honduras.
El cerco de contención cubría precisamente la línea fronteriza que demarca el río Sumpul, frente al caserío Las Aradas.Los militares referidos procedieron a asesinar a todas las personas que tuvieron a su alcance entre adultos, niños y ancianos. Muchos de tales crímenes se produjeron con desmedida brutalidad, como fue el asesinato de menores de edad y mujeres embarazadas con machetes y cuchillos militares, así como ametrallamientos indiscriminados en los cuales participaron tropas de infantería y helicópteros de la Fuerza Aérea Salvadoreña.
El Ejército hondureño fue partícipe del operativo militar, en el sentido de contener la posible huida de los campesinos y campesinas. También entregaron a los militares salvadoreños a aquellas personas que lograron ingresar a territorio hondureño para salvar su vida de esta matanza en el río Sumpul.
Testimonios
Testimonio de (Felipe Tobar)
La masacre del río Sumpul fue una seria violación del derecho internacional humanitario y del derecho internacional de los derechos humanos. «Yo me salvé de pura casualidad... La noche del 13 de mayo tuvimos que dormir en los montes, arriba de los Naranjos.
Luego en la madrugada nos venimos para la zona donde ocurrió el hecho, pensamos que aquí íbamos a estar seguros, sobre todo si cruzábamos el río. Como a las 8 de la mañana comenzó la balacera, se oían balazos por todos lados y la gente corrió en desbandada. No sabíamos por donde correr. Las mujeres que llevaban niños y los ancianos no pudieron correr, buscaron protegerse en los cercos de piedra y allí los mataron. Yo, por suerte, pude correr en medio de la balacera, me lance al río y logré ponerme a salvo. Otros que hicieron lo mismo terminaron ahogándose porque el río estaba crecido y la gente no sabía manejar el agua. Yo logré salir al otro lado del río, en territorio de Honduras.
Desde ese lugar pude observar que los militares salvadoreños ametrallaron a un grupo que también se habían tirado al río. Luego vinieron dos helicópteros que ametrallaron la zona donde estaba concentrada la población. Eso lo ví con mis propios ojos...» (Felipe Tobar).
Testimonio Abel Menjívar
«Yo en ese tiempo tenía 11 años. Nos habían dicho que el ejército venía para acá. De repente vino una lluvia de disparos contra la gente. Con mi familia corrimos hacia el río Sumpul, cruzamos el puente de hamaca y llegamos al cerro Chichilco. Desde allí pudimos observar todas las atrocidades que cometía el ejército. Yo no puedo olvidar esos hechos por eso estoy aquí. Ahora soy profesor y enseño a mis alumnos que hay que recordar estas fechas para no matar la historia. Hay que recordar porque los que murieron son familiares. No se recuerda solo la crueldad de los que cometieron esta matanza sino, sobre todo, para conocer la verdad de semejante injusticia, para aliviar el dolor y no dejar impune a los responsables» Abel Menjívar.
Impunidad ante la Masacre
A pesar de las investigaciones efectuadas durante años, esta masacre sigue en la impunidad. La Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador hizo un homenaje a las víctimas y familiares de tan atroces hechos, con el fin de que se conozca la verdad y para que las generaciones venideras no repitan estos crímenes de esa humanidad.
Homenaje a la Masacre Sumpul
Los familiares, amigos y pueblo se reúnen para la celebrar la vida y llenarse de vida con el recuerdo de los hermanos masacrados. Su muerte nos compromete a no callar ante las injusticias y luchar por la justicia. Esa es la mejor manera de tener presente a nuestros familiares. Lugares como el Sumpul deben convertirse en santuarios históricos, porque aquí a muchos hombres y mujeres, niños y ancianos, les arrebataron la vida injustamente.
Es una injusticia que clama al cielo.Es un santuario de las víctimas que, no nos cabe duda, han sido acogidas y valoradas por Dios. Por eso en esta celebración su muerte se transforma en vida para nosotros, cuando – a partir del recuerdo de estos mártires del pueblo – trabajamos por el bien de la comunidad, construimos comunidad en tiempos difíciles. La masacre del Sumpul fue una masacre a la vida en dos sentidos: primero porque se aniquiló la vida de hombre y mujeres; segundo, porque se pretendió aniquilar a la gente que buscaba una vida mejor, una vida con dignidad. Ante esta masacre nosotros respondemos con nuestro compromiso con la vida, expresado simbólicamente en la decisión de construir un monumento a los mártires del Sumpul».
El dolor prevalece ante la ausencia de Justicia
Los gritos de terror, el llanto de niños y mujeres, y la sangre que corrió en la meseta de la pequeña loma del caserío Las Aradas, en las cercanías del río Sumpul se acallaron en el tiempo, pero no en la comunidad, que continúa con la fuerza para pedir justicia.
La Diócesis de Chalatenango y CÁRITAS de El Salvador honraron la memoria de miles de niños, niñas, mujeres y hombres que murieron masacrados por un combinado de fuerzas militares, civiles y de seguridad el 14 de mayo de 1980, durante el conflicto armado. La comunidad llegó en peregrinación a una zona de frondosos árboles del cantón Yurique, jurisdicción de San José Ojos de Agua, donde se erige un pequeño monumento a la memoria de sus familiares.