Güines y Changó

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Plantilla:Personaje religioso

Güines y Changó. Uno de los elementos definitorios de la identidad cultura güi¬nera, en tanto diferenciación del complejo comunitario nacional, es su particular religiosidad, que al margen de la multipresen¬cia de templos y cultos se caracterizan por su sincretismo.


Identidad güinera

Uno de los elementos definitorios de la identidad cultura güi¬nera, en tanto diferenciación del complejo comunitario nacional, es su particular religiosidad, que al margen de la multipresen¬cia de templos y cultos se caracterizan por su sincretismo. En tal sentido cabe hacer notar que el pueblo de Güines es uno de los más devotos a una deidad sincretizada, en este caso Santa Bárbara Changó, según las identificaciones que recibe acorde con el santoral católico y el panteón orisha, respectivamente.


Historia de Santa Bárbara Chango en Güines

El culto a Santa Bárbara Chango en la localidad ha devenido fenómeno masivo, con independencia de los diferentes niveles de devoción y consetudineidad de sus manifestaciones. No existen estadísticas rigurosas que avalen tal afirmación, pero la misma se sostiene por derecho consensual.


Por esa causa, para entender la psicología social del güinero y sus proyecciones conductuales, es preciso historiar el proceso de entrecruzamiento de la fenomenología sacromágica en torno a estas deidades. Soslayar dicho examen mutilaría la biografía sociocultural colectiva mayabequina y lastraría cualquier ensayo de interpretación de las formas de ser y pensar del lugareño. El examen del "tertium quid" afrocristiano, en su adecuada histo¬ricidad, hay que iniciarlo en sus manantiales primigenios, o sea, a partir del momento en que la plantación esclavista cobra sus rasgos clásicos dentro del modelo cubano. En el microespacio geohistórico de referencia los perfiles más definidos se adquie¬ren entre el ocaso del siglo XVIII y el orto del XIX, en virtud del drástico desmantelamiento del veguerío territorial y su reemplazo por la producción azucarera.


Durante ese período, un collar de fábricas de azúcar bordeó las márgenes del Mayabeque y a través de sus diferentes etapas tec¬nológicas, (trapiche ingenio central), trasmutó la demografía regional. El índice de negros y mulatos en el conglomerado poblacional, se disparó en flecha ascendente, tanto en esclavos como en libertos, vulnerando el predominio numérico de los blancos, aunque dejando inamovible las avasalladoras relaciones sociales de producción. Los padrones de la época permiten comprobar la existencia de una superioridad negra en la calificación semántica territorial durante los primeros cuatro decenios decimonónicos, con tendencia decreciente a medida que se adentra en la segunda mitad de la centuria.


La presencia numerosa y fértil de la estirpe africana dejó sus marcas en la idiosincrasia local, a través de un proceso de compleja transmutación, "fruto generado por cópula de pigmentaciones y culturas".


La religión cubana, particularidades en la localidad güinera

Las numerosas etnias introducidas en la Isla, trasladaron a los nuevos espacios geográficos las creencias y costumbres tribales comunitarias, aunque no por ello debe pensarse en una introyec¬ción mecánica, antes bien, fue mediante un proceso de forjas y claudicaciones, en dependencia de su poder de mutabilidad, condición "sine qua non" para garantizar su existencia y des¬arrollo en el ambiente cubano.


En las nuevas circunstancias espaciales, nos ha dicho don Fernan¬do Ortiz, "les era del todo imposible desenvolver su actividad y energías bajo las mismas normas que en sus países de procedencia, por lo que al factor antropológico se unieron otros sociales para determinar las características de la vida cubana".


Cada pueblo o "nación" africana importó su panteón y ritos, pero para sobrevivir y vencer en la lucha sorda y enconada contra el enemigo común, el catolicismo , debieron simular, falsearse, confundirse y bastardearse, justamente con la teología rival. De esta metamorfosis surgieron los cultos sincréticos, "un conjunto de religiones y magias africanas mezcladas entre sí y con los ritos, leyendas, hagiografías y supersticiones de los católicos y con las supervivencias del paganismo precristiano que entre estos se conservan".


En el flujo de intercambio racial, psicológico y cultural que registra la población güinera dentro del proceso de sincretiza¬ción religiosa, importa destacar las huellas del etnos grupal yoruba, por ser el de mayor presencia en el componente africano de la zona, y en particular del subgrupo linguo cultural identi¬ficado con el etnonímico de lucumí.


Es prácticamente imposible seguir con escrupulosidad todos los senderos que recorrió la religiosidad africana en la faja mayabe¬quina en esa puja de deformaciones y retorcimientos para adaptar¬se al nuevo ambiente social, sin perder por ello, en virtud de su fuerte misoneísmo, el espíritu prístino de la creencia. Confun¬didos los nuevos íncolas de todas las múltiples procedencias que confluyeron en los estrechos límites del barracón primero, y del batey y el cachimbo después, se fueron fundiendo, a ritmo de tambor, la mitología yoruba y la liturgia católica, para dar paso a un nuevo "corpus" mágico religioso, conjuntivo y armonioso, pintoresco y poético, que combinaba la ingenuidad selvática del africano y el candor de las cosmogonías europeas.


A pesar de no existir una dotación exacta y pormenorizada de esos caminos, los historiadores y publicistas locales apuntan hacia la medianía del siglo XIX las expresiones más nítidas de esa amalgama religiosa. Por entonces, se había establecido en el añejo barrio de Legüita, en Güines, hacia el sureste de La Haba¬na, un cabildo lucumí denominado "Taodún". (En algunos textos de Fernando Ortíz se referencia con otra forma lexigráfica: "Tedún" ó "Changó Tedún"). Era jefe o capataz principal de esta agrupa¬ción el manumiso Pascual Fernández Gavilán, africano de origen lucumí, antiguo esclavo de don Mariano Fernández Gavilán, rico propietario urbano y rural de la comarca.


La asociación mutualista religiosa fungía como depositaria, y reservorio de las tradiciones ancestrales del etnogrupo yoruba.


La sociedad afrogüinera actuaba advocada y protegida por Changó, orisha mayor, Dios del fuego, del rayo, del trueno, de la guerra, de los ilú batá (tambores bimembranófonos), del baile, la música, la belleza viril, y patrono de los guerreros y las tempestades.


Además de estas cualidades muy avenidas al carácter del lugareño, (alegre, bailador, juerguista, machista y camorrista), la deidad africana tenía un elemento que lo emparentaba con todos los avecindados a las márgenes del Mayabeque. Este paradigma de las mejores virtudes y los peores defectos, era, según su pattaki o leyenda-, hijo de Aggayú, detalle personológico que lo acercaba a los mayabequinos, que en cierta medida podían sentirse, y de hecho algunos profesaban ese sentir telúrico , hijos del bondadoso caudal de agua al que le debían su preeminencia económica.


Sin embargo, los miembros del cabildo de marras, forzados por la tragedia histórica del sojuzgado en tierra extraña, debieron enmascarar la negra oriundez de la divinidad en una figura em¬blemática del templo de los dominadores, único expediente posible para oficializar su existencia y ejecutoria pública. La solución fue a primera vista, sorpresiva y paradójica: la capa protectora de la mártir de Nicomedia cubriría la oscuridad epitelial del adalid.


Las razones de tal decisión han sido y serán objeto de conjeturas polisémicas y pluridimensionales, pero todas ellas reforzarán la perspicacia y el fundamento de la estratagema defensiva de los nagos lucumíes. La virgen era tenida por el catolicismo oficiante como Patrona de los Artilleros y de los Bomberos. Por otra parte, la iconografía la presenta siempre espada en mano y flanqueada por la torreta de una fortaleza militar. Agréguese a lo anterior que según la hagiografía santoral, los causantes del martirologio de la ferviente cristiana, fueron fulminados en el acto por una descarga eléctrica caída del cielo, por lo que se asocia a la Santa con dicho fenómeno meteorológico.


Diferencias en la religión

Es harto difícil, por no decir imposible, precisar hasta qué punto la epidérmica catequización de las negradas permitieron a los directivos lucumíes conocer las interioridades de la canoni¬zación de esta víctima del paganismo visceral de principios del milenio uno de nuestra era. Sin embargo, no es descaminado sospe¬char que por limitadas que fueran sus noticias, estas permitirían filtrar por los entresijos de la imaginería fantasiosa y primi¬tiva del africano un efecto de sinergia, paso previo para la extrapolación posterior.


Para lograr la integración de ambas divinidades era menester echar por tierra la barrera de la diferencia sexual. Pero el obstáculo no era suficiente para hacer desistir a aquellas voluntades: un patakki de Changó, donde el orisha viril vistió ropas de Oyá, (mujer de Oggún), con el propósito de embaucar a sus enemigos, es suficiente para derribar la valla.


La asunción de la imagen de Santa Bárbara para presidir la con¬gregación lucumí produjo una marea sentimental disímil, algunas de ellas contradictorias. En la superficie parecía que la Iglesia Católica había alcanzado un triunfo rotundo sobre el paganismo africano.


Pero para justipreciar el proceso en su verdadera magnitud hay que bucear en sus aguas subterráneas. Bajo el revestimiento cortical encontramos un flujo de hibridación que revela la capacidad del afrocubano para mutar, o dicho con palabras de Ortíz, "para poder pasar y sobrevivir; el de esconder el alma en lo más recóndito de una caverna de conducta hecha de reforzadas hipocresías, de defensivos mimetismos, de dolorosas renunciaciones".


No puede subvalorarse la impostura de los nago lucumíes; tras ella subyace la rebeldía congénita de los seres nacidos en con¬tacto directo con la Naturaleza. Controlar esa bioenergía liber¬taria, bullente y desorbitante, era ya una actitud conductual digna de encomio, en tanto medida cautelar. Se dejaba atrás el enfrentamiento frontal, de alzamientos y sublevaciones, de cima¬rronaje y apalencamientos, que únicamente habían propiciado un chasquido más foribundo del cuero de los mayorales, el refina¬miento de los métodos de torturas y castigo corporal y el enquis¬tamiento de odios entre individuos llamados a fundirse en el crisol de la nacionalidad cubana. Se transitaba, empero, hacia una etapa de transigencia, estrategia virgen en la antinomia hispano africana.


El esfuerzo volitivo antedicho propendía a evitar la absorción (léase extinción) etnocultural milenario, que sería ahogado impunemente por el peso de una cultura material superior y una apoyatura superestructural mejor diseñada y organizada.


Un síntoma meridiano revela la beligerancia encubierta de los supuestos vencidos: en su artificio no se evidencia una aptitud anímica tendiente a complacer gratuítamente a las autoridades militares y eclesiásticas del territorio. Para actuar con doblez hubiera resultado suficiente acatar el mecenazgo religioso de San Julián o San Francisco Javier, patrono y copatrono respectivos del villorrio.


Al designar otra entidad suprahumana en calidad de protectora de su sociedad proyectaban un mensaje hacia el futuro: no iban a aceptar tácitamente cualquier imposición.


No por azar, por consiguiente, ni fruto de la habilidad comercial de un vendedor de imágenes religiosas, según la especulación ociosa de un publicista local, (10), motivó a los directivos del cabildo "Taodún" a adquirir una estampa de la virgen nacida en el 225 de nuestra era.


La decisión debe ser entendida como un acto premeditado y consciente, voluntad expresa del protagonismo de aquella masa sojuzgada, que pugnaba por su realización espiri¬tual aún en las condiciones adversas que le imponía un régimen absolutista. El duelo de inteligencias superaría en lo adelante lo meramente factual y circunstancial, para adentrarse en el universo de estructuras mentales eurocéntristas y colonizadoras, ajustadas para negar la condición humana al conglomerado pobla¬cional extraeuropeo.


El problema descrito en tales términos, desemboca en una versión sofisticada del conflicto "civilización barbarie", pero no en los términos sarmentianos de las primeras cinco décadas del ochocien¬tos, sino en la acepción martiana de fin de centuria, es decir, la batalla entre "la falsa erudicción y la Naturaleza".


Importa insistir que con su mimetismo simulador, las fuerzas a la defensiva no iniciaban un repliegue claudicante, antes por el contrario, inauguraban una contrarrespuesta sutil, que infería la penetración del entramado ideológico dominador para socavarlo desde su interior, mediante un efecto de sismo o metástasis.


Por esas razones, no nos parece casual que en 1860 se licitara la primera procesión de la imagen por la Villa. A la sazón era Teniente Gobernador un oficial del arma de Artillería, ocasión que fue aprovechada por Pascual Fernández para solicitar el permiso, así como oficiaba en el púlpito católico el párroco Tomás Rodríguez Mora, de origen canario.


El párroco en la religión

La utilización del gentilicio para identificar al cura, no es una incidental, antes bien, obedece a dos razones específicas, a saber: 1. En el archipiélago norafricano, la abogada contra las descargas electroatmosféricas ocupaba un lugar prominente, e incluso, hay una localidad homónima. 2. Los hispanos insulares introdujeron en Cuba el culto a la Virgen de la Candelaria, y en general, eran más propensos a adorar divinidades femeninas, en contraposición con sus compatriotas continentales, proclives, al parecer, al patronato de los santos viriles, como demuestran los nombres con que fueron bautizadas las primigenias villas en la impronta nacional del siglo XVI cubano.


Precisamente, fue este párroco de progenie canaria quien sugirió a Pascual Fernández la idea de adquirir una imagen escultórica de la Santa para dar mayor prestancia a las ceremonias. La propuesta fue bien acogida y mediante el óbolo público fue financiada la compra, realizada en la Ciudad Condal de España. La operación mercantil y el traslado de la efigie de Barcelona a Cuba se pragmatizó gracias a las gestiones personales de Rodríguez Mora. Según afirma la tradición folclórica regional, ésta fue la primera imagen escultórica introducida en la Isla con la repro¬ducción de la Patrona de los Rayos. De ser así, los feligreses güineros serían la avanzadilla de la pasión iconográfica en torno a la virgen nicomediana en tierra cubana.



La conducta de este dignatario religioso amerita ser medido con un rasero adecuado para no sobreestimar ni reducir la relevancia de su gestión. Ya fuera movido por fe honesta o porque compren¬diera la necesidad de capitalizar el fervor esotérico en prove¬cho de la labor de proselitismo clerical o por una simple maniobra profiláctica ante la contingencia de enconos sacro somáticos, no cabe dudas que con su praxis aupó la entronización de la sincronía Santa Bárbara Changó en la mentalidad lugareña, y presumiblemente allende a los lindes del Mayabeque. Por lo pronto, es indubitable que con esa voluntad de captación, propi¬ció el aumento de su feligresía potencial, al catalizar la conversión conclusiva o circunstancial de los hasta entonces reticentes lucumíes e iniciar un movimiento envolvente y neutra¬lizador de cualquier repunte de insurgencia de contradicciones antagónicas.


La escultura, su llegada al pueblo

El espaldarazo oficial de la maniobra se realiza a la llegada de la escultura al poblado, en medio del holgorio y festividad populares, amén del acto de pontificación en la Iglesia Parro¬quial.


Colofón de este proceso, es la festividad organizada por las tropas de la guarnición local a instancias del Teniente Goberna¬dor, quien solicita personalmente, en calidad de préstamo, la estatua de la divinidad al Cabildo Taodún. De esta forma se consolida la licitación del culto. A partir de este momento, lo que había comenzado como un choque, mudo pero feroz, de intereses ideológicos y sociales, deviene suerte de armisticio factual, un efugio para encontrar nuevos caminos. La custodia de la imagen quedaba bajo patrimonio del cabildo afrocubano, pero la veneración era compartida, y en momentos, prácticamente regenteada por las autoridades religiosas y civi¬les de la localidad.


Transculturación místi¬ca en la localidad güinera

La placidez que en lo adelante muestra la transculturación místi¬ca en la localidad, enmascara los subterfugios discriminatorios que vegetan en los resquicios de su ritualidad. Para comprender ese carácter soterrado se requiere un miraje ahondador en el asunto.


En primer término, amerita llamar la atención sobre el rol que desempeña la castellanización lexical de la liturgia en el proceso de blanqueamiento de la festividad. Por obligación, es preciso volver acudir a la máxima autoridad cubana en esta materia, al erudito Fernando Ortíz, quién reparó oportunamente en la poca fijación de la lengua yoruba entre los propios africanos. Desde sus primeras incursiones linguísticas tras las huellas de los afronegrismos, el bien llamado tercer descubridor de Cuba comprobó esa inestabilidad del dialecto esclavo, en contraposi¬ción con la mayor perdurabilidad del espíritu original de la liturgia. Al respecto, el polígrafo cubano señalaba que si bien se practicaba el culto lucumí sin grandes desviaciones heterodo¬xas, existía un generalizado desconocimiento idiomático en los propios sacerdotes y sacerdotisas, que sólo conocían algunas variantes fonéticas inherentes al ritual yoruba y no siempre fieles al modelo prístino.


A pesar de los empeños y sentido de la Historia por pragmatizar la nivelación y amalgamiento de las fuerzas sociales, el entrama¬do clasista de la época, principalmente en el período seudorrepu¬blicano, se obcecaba por mantener segregados a los distintos componentes poblacionales, no sólo por estigmas de clase o raza, sino dentro de los propios subgrupos, donde prevalecía el favo¬ritismo en un polo y la marginación en el otro. Esa depauperación de la unidad nacional se observa en esta expresión de la identi¬dad cultural que analizamos.


Festividades a Santa Bárbara Changó

El comportamiento de la liturgia del 4 de diciembre, si bien no se había legalizado por pragmática alguna, había devenido norma convencional. En la ceremonia oficialista, patrocinada por la Iglesia Católica con el consenso institucional, participaban mayoritariamente los representantes de la seudoburguesía local y de las capas medias de la población. En su fuero endógeno y exógeno, estos grupos aquilataban el folklore afrocubano como "cosa de negros, un elemento extraño a la nacionalidad que nos retrotraía a una prehistoria bárbara".


Acudían a los responsorios católicos figuras del movimiento cívico por los derechos del negro, en su mayor parte pequeños burgueses, (comerciantes del ramo minorista, profesionales, pro¬letariado artesano industrial, intelectuales, músicos, y otros), con aspiraciones de progreso material y espiritual por intermedio de conciliábulos con esa suerte de mesoburguesía blanca que regenteaba las llamadas "fuerzas vivas" de la población. Esta mimesis conductual se corresponde con lo que Ortíz llamó tercera etapa adaptativa del proceso de transculturación.


La precaria comunión permanecía con cierta estabilidad durante la marcha procesional, que tenía el cuidado de visitar las viviendas de los potentados y principales caciques políticos. Una vez coronado el paseo, se sectorizaba la continuación de los festejos: los encumbrados de la "alta sociedad" se incorporaban al denominado "almuerzo de Santa Bárbara", que en realidad significaba el encuentro de las encumbradas damas de mayor o menor alcurnia, dicho en términos burgueses, que aprovechaban la cita para lucir sus mejores galas, hacer presentaciones públicas y comentar los últimos sucesos nacionales y/o locales.


El elemento masculino, por su parte, aprovechaba el convite para interactuar en materia de negocios o carreras políticas. De este modo, se fue desvirtuando la celebración religiosa hasta convertirse en epítome caricatu¬resco de su esencia primitiva. El aspecto culinario era el que quizás presentaba cierta fidelidad a los orígenes, pues se servía carnero asado como plato ritual. Además, según relata José Alonso Novo, había:


"Un depósito, objeto de una ceremonia que precede al almuer¬zo. De esta agua toman muchas personas de las que participan en el almuerzo. Es agua bendita mediante ciertas ceremonias especiales. Este líquido es algo así como el guardián de la salud y contra las acechanzas de los malos espíritus".


Por la noche se efectuaban bailes de salón con participación de orquestas nacionales y locales contratadas al efecto. Por su¬puesto, había sociedades exclusivas para blancos y otra para negros y mulatos, pues no confraternizaban en los mismos locales. En las llamadas "sociedades de instrucción y recreo" para negros y mulatos participaban los elementos más "blanqueados" de la población etiópica que en el revestimiento de sus estados emocionales renegaban de la cosmogonía afroide, pero en el ínterin sentimental conservaban residuos del culto selvático, que afloraba en la intimidad de los hogares. Se expresaba así, una de las aristas envilecidas del drama existencial de este segmento socioclasista.


Mayor lealtad al sentimiento silvestre del etnos yoruba permeaba el ceremonial de la Capilla de Leguina, (en la calle Delicias, actual 103), mansión del "fundamento" lucumí en la época colonial. El inmueble, primero de madera y luego remodelado y reconstruido con mampostería y placa, era centro de reunión de los más fervorosos creyentes, que no por azar provenían de las capas más pobres de la población. Como en tiempos del cristianismo primitivo, era la gente humilde la más honesta en sus creencias y acudían a ella con la esperanza puesta en un futuro mejor.


En el Ilé Osha (casa templo), el rito comenzaba en el amanecer de la víspera, cuando cuatro devotas de la casa "preparaban" la imagen, la bajaban del trono en su santuario, y la vestían con el ropaje adecuado. En ese momento la imagen escultórica era resguardada de la visión de otras personas. Finalizadas las labores de engala¬namiento la ubicaban en el centro de la capilla o andar de sali¬da, donde permanecía nueve días.


Hacia la una de la tarde del propio día 3 comenzaba el desfile de los devotos, portando flores y velas, así como obsequios y amule¬tos que "les entregaban a la virgen en pago o a cambio de las bendiciones, gracias o beneficios recibidos."


A las siete de la noche se acostumbraba a trasladar el ícono al templo católico, de donde regresaba al día siguiente en peregri¬nación multitudinaria. Durante esas 48 horas se ofrecía en la capilla de Leguina "arroz, quimbombó, harina de maíz, chilindrón de carnero y tostones de plátanos". En el local anexo al Ilé Osha, se desarrollaba el bembé, caracterizado por los bailes e histrionismo, al compás de la rica combinación rítmica del Iyá, el Itótele y el Okánkolo, los tres bimembranófos de Changó.


En la festividad se rinde culto a todos los orishas. Cada uno de ellos tiene cierta cantidad de toques de gran riqueza rítmica a los cuales corresponden cantos, rezos y figuras danzarias que aluden a los pattakíes respectivos. Los cantos son antifonales, dirigidos por el awpón o solista, y secundados por el elbé (coro). El primer y último toque se le dedica a Eleggúa, el que abre y cierra los caminos. También se le canta a las deidades mayores y menores comenzando por los orishas guerreros Oggún y Ochosi, y continuando con quien se le dedica el bembé ú órum en su honor, en este caso Santa Bárbara Changó, seguida de Inle, Babalú Ayé, Ossain, Orisha Oko, Titilayé, Babá, Los Idbeyis, Algayú Solá, Obbatalá, Yeguá, Oyá, Yemayá, Ochún, Orula, Changó, Olokum, Ayya¬guná, y Aggezá; es de tener en cuenta que al inicio y al final siempre se le toca a Eleggúa.


A partir de los años sesenta se introducen algunos cambios, a tenor con las transformaciones sociopolíticas y económicas que se operaron en el país, en virtud del triunfo revolucionario del 1ro de enero de l959. El sentido humanitario y emancipador del nuevo Estado, ensanchó la base social de la liturgia al dignificar los credos provenientes del folklore nacional.


A las seis de la tarde, la figura de ChangóSanta Bárbara hace su presentación ante el abundante público concurrente bajo los acordes interpretados por la Banda Municipal de Música. Este es un momento de éxtasis, verdaderamente conmocionante, donde se realizan además otras filigranas animistas propias de la religiosidad o de esta aparición de la deidad, pero ahora, a los bata añá, jurados o consagrados con los debidos ritos, se suman otros, los aberikulá o profanos de prosapia conga, carabalí, o arará, e inclusos meztizos o creados en Cuba. No empequeñece el debilitamiento de la ortodoxia de algunos grupos de olú batá o tamboreros; el bembé conserva, en su aspecto general, la pureza rítmica y coreográfica de las culturas ancestrales.


Por supuesto, ya no existen elementos inescrupulosos que inten¬ten sacar partido de la fe fanática, y aprovechen los alrede¬dores de la Capilla de Leguina para que no se transforme en una especie de feria comercial, para especular y lucrar explotando la idiosin¬cracia del creyente, como sucedía en el pasado. Importa destacar además, que el proceso alcanzado por la sincre¬tización religiosa, no empalma únicamente al catolicismo y la Regla de Osha, sino que se extiende también a la llamada de Palo Monte, que sincretiza a sus Siete Rayos con Santa Bárbara, de la misma manera que la regla arará o dahomey lo hace con su Ebioso; de esta forma se conforma un ídolo multifacético, en el cual con¬vergen cuatro sistemas religiosos.


En noviembre de l938, Alonso Novo, ya citado en este contexto, emitía juicios que retomamos casi al cierre de este recorrido sucinto por los caminos de Changó en Güines. Refiriéndose al dimensionamiento de este culto, el citado publicista expresaba que: "en él no hay más que la exteriorización de sentimientos y alegrías cuyas raíces psicológicas tienen su asiento en lo más hondo del espíritu, y se trasmiten a través del tiempo. Estas costumbres, arraigadas de generación en generación, no deben, a nuestro juicio, ser consideradas como contrarias al progre¬so y a la civilización. Todos los caminos que arrancan de la antigüedad remota y vienen a nuestros días, están llenos de curvas, de cuestas y de pendientes, sin que por ello dejen de conducir al caminante hacia el fin evolutivo del progreso social".


A seis décadas de estos pronunciamientos se siente el deseo de actualizar los criterios emitidos por el investigador citado, pero momentáneamente, basta con agregar algo más: simplemente saludar todos estos caminos, sobre todo sí en lugar de a Roma condu¬cen a Changó manteniendo nuestra cubanía.


Fuente

Por: Lic. Abilio González . (Investigador Agregado.)