La adoración del nombre de Dios (pintura)
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La adoración del nombre de Dios, pintura al fresco de Francisco de Goya que decora el techo del coreto de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza.
Historia
Tras su vuelta de un viaje de formación a Italia en 1771, Goya recibe el encargo de decorar al fresco la bóveda del Coreto de la Basílica del Pilar en Zaragoza, con una pintura sobre la adoración del nombre de Dios, su primera obra importante tras volver de este país, con la que deseaba consagrarse artísticamente en Zaragoza.
De la obra se conservan varios bocetos y dibujos preparatorios que muestran mayor atrevimiento que el que adquiere la [[pintura de la [[bóveda tal y como se puede contemplar en la actualidad, aunque es necesario tener en cuenta que esta ha sufrido cuatro restauraciones en 1887, 1947, 1967 y 1991.
Descripción
En su ejecución final, la obra involucra características propias la pintura religiosa católica tardobarroca; se aprecia la magnífica sensación de profundidad espacial conseguida por Goya mediante contrastes de luces y sutiles efectos claroscurales.
Sobre distintas masas de nubes dispuso ángeles, músicos y cantores, que alaban la Gloria de Dios. Los grupos de ángeles están situados a alturas diferentes y, conjuntamente con el movimiento que producen las ondas de las nubes, generan una línea de composición en aspa. El propósito de Goya fue situar las líneas de fuerza de modo tal que se crucen en el centro de la composición. Aquí, además, ello se logra en la parte superior de la misma.
Los ángeles mancebos de los extremos de la composición recogen la atención del espectador y le conducen hacia el triángulo equilátero luminoso del fondo, que en este caso presenta el nombre de dios inscrito en hebreo, que representa a Dios en las tres personas de la Trinidad. El triángulo tiene connotaciones tanto judías como cristianas, sugiriendo el componente divino de la Estrella de David así como también la noción de Santísima Trinidad.
Los cielos amarillentos, dorados y rojizos están dentro de la tradición rococó romano-napolitana. En la parte inferior del cuadro se aprecian una serie de “pentimenti” o cambios, que el paso del tiempo ha desvelado bajo la pintura que los cubría.