Canguro rojo
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Canguro Rojo. Al principio de la llegada del hombre blanco, la población de canguros rojos sufrió una grave recesión a causa de la caza. Un naturalista del siglo XIX observó un número tan bajo de ejemplares, que predijo su desaparición. Sin embargo, ésta no se produjo gracias a la adaptación del canguro rojo a ambientes desérticos, en los que los cazadores apenas se aventuraban.
Por su tamaño, era considerado un buen trofeo, pero, superada esta primera época, eso le salvó, pues no era una presa fácil para los animales introducidos. Además, se benefició de la instalación de granjeros en zonas del interior, pues ello comportó la presencia de agua. Este hecho ayudó a aumentar su tasa de reproducción, lo que se ha mantenido a lo largo de los años y ha provocado que hoy haya una superpoblación.
El crecimiento de la población compensa las muertes por atropello, que no son pocas, pues los canguros suelen concentrarse en las carreteras al crecer en ambos márgenes suculentas franjas de hierba, alimentadas por el agua de lluvia que rechaza el asfalto. También compensa las víctimas de los cazadores: cada año, los equipos de control cuentan el número de ejemplares y determinan la cantidad que podrá cazarse legalmente el año siguiente, que puede ser de varios millones. Fruto de todos estos factores, hay por lo menos diez millones de canguros rojos.
Sumario
Anatomía del canguro rojo
El canguro rojo no sólo es el canguro, sino también el marsupial vivo de mayor tamaño, pues los machos viejos pueden acercarse a los 85 kg de peso y superar los 2 m al erguirse sobre sus enormes patas posteriores, sin contar con la cola que puede superar el metro de longitud.
- Cabeza: Un carácter distintivo con respecto a las demás especies es la franja blanca que presenta en la mejilla. La parte frontal del hocico es blanquecina con manchas negras o marrones oscuras y el extremo está parcialmente desnudo (sin pelo). Las orejas poseen largos pabellones auditivos orientables. La dentición consta de incisivos para cortar la hierba y numerosos molares (16) para triturarla bien.
- Cola: En los machos adultos puede superar el metro de longitud. Muy musculosa y potente, sirve de apoyo en reposo, especialmente cuando el animal se yergue para otear el horizonte. Cuando camina lentamente, es un punto de apoyo muy importante para poder desplazar las enormes patas posteriores. En la locomoción rápida sirve de balancín y actúa como contrapeso del resto del cuerpo en los grandes brincos.
Ciclo vital
El embrión
Concebido meses atrás, el embrión nace cuando la cría anterior que hasta entonces ocupaba, la bolsa se vuelve independiente. Ha permanecido en estado latente esperando el momento oportuno, pues es tan débil e indefenso que cualquier otro inquilino lo aplastaría sin remedio. Cuando nace es una pequeña masa de carne rosada del tamaño de una alubia que, desprovista de vista y oído, debe encontrar el camino desde la vagina hacia el marsupio. Antes del nacimiento, la madre lame y limpia esta zona, y el pequeño sigue el rastro de la saliva. Sus patas traseras aún son pequeños apéndices inservibles, por lo que utiliza las “manos" para arrastrarse, y en poco más de tres minutos recorre los l4 cm que separan la vagina del marsupio; si no lo consigue, morirá sin remedio. Una vez ha remontado el trayecto, entra en la bolsa y se agarra a un pezón. Durante meses, su único alimento será la leche materna.
Sincronización
A los dos días de haber nacido el embrión, la hembra ya entra en celo, lo que es detectado por los machos gracias al peculiar olor que emite. En seguida se apareará con el dominante, que peleará por ello si es necesario. El óvulo será fecundado, pero sólo se dividirá unas cuantas veces, permaneciendo en un estado de blastocito latente muy precoz (no es más que un grupo de menos de cien células y de un cuarto de milímetro de longitud) dentro del útero. Transcurrido más de medio año, únicamente reanudará su desarrollo cuando la cría que hay en el marsupio lo abandone. Entonces crecerá durante un mes hasta convertirse en el pequeño embrión que nace y se introduce en la bolsa. Los canguros son unas eficientes máquinas de procrear que actúan en tres fases perfectamente sincronizadas: mientras la madre presta protección y los últimos cuidados a la cría que ya está fuera de la bolsa, otra va creciendo dentro al tiempo que una tercera espera en el útero su turno para empezar el ciclo.
La vida libre
Después de pasar unos ocho meses en la bolsa, el pequeño canguro ya está suficientemente crecido como para salir. Todavía seguirá mamando durante bastante tiempo, pero paulatinamente irá sustituyendo la leche por bocados de hierba, la madre asea a su cría y la vigila siempre, pues resulta un plato apetecible por los depredadores. Ante el menor peligro, el joven entrará en la bolsa de nuevo y permanecerá allí hasta que desaparezca la alarma. En seguida aprenderá a desplazarse a cuatro patas, pero tardará en poder correr a saltos como sus padres. La madre, en cambio, puede brincar a la carrera perfectamente con su cría crecida dentro del marsupio. Si es un macho, con el crecimiento adquirirá un pela]e más rojizo. Cada día pasará menos tiempo en la bolsa y sus salidas serán más temerarias. Se encuentra en un período delicado de su vida, pues es demasiado grande para que su madre con otras crías que atende lo proteja, y demasiado pequeño para escapar con rapidez y eficacia de los depredadores. Por ello se encontrará más seguro junto a los demás jóvenes del grupo.
Depredadores
Antiguamente, las tierras australes estaban pobladas de criaturas enormes, como el lagarto monitor gigante, que con sus 7 m de longitud y más de 600 kg de peso sin duda daba buena cuenta de los antepasados de los canguros. Pero en la actualidad ya no quedan depredadores de este tamaño. Hay marsupiales carnívoros, pero la mayoría son diminutos y ninguno puede atacar a los grandes canguros. Para encontrar los que sí lo hacen hay que salir del mundo de los marsupiales: algunas serpientes, águilas, el dingo (un perro salvaje que acosa en grupo a los adultos del canguro rojo) y el hombre.
Los habitantes originarios del continente llegaron a Australia hace miles de años y, aunque cazaban lo que podían, no hay noticia de que causaran extinción ni merma de ninguna especie de canguro. En primer lugar por su número, que siempre fue, y sigue siendo, muy pequeño. Y en segundo lugar por sus procedimientos. Uno de ellos es el de provocar incendios, lo cual no es tan grave como pudiera parecer, ya que en ecosistemas no boscosos los incendios renuevan la vegetación y favorecen el rebrote de plantas que sirven de alimento a los canguros. Algunas gramíneas incluso necesitan los incendios para crecer mejor.
Otra de las técnicas de caza de los aborígenes es tan conocida como ingeniosa: está basada en el empleo del boomerang. Con esta original arma voladora pueden alimentarse, pero nunca alterar los ecosistemas. De hecho, los aborígenes sienten un gran respeto por marloo —así llaman al canguro rojo: en una preciosa leyenda relacionan el carácter bípedo de los hombres con los canguros.
Una guardería ambulante
Sin duda, el rasgo más aparente de los canguros es su marcha a saltos pero, desde el punto de vista biológico, quizá sea más sorprendente el marsupio o bolsa marsupial. Su existencia constituye una ingeniosa solución, única en el reino animal (aunque compartida con otros marsupiales), que no sólo permite la eficiente reproducción en tres fases, sino un cuidado de la cría a un nivel máximo, superior incluso a la tradicional protección de los mamíferos más evolucionados. Es conocida la importancia de esta protección en la supervivencia de la prole y, por tanto, en la pervivencia de la especie.
El marsupio es como una guardería completa: proporciona a la cría alimento, calor, descanso, seguridad. La hembra no necesita emitir sonidos de alarma (como hacen los ungulados) para que su cría la siga en caso de peligro: basta con huir presta, sabiendo que su cría está segura en su interior. Ésta no sale si no es imprescindible: cuando ya está crecida y alterna la leche con hierba, asoma la cabeza para intentar arrancarla, pero sin llegar a salir de la bolsa. Y cuando ya es tan grande que está más tiempo fuera que dentro, acude a ella para mamar. Tomará una leche de composición distinta a la que toma simultáneamente el embrión que ya ha nacido y que se encuentra dentro del marsupio.
Aún en el exterior, la madre limpia a su retoño, le protege del calor, le instruye, siendo difícil encontrar una relación madre-hijo más estrecha. El joven intenta volver a la bolsa con cualquier excusa y, por supuesto, siempre que detecta un peligro; entonces se tira de cabeza en ella. Y lo hace hasta cuando no cabe: se le puede ver dentro con la cabeza y las largas patas que sobresalen ampliamente.
No se puede por menos que reconocer que, a pesar de sus rasgos de primitivismo, mientras sus parientes luchan por sobrevivir o sencillamente se extinguen, el canguro rojo ha sabido congeniar soluciones tan ingeniosas como el mecanismo de salto y la bolsa marsupial, se ha adaptado a un ambiente hostil y desértico, y ha superado el choque que supuso la invasión del hombre, convirtiéndose en la especie dominante del desierto de la Térra australis.
Fuente
- Cabrera; Ángel, Lozano; Luis, Maluquer; Joaquín. Historia Natural: Zoología. (Barcelona; de librería y Ediciones, 1976) 262-264
- Elena Marco y Manuel Mongini. World encyclopedia of animals. (New York: Greenwich House, 1984) 177-178