Idioma romance

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Lenguas Romance
Lenguas Romance


Género:
Idiomas provenientes del latín



Los idiomas romances derivaron de una “protolengua”, el latín, idioma indoeuropeo del grupo itálico que comenzó a hablarse en el Lacio, región del centro de Italia.

El denominado “latín vulgar” fue el que sentó las bases para crear una gran familia lingüística, pues era el hablado en el Imperio romano. Se difundió, pues, conforme las legiones romanas conquistaban nuevos territorios.

Así impusieron esta lengua para llevar a cabo principalmente las funciones administrativas. El “latín vulgar” logró mantener cierta uniformidad, pero con el paso del tiempo dicha rama fue variando de región a región.

Orígenes

Al sobrevenir el fin del dominio romano, el latín se transformó hasta dar origen a las lenguas romances.

Latín medieval y Lengua vernácula

El uso de glosarios es conocido desde época muy antigua; estaban destinados a facilitar la interpretación de los textos latinos. Cuando el Latín escrito se fue alejando de los modelos clásicos, la necesidad de utilizar estos lexicones fue mayor. Por ello proliferaron en toda la Romania; particularmente numerosos fueron tras la desmembración del Imperio, en el Siglo V. Constituyen la base documental del gran "corpus" de la latinidad medieval recogido por Du Cange en el Siglo XVII.

Seguramente de la variedad y riqueza de estas fuentes documentales surgió la idea de la existencia de un latín medieval, distinto del latín clásico y sobre todo, opuesto a él en cuanto lengua destinada exclusivamente a la escritura. Por eso durante un cierto tiempo la pregunta que se hicieron los filólogos acerca de este asunto era la de cuándo dejó de hablarse latín.

Para algunos, la lengua hablada en época visigótica ya no era latín, sino protorromance, en cuanto que en él se manifestarían ya muchos de los procesos evolutivos que después se desarrollarían de manera diferente, dando lugar a las distintas lenguas romances. Por tanto, en las fuentes escritas de la época visigótica se manifestaría una lengua artificial, aprendida por unos pocos en la escuela, que no coincidiría con la lengua hablada.

En la Península Ibérica no puede hablarse de latín medieval hasta después de la invasión musulmana, cuando la fragmentación política y territorial, unida a una grave depauperación cultural, aceleró los procesos evolutivos que dieron lugar a las lenguas iberorrománicas.

Si echamos la vista hacia la Galorromania, la situación es completamente diferente; el Imperio carolingio había favorecido, como elemento añadido a su intento de recuperación del antiguo Imperio romano, una restauración de la latinidad, lo que provocó el alejamiento de la lengua de la escritura del uso oral, que correspondería a la naciente lengua romance.

Es evidente, pues, que entre la Iberorromania y la Galorromania se dieron situaciones muy diferenciadas: degradación cultural en la primera, culminación de un proceso restaurador de la latinidad en la segunda. Algunos filólogos, como R. Wright, ven en ello la razón de que no deba hablarse de latín medieval antes de la refonna carolingia. Para él, ese concepto es aplicable únicamente al latín nacido en las escuelas carolingias, que había de trasladarse por medio de la reforma cluniacense a la Península Ibérica.

Por tanto, en el caso de Hispania (dejando al margen a Cataluña por su vinculación especial con el reino Franco), no podría hablarse de latín medieval hasta después de 1080, año de la fundación del monasterio de San Juan de la Peña, con el que se inició la influencia cluniacense en España, el abandono del rito mozárabe, la instauración de diócesis con obispos de procedencia franca, la influencia política ultrapirenaica, la creación de colonias francas en numerosas villas, etc.

Su tesis es que hasta la reforma cluniacense, en Hispania se utilizaba un vernáculo común que se trasladaba a los textos escritos de acuerdo con una ortografía que producía la apariencia de una lengua distinta a la común. Esto es, existía un monolingüismo básico que correspondería tanto a las manifestaciones orales como a las escritas, aunque éstas estuvieran recubiertas por una apariencia de latinidad. De este modo, el latín medieval sería sólo el latín postcarolingio.

Esta hipótesis ha sido tenazmente mantenida en los últimos quince años por el hispanista británico. La tendré en cuenta para valorar la función que los glosarios medievales desempeñaron en tanto en cuanto que ello ilumina algunos aspectos de la historia de la Lengua española.

La situación en el periodo visigótico

Imágen épica de los estudiosos del latín

Los latinistas, y de modo particularmente relevante Díaz y Díaz2, han estudiado la situación lingüística en la época visigótica. Frente a la idea muy extendida de que ésta es una época de gran decadencia cultural, prevalece actualmente un juicio mucho más benévolo: durante el Siglo VI y el Siglo VII hubo un período de progresiva recuperación de la latinidad, aunque este proceso adoptó la forma de recopilación de saberes más que de creación de saberes nuevos.

Para algunos, la época de San Isidoro fue un verdadero modelo para Europa, ya que se fomentó el aprendizaje de la lectura y de la escritura, se recogieron fuentes gramaticales clásicas, principalmente de Donato, y se difundió, al menos entre la elite social y cultural visigótica, el saber de la época. En lo que ya no coinciden historiadores y filólogos es en describir la situación lingüística "real".

Para la mayoría, Díaz y Díaz entre ellos, hay que hablar de la pervivencia del latín imperial, aunque con rasgos de evolución propios y, con toda seguridad, con la existencia de otros rasgos evolutivos que serían la manifestación incipiente de procesos posteriores de transformación. Se ha sostenido, por el contrario, que la lengua utilizada por san Isidoro, lo mismo que otros escritores posteriores como Julián de Toledo, responde al vernáculo común, trasladado a la escritura al modo latino.

Sería inadecuado entrar aquí a analizar los argumentos en favor o en contra de una u otra opinión. Lo cierto es que los textos de la época, no sólo las Etimologías, sino también los numerosos sermonarios y penitenciales que se copian en este período, reflejen o no la pronunciación vernácula o latina (extremo éste inverificable porque san Isidoro no hace distinciones a este respecto), reflejan una sintaxis básicamente latina, aunque con ciertas peculiaridades:

  • Se mantiene el régimen de casos y las formas de concordancia.
  • Siguen vigentes las formas sintéticas de la voz pasiva.
  • El orden de palabras responde a la relación casual.

Si a partir del Siglo VIII, el mozárabe, continuación lingüística natural de la época visigótica, ofrece una estructura gramatical radicalmente diferente, mal podemos aceptar que la lengua de los textos de san Isidoro fuera la del vernáculo común. Claro está que el obispo hispalense, y con él la reducidísima minoría intelectual de su tiempo, podría hablar de manera muy próxima al modelo escrito, pero no podemos extender esta situación a la del común de los hablantes. Que la evolución de TY, CY estaba en marcha era evidente, lo mismo que la tendencia a la pérdida de la cantidad vocálica y muchos otros fenómenos más que podrían citarse.

Más difícil es determinar hasta qué punto las diferencias sociolingüísticas (no territoriales, ya que nada autoriza a señalar áreas dialectales en sentido estricto), anuncian diferencias idiomáticas. Los habitantes de la Iberorromania del Siglo VI y el Siglo VII hablaban latín, claro está, pero en el sentido de que las variantes que pudiera contener ese latín eran la evolución natural del latín imperial hablado, cada vez más diferenciado de la escritura, en cuanto que ésta estaba sometida a normas de la gramática y de la retórica. Cuando un hablante pretendía aprender la lectura o la escritura tenía que hacerlo sobre la técnica tradicional latina y, por tanto, pretendía escribir en latín.

Parece difícil aceptar que todavía en época visigótica hubiera distinciones idiomáticas entre latín y lo que habría de ser vernáculo romance y, mucho menos, conciencia de esa diferenciación, lo que no impide que ciertos fenómenos evolutivos, no sólo fonéticos, sino también morfológicos y sintácticos, estuvieran en marcha, aunque con distinto grado de consolidación en relación con los estratos socioculturales de hablantes.

No es menos cierto, sin embargo, que los usuarios de textos escritos necesitaban a menudo ayudas para interpretarlos. Éste es el origen de los glosarios que comienzan e redactarse en toda la Romania. Los comentarios y aclaraciones a los textos clásicos constituyen el origen de la tradición glosística que había de llegar a la Edad Media. Tales comentarios fueron cada vez más necesarios, a medida que la cultura clásica fue haciéndose más repetitiva y menos original.

En principio, pues, las glosas no eran repertorios léxicos, sino comentarios variados a textos que era preciso explicar. A veces, tenían la forma de diccionarios, pero la intención de sus redactores no era la propia de un lexicógrafo, sino la de un recopilador del saber. A la caída del Imperio florecieron los glosarios, siguiendo el ejemplo del más famoso de ellos, las Glosas de Plácido Gramático.

Surgió al mismo tiempo un tipo de obras, con mayor carácter lexicográfico, constituido por repertorios de sinónimos y de "diferencias de palabras". De entre los primeros destacan las famosas Synonima ciceronis o Synonima colligere. Las Etymologiae de San Isidoro contienen dos libros dedicados a distinguir palabras de significado o forma próximos, que adquieren un carácter enciclopédico más que lexicográfico. Por otra parte, el Liber X de las Etymologiae, De vocabulis, sí constituye un verdadero repertorio lexicográfico. Lo cierto es que al llegar al Siglo VIII, período -no lo olvidemos-en que se produce la fragmentación lingüística general de la Romania, hay en toda Europa una verdadera tradición glosística consolidada.

El Liber Glossarum, que circuló ampliamente por gran parte de Europa, quizás de origen hispano visigótico, es el cuerpo de glosas más importante de la alta edad media. Estas glosas, junto con muchas otras, constituyeron las fuentes de donde se nutrieron las glosas particulares que habrían de aparecer posteriormente, y entre ellas las glosas hispánicas del Siglo IX y Siglo X.

Estos glosarios no "traducían" al romance; eran glosas de latín a latín, o, si se quiere, de latín de los textos escritos a latín común. Su necesidad se hizo más evidente a medida que se consolidó la disociación idiomática entre la escritura y la oralidad, proceso que ocurre para Hispania entre el Siglo VIII y Siglo XI. No puede sorprender, por tanto, que sea precisamente en el novecientos cuando aparezca el Glosario contenido en el códice 46 de la R.A.H. al que me referiré más adelante, y que al decir de sus editores es "el primer diccionario enciclopédico de la Península Ibérica".

La interpretación que se ha hecho del proceso de elaboración de los glosarios se ha basado en la idea de que unos eran copia de otro o de otros, de tal manera que los distintos glosarios constituirían una cadena en la que sería fácil apreciar el modo en que se habían adaptado total o parcialmente. Esto estaría facilitado por el hecho de que, con frecuencia, los glosarios devenían en vocabularios o lexicones que resultaban de la compilación de las glosas de un autor o de una obra determinados.

También manuales de enseñanza y gramáticas sirvieron de fuente para elaborarlos. Por eso es fácil encontrar en los glosarios indicaciones gramaticales más que lexicográficas. No hay que descartar, sin embargo, la hipótesis de que algún glosario no fuera el resultado del acopio de materiales anteriores, sino obra original de un autor que actúa por necesidades ocasionales. Más adelante, examinaré si esta hipótesis es aplicable o no a las glosas emilianenses. Lo cierto es que, como explicó Díaz y Díaz, los glosarios constituían obras complejas, en las que se mezclaba información lingüística (léxica y gramatical) con información cultural.

La situación cultural y lingüística de Iberorromania era radicalmente distinta de la que ofrece la Francia carolingia. La distancia que existía ente San Isidoro de Sevilla, restaurador de la latinidad visigótica, y Alcuino, recuperador del latín imperial, era abismal. Ello obedece, entre otros muchos factores, a uno esencial: Alcuino es el intérprete intelectual del intento de restauración imperial de Carlomagno.

Ese intento necesitaba de la restauración lingüística porque no se concebía otra cultura que no fuera la que se expresaba en latín. Pero no debe olvidarse que Alcuino muere en 805 de n.e y ya en el año 842 son los Serments de Strasbourg, que obligan a utilizar el romance en un acto solemne de gran trascendencia política y jurídica. Ahora bien, deducir de esa diferencia que en Hispania no existió el latín medieval hasta después de 1080 hay un gran trecho que, no está suficientemente justificado.

Latín y romance entre los siglos VIII y XI

Oración cristiana en Latín antiguo

Si para la época visigótica hay que suponer una situación lingüística relativamente uniforme, pero atravesada ya por importantes variaciones sociolingüísticas, cuyo estrato más bajo constituiría el llamado protorromance, a partir del año 711 la situación cambia completamente. Fragmentación territorial y decadencia cultural arruinan la ya debilitada relación entre oralidad y escritura.

Las consecuencias están descritas por Menéndez Pidal en sus Orígenes del español. De una parte, se aceleran y generalizan las incipientes tendencias evolutivas presentes ya a finales de la época visigótica: el mozárabe es su heredero directo. De otra, cada uno de los núcleos territoriales que habían resistido la invasión musulmana, desarrollan esas mismas tendencias y generan otras nuevas que darán lugar a la división lingüística de la Iberorromania, con las peculiaridades, bien conocidas, de Cataluña, sometida a la influencia francesa desde la época carolingia, y de Galicia, que no sufrió el embate de la conquista musulmana.

La creación escrita no se interrumpió nunca. Los cenobios visigóticos y mozárabes conservaron celosamente antiguos manuscritos visigóticos, principalmente colecciones homiléticas y sermonarios, y, con ellos, la tradición de los escritorios. La Rioja es una región privilegiada en este sentido. Bien conocida es la existencia de pequeños monasterios en la Rioja alta y en la llamada "Riojilla burgalesa", de donde proceden algunos de los manuscritos que se conservan en San Millán.

Se sabe que los clérigos tenían la obligación de leer en voz alta, con recitación rítmica o cantados, según los casos, los textos litúrgicos. Esto significa que era necesario aprender a leer y, en su caso, también a escribir. Conviene recordar, no obstante, que una gran parte de los clérigos sólo aprendían a leer y que la escritura era tarea de artesanos especializados y de clérigos cultos. No es fácil describir en qué consistía aprender a leer.

En una primera etapa parece que sólo se trataba de identificar las litterae con los sonidos, ¿pero cuáles: los latinos o los romances? Tenemos que pensar que, en un primer momento, aprender a leer y escribir coincidía exactamente con aprender latín, puesto que no existía tradición de escritura romance antes del Siglo X. La necesidad de transcribir con nuevos signos gráficos sonidos que no existían en latín no surge hasta el Siglo X y el Siglo XI.

La descripción que hace Menéndez Pidal de la ortografía en la época de los orígenes de la lengua, nos atestigua la existencia de una tradición que venía gestándose lentamente. Documentos castellanos, leoneses y aragoneses del siglo XI muestran diferencias ortográficas que parecen corresponder a técnicas de escuelas distintas. Hay que advertir, sin embargo, que las diferencias entre oralidad y escritura no pueden limitarse a la relación que existe entre grafía y sonido, sino que tiene un carácter mucho más importante: atañe a la gramática (morfología y sintaxis) y también a la organización del discurso, esto es al tipo de texto que trata de construir el redactor.

En el origen de las lenguas romances, el paso de la oralidad a la escritura está ligado a la aparición parcial de rasgos que eran exclusivos de la lengua hablada en los textos escritos. ¿Cómo se produjo ese proceso? La cuestión se ha planteado en los últimos años en torno a la siguiente pregunta: ¿los redactores de documentos eran hablantes de una lengua única (el vernáculo o romance) o seguían usando también el latín, o un cierto latín, como lengua de la escritura, diferenciándola idiomáticamente de la lengua común?

El análisis de los textos románicos permite establecer la tesis de que el proceso es homogéneo en todas las lenguas románicas, quizás con la excepción del sardo. Parece prudente partir de la idea de que en el paso de la oralidad a la escritura no existe una secuencia lineal continuada, sino que se trata de un proceso condicionado por diversos factores, entre los que seguramente el más importante es el tipo de texto que trata de escribirse. El proceso es, claro está, progresivo, pero no desarrollado con uniformidad cronológica. La inserción de los rasgos orales en la escritura habría dependido, entre otros, de factores como los siguientes:

  • Del saber del redactor (clérigo, notario, mero copista, etc.).
  • De la forma de discurso elegida.
  • Del tipo de texto, según que su contenido estuviera más o menos cercano a las necesidades informativas del usuario del documento.
  • Del saber del receptor.

Hay redactores de textos (sean estos meramente informativos -documentos- u obras litúrgicas o literarias) que conocen no sólo el arte de la escritura, sino también la lengua convencional que la tradición ha consagrado, esto es el latín, propio sólo de la escritura. Así ocurre con los redactores cancillerescos que escriben crónicas en latín ( Cronica Adefonsi imperatoris, Cronica Roderici, Cronica Silense, Cronica Najerense, etc.); con el autor del Poema latino de Almeria, del Siglo XII, con los autores de prosas rítmicas y de himnos litúrgicos, pero también con los textos que se utilizaban en la pastoral eclesiástica, principalmente sermonarios y penitenciales. Junto a estos doctos, que son los autores de glosas, existían sin duda otros que sólo sabían redactar determinados documentos siguiendo fórmulas más o menos fijas; eran "profesionales" de la escritura de sólo determinados tipos de texto.

No todos tienen la misma capacidad no ya sólo respecto de su saber latino, sino de su saber de la escritura. En otro plano, había quienes sabían leer o recitar en voz alta, siguiendo el método de una letra igual a un sonido, sin que ello garantizara la comprensión de lo que se leía. En las escuelas medievales aprender a leer y escribir no siempre se correspondía con aprender latín, aunque esto último se produjera casi siempre.

Eso explica el famoso episodio del "milagro" de Berceo sobre el clérigo ignorante que sólo sabía decir la misa de Santa María, es decir que sólo sabía recitar el texto litúrgico correspondiente.

No se trata, concebido en términos sociológicos, de que exista una estratificación lingüística determinada por una escala descendente de latinidad, es decir que hubiera usuarios del latín como lengua única en el plano superior de los doctos y una serie de niveles sociales que mezclarían el romance con el latín, sino de que los textos escritos reflejan la tensión existente entre una lengua común -que desde el Siglo VIII es el romance y una lengua escrita, que la tradición escolar, eclesial, jurídica y administrativa obligaba a ser o parecerse al latín. Existen dos planos de oposición, cruzados transversalmente: de un lado, la tensión entre oralidad y escritura; de otro, la imbricación del romance en el latín y, a su vez, de éste en el romance, al que enriquece constantemente por medio de préstamos (cultismos y semicultismos).

Para dar cuenta del modo en que el romance llegó a sustituir al latín como lengua de la escritura, es preciso explicar cómo funcionan esos elementos transversales, que no se corresponden ni exclusiva ni principalmente con la equivalencia grafía-sonido, sino con la forma de configurar los discursos y, por tanto, de organizar los textos.

Del Latín culto al Latín Vulgar

El “latín vulgar” era diferente del “latín culto”: el segundo se utilizaba principalmente para escribir. De hecho, es la lengua con la que se hicieron aquellos textos que hoy en día conocemos como “clásicos”. Además, era hablado sólo por los miembros de los estratos sociales más altos; en cuanto a su forma y estructura, era rígida y cerrada al cambio. Por su parte, el “latín vulgar” o “discurso plebeyo” tuvo, por decirlo de algún modo, un proceso de desarrollo más libre. Era la lengua del pueblo, de los Comerciantes y de los Soldados.

La ramificación del “latín vulgar” en las diferentes lenguas romances se dio en un proceso continuo, en el que no se han podido trazar líneas divisorias precisas. Entre las lenguas romances podemos mencionar el Italiano, el Portugués, el Francés, el Rumano, el Sardo y el Español.

El italiano es el sistema que ha sido más fiel al latín; mientras que los otros, por su lugar de origen y situación geográfica, a través del tiempo han recibido influencia de familias lingüísticas como la Germana, Eslava, Árabe y, en el caso de América, de diversas Lenguas indígenas. Lingüísticamente, al escuchar cómo se expresan hablantes de diversas lenguas romances, resulta obvio —a pesar de las diferencias— que provienen de la misma protolengua.

Clasificaciones

libro para el aprendizaje del latín

Las lenguas romances se clasifican en nueve grupos, y cada uno puede a su vez comprender varios Dialectos:

Lenguas iberorromances

  • Castellano: conocido también como español. Es oficial en gran parte de España y Latinoamérica. Tiene poca variedad dialectal y se muestra como una lengua muy conservadora, en el sentido de que no ha tenido cambios significativos a través del tiempo o de región a región.
  • Portugués: lengua oficial de Portugal y de Brasil, posee menos dialectos diferenciados y es más conservador que el castellano.
  • Gallego: lengua cooficial en Galicia, España; proviene del portugués medieval.
  • Asturiano: lengua cooficial del Principado de Asturias, España; es utilizada también en otras regiones de aquel país, como León.

Italiano

Tiene más de doscientos dialectos y uno de ellos, el toscano florentino, es la base de la lengua oficial en Italia.

Lengua dalmática

Lengua muerta utilizada en algunas ciudades costeras de Dalmacia —hoy Croacia.

Lenguas galorromances

  • Valón: lengua hablada en Bélgica, donde es considerada lengua regional.
  • Picardo: utilizada en algunas regiones de Francia y Bélgica, donde también se considera lengua regional.

Lenguas francoprovenzales

Conjunto de lenguas en vías de extinción, utilizadas en algunas regiones de Italia, Suiza y Francia.

Lenguas occitanorromances

  • Catalán: lengua cooficial en la comunidad autónoma de Cataluña y en Murcia, también en España, donde no es oficial. En Andorra es lengua oficial y también se utiliza en algunos lugares de Francia. Tiene gran variedad dialectal.
  • Occitano: Término utilizado para agrupar un conjunto de dialectos denominados “oc". Fue muy utilizado en algunas regiones de España y Francia en la Edad Media.

Lenguas retorromances

  • Romanches: se componen por cinco dialectos —sursilvano, sutsilvano, surmirano, puter y vallader— utilizados principalmente en algunas regiones de Suiza.
  • Interromanche: lengua franco romanche utilizada en Suiza para dar unidad a veinte dialectos. Es oficial en la Región de los Grisones.
  • Ladinos: dialectos considerados lengua regional en la zona italiana de Dolomitas.
  • Friulano: dialecto hablado en la provincia italiana de Údine donde se considera lengua regional.

Rumano

Lengua hablada en la antigua provincia romana conocida como Dacia, que fue separada de Rumania. Oficial de Rumania y Moldavia, y cooficial en algunas regiones de Serbia y Montenegro. Es una lengua conservadora de la que derivan seis dialectos:

  • Moldavo.
  • Valaco.
  • Transilvano.
  • Istrio-rumano (en vías de extinción).
  • Megledo-rumano.
  • Macedo-rumano. Hablado en lugares como Albania, Serbia, Macedonia y Grecia.

Sardo

Es una de las lenguas romances más conservadoras, lo que explica su aislamiento geográfico, ya que es hablado únicamente en Cerdeña. Se diversifica en tres dialectos principales:

  • Campidaniano.
  • Logudoriano (considerado lengua clásica)
  • Nuorés.

Bibliografías

  • López García, Ángel: Fundamentos genéticos del lenguaje . Madrid, España, Cátedra. 2002.
  • Cortez, Yves:Le français ne vient pas du latin, Ediciones L'Harmattan, junio 2007, en proceso de traducción al español.

Fuentes