Códice precolombino
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Los códice precolombino. Manuscritos pintados utilizados por los pueblos prehispánicos de Mesoamérica (olmecas, teotihuacanos, mayas, aztecas, etc.), formados por una escritura de carácter logosilábico, es decir, basada en signos logográficos (que designan palabras) y fonéticos (transcriben sílabas), o alfabéticos.[1]
Término
El nombre de códice o codex es aplicado, siguiendo la nomenclatura habitual del medioevo europeo, por mexicanistas y mesoamericanistas (arqueólogos o etnohistoriadores) de manera indiscriminada y general a cualquier manuscrito pintado ―casi siempre mediante glifos― con una tradición explícitamente indígena.[2]
Características generales
Las evidencias acerca de la existencia de manuscritos corresponden a todas las regiones de Mesoamérica, salvo el occidente del actual México, y aunque tenemos datos relativos al uso de la escritura desde finales del periodo preclásico, es en el periodo clásico (300-900 n. e.) cuando este tipo de evidencias se generaliza y es posible que la tradición de elaborar códices pueda remontarse a ese periodo, aunque los que han llegado hasta nosotros pertenezcan en su mayoría al posclásico (900-1521) y al momento mismo del contacto entre indígenas y europeos.[3]
En época precolombina, los indígenas realizaban sus libros en papeles hechos con fibras vegetales procedentes del ámate y el maguey, en pieles curtidas de animales como el ciervo o el jaguar y en lienzos de algodón. El formato más común era el de biombo o acordeón, consistente en una larga tira que se doblaba y plegaba de esa manera. Se añadían, normalmente, unas tapas de madera forradas de piel, por lo que en el aspecto exterior, cuando se hallaban plegados, no diferían mucho de los libros europeos. Una vez abiertos podían alcanzar varios metros de longitud, conociéndose en la actualidad ejemplares que miden más de 14 metros. Debieron existir muchos en época prehispánica, pero la sistemática destrucción llevada a cabo por clérigos, funcionarios y militares, así como su ocultación por parte de los indígenas, han hecho que tan sólo se conserven unos pocos.
Los mesoamericanos reflejaban en sus libros la historia, la geografía, la genealogía, la economía, la ciencia y la religión. La educación de un noble daba una gran importancia al conocimiento de la historia, la mitología y la poesía. Debían aprender a leer y escribir, y eso incluía la composición de poemas, discursos y canciones.
El señor universal entre los aztecas era llamado “huey tlatoani” (‘gran orador’). Estos conocimientos estaban recogidos en sus libros. Gran parte de la literatura precolombina que conocemos nos ha llegado a través de transcripciones al alfabeto latino que se hicieron en el siglo XVI, pero otra parte se encuentra en los códices, cuyo desciframiento va progresando hacia una perfecta lectura. Tras la conquista española, la administración colonial y religiosa continuó permitiendo e incluso desarrollando este tipo de escritura basada en logogramas, tanto por su utilidad comunicativa y económica como para el conocimiento de las antigüedades indígenas, favoreciendo así su evangelización, pero el formato de los libros tendió hacia los cánones europeos de encuadernación y composición por folios y páginas.
Principales códices
Se han conservado pocos códices prehispánicos, pero la técnica se continuó empleando durante la época colonial. En el título de los códices mesoamericanos el nombre de códice va unido al de sus antiguos propietarios o poseedores (Códice o Codex Borgia), de sus descubridores (Códice Tudela), de sus patronos (Códice Baranda), de su supuesta procedencia (Códice Tlatelolco) o de la localidad donde se conservan (Códice de Madrid). Otros términos utilizados como sinónimos de códice son los de mapa, pintura, tira, biombo, rollo y lienzo. El número de códices que pueden ser considerados prehispánicos es difícil de establecer, ya que no todos los autores están de acuerdo en su número. Aun así podemos referir los siguientes: cuatro códices mayas, los de Dresde, Madrid, París y Grolier (en la zona central de México), el Tonalamatl Aubin, el Códice Borbónico, la Tira de la Peregrinación y la Matrícula de Tributos; el denominado Grupo Borgia está formado por el Código Borgia, el Códice Cospi, el Códice Fejérváry-Mayer, el Códice Laud y el Códice Vaticanus; por último, el grupo de Oaxaca occidental lo constituyen el Manuscrito Aubin n.º 20, el Códice Becker n.º 1, el Códice Bodley, el Códice Colombino, el Códice Nuttal y el Códice Vindobonensis.
Aunque hay algunos de estos códices que se leen verticalmente, para la mayor parte hay que hacerlo en sentido horizontal, de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, siguiendo, generalmente, por el lado reverso en sentido contrario. La lectura de cada página es variable, pero, especialmente en los códices de Oaxaca, los glifos forman líneas que en varias ocasiones se leen como en meandro, de arriba a abajo y al revés, dando vuelta en aquellos lugares donde no hay separación lineal. Del conjunto de documentos que se conocen hay veinticinco en formato de biombo. Once proceden de Oaxaca, cinco son los códices del Grupo Borgia; dos proceden del actual estado de Guerrero, cuatro del área maya, y además tienen esta forma el Tonalamatl Aubin, el Código de Tlaxcala y los códices Borbónico y Boturini, así como la Tira de Tepexpan, del valle de México.
Las llamadas “tiras” son manuscritos pintados o dibujados sobre una larga tira de piel o de papel de amate, que puede doblarse o enrollarse y se lee de manera muy diversa. Entre ellas merece la pena destacar los códices Baranda y Moctezuma.
Los rollos son tiras que no han sido dobladas, sino enrolladas, ya que cuando se pliegan pierden su carácter de rollo. Entre los más conocidos destacan el Códice Seldem y el Códice Tulane. Los lienzos son trozos, generalmente de gran tamaño, de tela hecha de algodón, fibra de maguey y otros materiales. Debido a su volumen, suelen estar hechos mediante la unión de varios trozos. Si bien todos los lienzos conocidos son de época colonial, es bastante probable que fuera un formato ya usado en época prehispánica, aunque, debido a los materiales, no se ha conservado ninguno.