Cadena operativa

Cadena operativa
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Concepto:La técnica es al mismo tiempo gesto y herramienta, organizada en cadena a través de una auténtica sintaxis, que da, a la vez, a la secuencia operativa, su estabilidad y su flexibilidad

La cadena operativa, es una expresión que el arqueólogo André Leroi-Gourhan adaptó de la Etnología tecnoeconómica en los años 60 para referirse a un método de investigación que le permitiría llevar a cabo un estudio más completo de los vestigios arqueológicos resultantes de las actividades técnicas prehistóricas.


Los antecedentes más directos del concepto desarrollado por el investigador francés están en los trabajos de Marcel Mauss, quien, en 1947, subraya la necesidad de estudiar cada etapa del proceso de fabricación de una manufactura desde la materia prima hasta el objeto terminado. Algún tiempo después, en 1953, Marcel Maget (alumno de Mauss, entre otros) propone la locución «cadenas de fabricación» (chaînes de fabrication) que, como se ha señalado, fue remodelada por Leroi-Gourhan dándole su interpretación actual (chaîne opératoire): «La technique est à la fois geste et outil, organisés en chaîne par une véritable syntaxe qui donne aux séries opératoires à la fois leur fixité et leur souplesse» Con el tiempo, este concepto etnológico, aplicado a la Prehistoria ha resultado ser metodológicamente muy potente tanto para organizar los datos arqueológicos, como para rellenar los vacíos de información. Una vez se ha podido madurar el proceso y, a medida que la experiencia ha ido creciendo, se han podido llegar a deducir con cierto detalle las opciones del artesano prehistórico, sus esquemas mentales y sus estilos a la hora de alcanzar sus objetivos. La cadena operativa se ha desarrollado especialmente en lo relativo a la industria lítica, pero también se ha aplicado al hueso, la cerámica, la piel, la metalurgia... El método tradicional de observación y registro de simples datos materiales no da más que visiones muy parciales del mundo prehistórico, algo así como fotogramas sueltos de un largometraje sin organizar entre ellos. Aunque se reuna un enorme corpus de conocimientos, la confusión puede hacerlos inútiles si no se conoce el orden concreto en el que los datos han de ir colocados. Este problema se agrava a causa de los grandes vacíos, que quedan totalmente en la oscuridad (por la imposibilidad de estudiarlos o, simplemente, porque no están entre los objetivos de la investigación) y, a menudo, sólo pueden ser accesibles a través de métodos indirectos o con el apoyo de ciencias auxiliares. La cadena operativa no sólo ofrece la posibilidad de poner orden, sino también de coordinar los esfuerzos de múltiples disciplinas auxiliares, dotando a cada una un papel concreto en la investigación y repartiendo equitativamente los objetivos, de modo de no haya áreas totalmente abandonadas, frente a otras excesivamente mimadas.

Concepto de cadena operativa

Como se indica en la intruducción, la cadena operativa abarcaría todo el proceso dialéctico entre el ser humano y sus herramientas: desde la búsqueda de la materia prima hasta que se desechan las piezas, pasando por todas las etapas intermedias de fabricación, uso y mantenimiento. La cadena operativa organiza, en una secuencia correcta (o, cuando menos, a modo de tentativa), el empleo que hace el ser humano de los materiales; situando cada objeto arqueológico en un contexto técnico preciso y ofreciendo un armazón metodológico para cada nivel de interpretación. Se pueden encontrar cadenas operativas singulares; pero, lo más corriente es que aparezcan repetidas en varios yacimientos, respondiendo a una misma estrategia aplicada por los humanos prehistóricos en diferentes contextos. Incluso, cuando se identifican varias de esas cadenas operativas en una determinada excavación, o yacimiento al aire libre, nunca estarán completas; pero al cotejar los datos de investigaciones paralelizables, es posible rellenar muchos vacíos. Cuando se recurre al método de la cadena operativa, el objetivo no es la tradicional ubicación de los restos en unas coordenadas cronológicas o culturales, a la manera del paradigma historicista tradicional, sino decidir el orden adecuado que ocupa cada objeto hallado en una excavación arqueológica, dentro de la sucesión de gestos técnicos. Esto se aplica, no sólo a herramientas propiamente dichas, sino a todo tipo de desechos resultantes. La metodológía implícita en el concepto de cadena operativa también se opone a la tipología tradicional, que suele limitarse a los aspectos taxonómicos de muestras forzosamente limitadas y fraccionarias. En la tipología lítica, por ejemplo, se dedica mucha más atención a las llamadas piezas retocadas, a las que considera herramientas auténticas; aparte, tales piezas son consideradas unicamente productos terminados (estáticos), esto es, desde un punto de vista sincrónico, sin tener en cuenta ni la diacronía, ni la dialéctica de su biografía tecnoeconómica.


Elementos básicos de la cadena operativa

Punta bifacial tallada por presión. La procedencia y calidad de la roca, el tipo de soporte, las huellas dejadas por el artesano al fabricarla..., permiten reconstruir en parte su cadena operativa; posteriormente, los vacíos se intentarán llenar con los datos de su contexto arqueológico.
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Según el prehistoriador Pierre Lemmonier, en toda cadena operativa se distinguen tres clases de elementos:

  • En primer lugar, las piezas arqueológicas, no sólo aquéllas consideradas arbitrariamente utensilios, que, a menudo están ausentes, sino también las huellas que exhiben o los desechos que pueden llegar a identificarse como subprodutos de una determinada técnica. Por ejemplo, una pieza tallada por presión porta una serie de cicatrices que nos indican que existió algún tipo de compresor, aunque éste no se haya conservado. Determinados desechos son característicos de gestos muy concretos, y pueden orientar acerca de las etapas que se han seguido en el proceso de fabricación (un asta de cérvido con profundas ranuras habla de una industria ósea desarrollada; la textura de un fragmento de cerámica puede indicar, no sólo si ésta se moldeó con torno o a mano, además, el tipo de horneado a la que fue sometida: oxidante o reductora; etc.).
  • En segundo lugar, la sucesión de gestos observables, es decir, la secuencia técnológica o, lo que viene a ser lo mismo: los procesos técnicos propiamente dichos, que pueden descomponerse en secuencas gestuales o en métodos concretos. Si hablamos específicamente de la piedra, los objetos líticos fosilizan esos gestos en forma de negativos de lascado. Observando atentamente tales cicatrices y comparándolas con sus homólogas conseguidas por medio de la talla experimental en laboratorio, es posible determinar con cierto detalle qué gesto realizó artesano prehistórico.
  • En tercer lugar, los conocimientos y habilidades que pueden haber quedado plasmados en el registro arqueológico. Evidentemente, los artesanos prehistóricos no pueden trasmitirnos directamente sus conocimientos, pero podemos acceder a ellos por medio de la extrapolación y la comparación. Los intentos de recrear sus actividadades en ambientes controlados (como los laboratorios y los arqueódromos) han permitido, poco a poco, desvelar ciertos esquemas conceptuales primitivos, reconociendo la existencia, o no, de un plan preconcebido en el proceso de fabricación, descubriendo las elecciones tomadas por el artesano dentro de las posibilidades de que disponía, su habilidad, su idiosincrasia cultural, sus recursos y sus límites. Tal es el grado de profundización que se alcanza en este campo, que algunos equipos de investigadores han podido hallar testimonios de la trasmisión de habilidades de los artesanos experimetados a los más jóvenes, como ocurre en el yacimiento magdaleniense de Étiolles (Corbeil, Essonne, Francia), donde se ha podido reconocer una autentica escuela en la que se enseñaba a tallar para obtener hojas de sílex. Para ello fue necesario realizar remontajes y reconstruir la cadena operativa lítica para comprobar que dos zonas del mismo yacimiento eran contemporáneas entre sí, a pesar de mostrar claras diferencias en la capacidad técnica.

En cualquiera de estos elementos, el ser humano tenía cierta capacidad de maniobra, que puede variar de un lugar a otro. La cadena operativa debería poder delimitar qué grado de determinismo o qué alternativas existían y, dentro de estas últimas, qué elecciones son propias de una cultura concreta y cuáles son ajenas a ella. En tanto que método de estudio, la cadena operativa también intenta establecer relaciones del subsistema tecnológico con el subsistema económico y con e subsistema social del grupo humano; sólo de este modo será posible demostrar hasta qué punto las piezas, los gestos y las habilidades han sido libremente seleccionadas por el artesano o le han sido impuestas por las exigencias del entorno físico, los límites de su desarrollo técnico o la idiosincasia de su cultura.

Aplicación del concepto

La cadena operativa puede y debe ser diferente en función del paradigma científico o de los objetivos que se hayan marcado los investigadores que estudian un yacimiento dado. En efecto, esto no sólo es una posibilidad, sino una necesidad, dado que, forzosamente, muchos de los eslabones de la cadena son particularmente difíciles de identificar, lo que obliga a que cada proyecto se plantee unos objetivos científicos realistas, dentro de un cuadro general de referencia. Así, la procedencia de la materia prima puede ser identificada sólo en aquellos casos en los que ésta tenga unas características distintivas, fácilmente identificables; desafortunadamente, ocurre a menudo que la materia prima es tan común que resulta imposible reconcer las estrategias de abastecimiento en la Prehistoria. Pero si la materia prima es característica, el nivel de eficacia de la investigación puede llegar a ser muy alto. Algo similar ocurre con el uso de ciertas herramientas, que, gracias al análisis de las huellas de uso microscópicas (o trazalogía) podemos saber cómo y para qué se usaron. Pero ésto ocurre sólo en un número muy reducido de piezas, excepcionalmente conservadas, dentro de la totalidad de la muestra recuperada en una excavación. Más delicadas son, incluso, las incursiones en los sistemas sociales de la Prehistoria. En estos casos es obvio recurrir a paralelismos etnográficos. Sin embargo, los investigadores más audaces no se conforman con el estudio de la cultura material, dirigiendo sus esfuerzos a la posible articulación de todos los datos, gracias la colaboración interdisciplinar, para obtener unos resultados lo más ricos posibles. Se hace necesario establecer un entramado en el que los elementos conocidos se ubiquen correctamente gracias a las interrelación que existe entre ellos, permitiendo reconocer y delimitar el lugar de los elementos desconocidos gracias al hueco que dejan (como en un rompecabezas). Para lograrlo hay que evitar las cuestiones imprecisas y esforzarse por plantear objetivos concretos, inequívocos y que estén al alcance de los medios disponibles. Ya se ha mencionado que la cadena operativa es un método aplicable a múltiples facestas de la actividad económica, e incluso social, del ser humano prehistórico. Posiblemente el vocablo cadena pueda confundir al lector, puesto que en ningún momento se está hablado de de una simple organización lineal de los datos, sino que éstos puden adquirir una estructura profundamente ramificada e interconectada, similiar al de una malla irregular. En efecto, a menudo las cadenas operativas se entrecruzan entre sí. Por ejemplo, el acto de tejer lino conlleva previamente una cadena operativa agrícola, o cuando menos, recolectora en la que intervienen elementos como las hoces con dientes de piedra que, a su vez, ha sido fabricadas a través de su propia cadena operativa (lítica, para los dientes o esquirlas afiladas de piedra, y en hueso o madera para el asidero...). Las posibilidades pueden llegar a ser abrumadoras, de ahí la necesidad de marcarse unos objetivos concretos y realistas.

La cadena operativa aplicada al caso de la talla de la piedra

Esquema simplificado de la cadena operativa en la talla lítica
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El hecho de que las cadenas operativas estén muy desarrolladas en el campo de tecnología lítica se debe, sobre todo, a que los objetos de piedra (al ser recursos abióticos) gozan del privilegio de conservarse en mucho mejor estado que cualquiera de los demás elementos (de origen orgánico y, por tanto, perecedero), y porque en ellos se plasman con bastante claridad las huellas de la acción humana, esto es, su gestos. El modelo ideal más sencillo de cadena operativa en idustria lítica comprendería cuando menos, los siguienes eslabones:

  1. Abastecimiento de la materia prima
  2. Fabricación de la pieza
    1. Preparacion primaria de esbozos o preformas
    2. Explotación de los núcleos para la obtención de lascas (en sentido amplio) o elaboración de piezas nucleare
    3. Acabado de los objetos por medio del retoque o de la rectificación de irregularidades
  3. Utilización y desgaste
  4. Abandono y fosilización

Roger Grace propone que los procesos post-deposicionales y alteraciones tafonómicas sufridas por las piezas en el yacimiento —e, incluso, la estrategia de excavación del mismo—, también podrían formar parte de la cadena operativa.

Suministro de materias primas

Las materias primas pertenecen al contexto geológico. De acuerdo con el tipo de roca, su troceado está sujeto a unas leyes físicas específicas, pero las diferentes variedades de las rocas talladas por los artesanos prehistóricos son innumerables: desde rocas con las que cualquier cosa es posible, hasta rocas de las que es incluso difícil obtener lascas. Las cualidades físicas que hacen que un material sea mejor o peor considerado para la talla son elasticidad, la fragilidad y, sobre todo, la homogeneidad (isotropía) que es la más necesaria para para conseguir unas técnicas de lascado regularizadas y controladas. Las industrias talladas pueden ser estudiadas en términos económicos. Por economía nos referimos —en este asunto en concreto— a la diferente forma de utilizar la materia prima, los soportes, etc. Por ejemplo, si se recogen varios tipos de materia prima en un asentamiento y todos se utilizan indiferentemente para distintos útiles, no hablaremos de una economía de los materiales. Por otra parte, si es posible demostrar que se ha llevado a cabo una elección concreta, si cada roca se destina a distintos propósitos, hablaremos de una economía de la materia prima, o de la talla, dependiendo del caso. Sin embargo, es de vital importancia valorar la calidad y la disponibilidad de la materia prima antes de determinar las alternativas técnicas: no es posible comprobar si el uso de microlitos es una alternativa cultural sin antes estar seguro de que los materiales disponibles permiten elaborar utensilios de gran tamaño. El valor estético de un objeto, apreciado con nuestros ojos y nuestro cerebro del siglo XXI, es otro problema que debe ser manejado con prudencia. Desde hace mucho se han realizado estudios sobre la procedencia de ciertas materias primas exóticas en culturas prehistóricas (sobre todo el ámbar o la obsidiana); pero también es necesario investigar qué cocurría con los materiales líticos vulgares, esenciales para la supervivencia cotidiana. Se presume que cuanto mayor es el desarrollo humano, mayores serán sus posibilidades de elegir, seleccionar y transportar la metria prima. Sin embargo, esta afirmación es demasiado general: es necesario precisar qué ocurrió en cada periodo, en cada región y en cada yacimiento. La identificación de la procedencia de la materia prima debe ir acompañada del estudio de los métodos de obtención de la misma, desde una simple recolección superficial, el transporte desde los afloramientos, o la excavación de minas. Ciertos yacimientos existen precisamente porque allí es posible extraer una roca determinada, es lo que se llaman talleres líticos, pero es necsario determinar si la ocupación es un taller (o talleres) y, además, un área de habitación. Una serie de casos estudiados en Noruega por el investigador Roger Grace le permitieron confrontar varios asentamientos litorales de cronología similar (VIII milenio adC) en los que se siguieron conductas muy diferentes para abastecerse de rocas con las que tallar sus utensilios. Uno de ellos es el de la península de Bølmo, en Finnmark, donde, a pesar de disponer de cuarcita en abundancia, se importaba riolita del continente, con las consiguientes dificultades del viaje, parte del cual había que realizarlo en algún tipo de embarcación. Roger Grace reconoce no ser capaz de discernir si la elección de un material tan difícil de obtener era debida a sus ventajas físicas (facilidad de la talla, eficencia funcional...) o culturales (una característica étnica de los pueblos del oeste de Noruega). Un segundo ejemplo es el de Farsund en la región Sørlandet (sur de Noruega), done el sílex era abundante en las cercanías y los tallistas se preocupaban por elegir sólo los mejores nódulos, de ahí la presencia de algunas rocas con uno o dos lascados, que servían para verificar su calidad, antes de comenzar su verdadera explotación. Por último, en Kvernepollen en Bergen, cuyo ecosistema costero era muy similar al de Farsund, aunque se disponía de cuarcita, se ha podido determinar que se impotaba sílex del interior en forma de productos esbozados (núcleos o utensilios), hojas y grandes lascas; según los estudios del citado investigador británico, el sílex se usaba en tareas ordinarias, previsibles, mientras que sólo recurrían a la cuarcita local cuando surgía algún imprevisto o cuando se les agotaba el sílex (especialmente en las expediciones de caza o recolección fuera del asentamiento principal).

Punta ateriense tallada en sílex autóctono de poca calidad
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Hay áreas geográficas en las que era posible abastecerse de rocas duras adecuadas en todos los soportes necesarios, por ejemplo hojas, hojitas, piezas de gran tamaño, etc. En otras, la materia sólo es apta para fabricar una limitada variedad de objetos. También ocurre que los recursos de una misma región fueron aprovechados de un modo diferente por grupos distintos. Por ejemplo, los aterienses, se resignaron a tallar las rocas locales, mientras que los habitantes de la misma zona (el Magreb) en el Neolítico, realizaban expediciones en busca de los afloramientos naturales de la famosa “roca verde” llamada dacita, que estaba a gran distancia de sus poblados. En conclusión, cuando la materia prima es alóctona, como en el ejemplo citado, la cadena operativa debería intentar averiguar bajo qué forma se transportó el material, si en la cantera se realizó algún tipo de desbastado o preparación previa, o si fueron trasladas ya terminadas al asentamiento. Asimismo, es necesario definir las categorías de objetos en diferentes fases de aprovechamiento:

  • Bloques en bruto, incluyendo los mínimamente alterados, y lascas características de las primeras fases de la talla, es decir, con abundantes restos de corteza natural: la materia prima es acarreada al asentamiento, más o menos en su estado natural (en bruto o con uno o dos lascados de prueba).
  • Preformas de útiles, o núcleos, preparados para la extracción, pero no explotados: La materia prima es acarreada al asentamiento en forma de núcleos preparados y piezas esbozadas (en cualquier caso, inacabadas).
  • Núcleos aprovechados (en diferentes estados de explotación) o, bien, lascas características de determinadas técnicas o métodos de extracción: crestas, lascas de preparación, lascas de reavivado del plano de percusión o de presión de un núcleo. Es decir, desechos característicos, cuya ausencia o presencia puede ser significativa, al indicar si ciertas actividades se llevaron a cabo en el mismo yacimiento o en otro lugar, tal vez una cantera o un taller. La conclusión puede ser similar a la anterior, pero también es posible que se llevaran al campamento productos de lascado en bruto o piezas bifaciales esbozadas.
  • Útiles terminados, soportes sin retocar con huellas de uso, lascas retocadas, piezas bifaciales terminadas y cualquier otro tipo de herramientas...: únicamente se llevaron al asentamiento utensilios (retocados o no) y piezas bifaciales acabadas.

Manufactura (la talla sensu lato)

En este punto, la cadena operativa se propone evocar la sucesión de gestos técnicos, comenzando por piezas concretas, siguiendo por conjuntos o yacimientos y terminando por dilucidar, si fuere pertinente, la evolución de la tecnología lítica, desde el Olduvayense, hasta el final del Neolítico e incluso del Calcolítico, que, a pesar de ser un periodo en el que ya se conocía el metal, es la edad de oro de la talla de la piedra. Según la francesa Hélène Roche, la talla comprende el lascado, la hechura y el retoque, vocablos a los que da significados precisos y restringidos en relación a aquélla. Estos términos describen actividades muy precisas y son tratados en artículos aparte. La palabra “talla” se usa cuando no se pueden aplicar expresiones más exactas, cuando la función y el propósito de un instrumento tallado no ha sido claramente definida. Por ejemplo, un canto tallado: es un núcleo, es un utensilio o ambos. Años más tarde, el australiano Roger Grace (op. cit.), propone separar la talla en tres grandes categorías: la primera es la elaboración de esbozos tanto para piezas nucleares como para núcleos propiamente dichos (primary lithic reduction); la segunda es la preparación de soportes específicos, predeterminados, como lascas, hojas, etc, a partir de los cuales se llegará al útil terminado (secondary lithic reduction); el último paso se limita al acabado de herramientas líticas por medio del retoque (lithic typology).

Cadena operativa (Roger Grace).png

Por otro lado, las estrategias de la talla pueden ser de importancia esencial. Es decir, que en proceso de troceado de la materia prima ciertas elecciones pueden ser ineludibles: sin ellas sería imposible llegar al producto buscado; por ejemplo, los hendidores, los productos Levallois, las hojas o los microlitos..., todos ellos requieren de un determinado método o técnica de talla muy específico. En otros casos, la estrategia es más difícil de evaluar, pues para ciertos tipos líticos existen múltples alternativas y mayores posibilidades de maniobra (caso de las lascas vulgares, los bifaces y, en general de casi todas las piezas bifaciales, así como gran parte de ciertas piezas nucleares, las cuales pueden fabricarse con cadenas operativas muy distintas, llegando, casi siempre, al mismo resultado). Es, en estos casos, donde hay que estudiar por qué se tomaron estas decisiones y no otras.

  • La cadena operativa resulta especialmente sensible al modo en el que el artesano reparte su trabajo a lo largo de la secuencia, ya que, al tratar el proceso como algo unitario y sistémico, puede explicar que, si se dedica más tiempo a selecciónar la materia prima, posteriormente se ahorrará trabajo en la talla, gracias a que una mejor respuesta de la roca evitará fallos fortuitos ulteriores. Siguiendo en la misma línea, si dentro del proceso genérico de la talla, se dedica especial cuidado en fabricar o elegir soportes adecuados, por ejemplo, una lasca de morfología y tamaño preconcebido (lasca Levallois), o una hoja, ahorrará trabajo posterior, reduciendo la hechura a un simple retoque… Esta estrategia de trabajo requiere gran experiencia por parte del tallista y una curva de aprendizaje larga, probablemente transmitida de maestros a aprendices.
  • Cuando, por el contrario, no es posible planificar ni la selección de la roca ni la preparación del soporte, por ejemplo, porque la necesidad de fabricar una herramienta lítica es repentina e insospechada, hay que echar mano de lo que haya en el entorno inmdiato y sustituir la planificiación por la improvisación. En estos casos, el peso del trabajo se traslada a la hechura, ya que ésta tiene más posibilidades para solucionar accidentes imprevistos, sin necesidad de comenzar de cero.
  • Adiccional e independientemente de la estrategia seguida, se producirán una serie de desechos líticos que pueden ser aprovechados para la elaboración de objetos menos exigentes. Esta cisrcunstancia ha sido verificada en varios yacimientos (por ejemplo del Magdaleniense europeo, al final del Paleolítico; o en el Capsiense africano, ya en el Mesolítico), en los que los subproductos de algún método de talla, lejos de ser abandonados, también se incorporan a la secuencia productiva, generalmente para herramientas menos especializadas y más genéricas.

Estas estrategias, presentadas aquí, de un modo muy simplificado (pues existen muchas más), no son excluyentes, muy al contrario, suelen complementarse. En efecto, los humanos prehistóricos, siempre que podían, planificaban con el objeto de minimizar riesgos: situando el énfasis laboral al principio de la cadena operativa (materia prima y preparación del soporte), y recurriendo a la otra estrategia para enfentarse a situaciónes implrevisibles (trasladando el peso del trabajo al final de la cadena operativa: hechura y retoque). La ley general que rige esta parte de la cadena operativa es la de obtener el máximo provecho con el mínimo gasto. No obstante, cuando un objeto tallado prehistórico llega a nosotros, sólo podemos apreciar su estadio final, despues de una vida útil más o menos prolongada. Afortunadamente, existen técnicas que permiten, en ciertos casos, revivir los estadios previos, a menudo funcionales, por los que ha pasado la pieza (que puede haber cambiado mucho, tanto en forma como en utilización, cosa que no ocurre, por ejemplo, con la cerámica). El más accesible es el esquema diacrítico, desarrollado por Michel Dauvois; mientras que el segundo, requiere que el yacimiento se conserve en un estado cuasi original y que la excavación arqueológica haya sido llevada a cabo con una pulcritud extrema, se trata de los remontajes, no inventados, pero sí desarrollados por las escuela de André Leroi-Gourhan:

Ejemplo de Esquema diacrítico
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  • El esquema diacrítico: Cuando se estudia una pieza prehistórica tallada, es posible, si el estado de conservación y la calidad de la roca lo permiten, hacer una lectura de los gestos de quien la manipuló, a través de los negativos de lascado. Ciertas marcas de estos negativos permiten esclarecer cuáles de ellos son anteriores y cuáles son posteriores; así como la dirección de propagación de las ondas de fractura, es decir, el sentido del movimiento de la mano del tallista. Esta información puede ser transmitida a través de un tipo especial de dibujo científico, en realidad un croquis, con una serie de símbolos arbitrarios pero accesibles: dicho diagrama es es lo que se llama esquema diacrítico. El esquema en cuestión se compone de un dibujo en línea clara del objeto, con las aristas de los negativos indicadas por trazos continuos, el orden de los lascados se sugiere con un número (ordinal), la dirección de la fractura se expresa por medio de una simple flecha y la presencia o ausencia de contraconcoide se señala por medio de signos ad hoc en la base de dichas flechas. El esquema diacrítico es una interpretación científica y como tal, debe estár sujeta a las normas del método científico. Del mismo modo, permite compartir una información sofisticada a través de un medio semiológico extremadamente sencillo de interpretar (aunque difícil de elaborar). La profundidad de este método se basa en «el estudio de los caracteres morfológicos, de las penetraciones de los lascados, unos en otros, de los encadenamientos de microlascados trapezoidales, permite establecer la anterioridad de una superficie en otra y, así, demostrar la posición cronológica de unos lascados con relación a otros, y establecer la coordinación, el encadenamiento de los gestos técniccos» (Dauvois, 1976, op. cit., página 194).
Remontaje de un canto tallado. En este caso, el pequeño tamaño del yacimiento, la simplicidad de la pieza y la corta duración de la presencia humana, permitieron reconstruir, virtualmente, todos los gestos, desde el guijarro-soporte, hasta el objeto abandonado in situ.
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  • Los remontajes: Realizar un remontaje no es más que encontrar la relación existente entre diversas piezas que, durante la talla, proceden de la misma cadena operativa. Es decir, se trata de encontrar lascas o trozos de loca cuyas superficies de fractura coinciden, de modo que es posible, en ciertas ocasiones, reconstruir el soporte y recolocar todas las piezas que han sido extraídas del mismo, en su lugar original. Es como realizar la operación inversa a la talla, invirtiendo el sentido del tiempo. Este procedimiento es sumamente laborioso (a veces, una misión casi imposible), pero de una riqueza informativa insustituible. El investigador recoge todos los fragmentos de roca e intenta relacionarlos, como cuando se reconstruye con pegamento un jarrón roto accidentalmente. Los remontajes sólo son posibles en yacimientos excepcionalmente conservados, en los que la erosión haya respetado incluso los trocitos más diminutos; por otro lado, los yacimientos tienen que corresponder a suelos de habitación de corta duración, para que no proporcionen elementos mezclados de diferentes épocas. El campo de acción abarcado por los remontajes supera la simple tecnología de la talla, alcanzando aspectos etnográficos de los grupos prehistóricos, la forma en la que organizaban sus actividades, su espacio vital y sus movimientos por el mismo, en fin, que proporcionan una visión dinámica del yacimiento.

Habida cuenta que los objetos de piedra se conservan mucho mejor que los que estaban elaborados en madera o hueso, es fácil olvidar que las herramientas de piedra pudieron ser sólo una parte más de ciertos instrumentos complejos. Los complementos más habituales son los útiles con mango, como raederas, cuchillos, raspadores, azadas etc; o con astil, como flechas, lanzas, venablos o armas arrojadizas. Otros objetos de este tipo son los apones de hueso, o de madera, armados con una o dos hileras de dientes hechos de piedra, generalmente, microlíticos (pegados con resinas o adhesivos naturales). Similar es la concepción de las hoces de los recolectores mesolíticos o de los agricultores neolíticos, con un mango curvo de madera dotado de un filo compuesto por esquirlas afiladas a modo de dientes. Incluso hasta pasada la mitad del siglo XX se han venido usando en España los trillos, cuya estructura de madera poseía un gran número de lascas de piedra en su parte inferior.

Diente de hoz neolítica.Se aprecia una doble coloración de enmangue
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Las existencia de un pedúnculo o lengüeta en la base de alguna pieza tallada, o de muescas laterales, suele ser indicio de un enmangue. Pero... ¿Cómo demostrarlo cuando la madera, la resina, el cuero, los colorantes u otros materiales no minerales, no se conservan, o no son patentes asimple vista durante una excavación arqueológica? Entonces, es necesario realizar análisis que constaten la presencia de partículas o desgastes microscópicos. En efecto, algunos de estos mangos o complementos pueden haberse conservado el tiempo suficiente como para permitir la formación de una doble pátina (superficies de textura diferente en la misma pieza), fenómeno bastante conocido en las hachas pulimentadas, cuchillos, raspadores, etc. En estos casos, u otros similares, las cadenas operativas de la industria lítica se combinan con las de otros materiales, fusionándose en una sola, lo que complica el estudio (máxime teniendo en cuenta que se trata, a menudo, de utensilios reparados o reafilados; en fin, con un largo mantenimiento). Pese a las dificultadas que ello pueda acarrear para el investigador, hay que tener en cuenta esta cuestión, para no perder la perspectiva: la cadena operativa lítica no es más que una porción, un engranaje más dentro de una maquinaria extremadamente compleja del comportamiento humano.

Utilización

Los avances de ciertas disciplinas no estrictamente arqueológicas, como la Tribología (en especial, el análisis del desgaste de los materiales debido a su uso) han podido ser aplicados al estudio de útiles prehistóricos. De modo que, hoy día, si la pieza reúne las condiciones adecuadas de conservación, puede ser analizada al en el laboratorio y, a través de las huellas microscópicas (abrasión, pulimento, microlascados, lustre...) o macroscópicas (fracturas, melladuras, percusiones...), es posible deducir para qué se utilizó (materiales, sentido del movimiento, intensidad, etc.), es lo que se denomina Trazalogía o estudio de las huellas de uso. Esta es una forma eficaz de completar el penúltimo eslabón de la cadena operativa. Sin embargo, como se ha comentado reiteradas veces, la extremada resistencia de las piezas líticas les otorga un valor añadido, la posibilidad de reutilizarlas y reintegrarlas a la cadena operativa, bien, por medio de un mantenimiento continuo, bien recuperándolas y reciclándolas tras un posible abandono. Así, pues, es más que posible que la pieza haya ido cambiando poco a poco de forma o de función. Otras veces, si el yacimiento está en un lugar visitado repetidamente por grupos humanos, puede ocurrir que se aprovechen desechos como materia prima o como soporte de emergencia. En cualquier caso, hablamos de un reafilado o reavivado de las piezas. Por mantenimiento se entiende un reafilado continuo correlativo al desgaste de una pieza, sin que ésta cambie sustancialmente su función. El reciclaje, en cambio, afecataría a piezas desechadas y puede ir desde un leve cambio de la morfología hasta una transformación total. Así, una raedera demasiado usada puede reafilarse con una técnica especial similar al golpe de buril; una punta de proyectil rota puede aprovecharse como raspador o como perforador, etc. Sólo un complejo estudio del yacimiento durante su excavación unido a experimentos de talla y de utilización, a estudios trazalógicos y a comparaciones etnográficas, puede aportar datos sobre este aspecto de la conducta socio-ecnómica del ser humano (uno de los más difíciles de discernir, dentro de la cultura material). El concepto mismo de «cadena operativa» fue diseñado precisamente para enfentarse a situaciones como ésta, ya que invoca sustancialmente al trabajo interdisciplinar y a la interacción de múltples especialidades científicas.

Abandono

Estrictamente hablando, si la cadena operativa de ocupa del estudio del comportamiento humano, ésta debiera terminar una vez que el utensilio es abandonado. Sin embargo es importante conocer las vicisitudes post-deposicionales de todo yacimiento, y sus posibles alteraciones tafonómicas, para valorar adecuadamente la fiabilidad de la investigación. Por eso, autores como Roger Grace incluyen todo el proceso de fosilización y excavación dentro del concepto de la cadena operativa (op. cit.). Asuntos que pasamos a tratar sucintamente. Desde la acción erosiva natural a la acción antrópica (como la agricultura o las obras públicas, intervenciones humanas que cubren superficies cada vez más extensas o afectan a capas cada vez más profundas), la alteración del yacimiento es un hecho con el que debe convivir el investigador. Desde el punto de vista del estado de los materiales arqueológicos, son cada vez más comunes las piezas líticas desfiguradas por el contacto mecánico con metales, resultando a menudo cicatrices accidentales que imitan los retoques intencionales. Se necesita identificar posibles de puntos de impacto, surcos de herrumbre o múltiples pátinas que, generalmente, permiten detectar las fracturas naturales. Desde el punto de vista general del yacimiento, como bien señalaron Ángel Burillo y José-Luis Peña: cualquier asentamiento primitivo sufre alteraciones de diversa magnitud en las que pueden intervenir factores de origen diverso (naturales o artificiales), las cuales deben ser estudiadas a fondo para ser tenidas en cuenta en el momento de la interpretación espacial del yacimiento, de lo contrario las conclusiones serían erróneas. Hay una infinidad de combinaciones posibles de este tipo de modificaciones, alteraciones y abrasiones. La importancia y la complejidad de los estados superficiales, a menudo imposibles de desenmarañar en el curso de una excavación, necesitan una observación minuciosa en el laboratorio, e implican la mayor de las prudencias en cuanto a los tratamientos infligidos al material lítico durante e inmediatamente después de su exhumación. Cualquier movimiento en falso puede impedir definitivamente ciertas observaciones y determinaciones, particularmente en lo que concierne a los restos de partículas adheridas no evidentes, o a herramientas complejas. La tafonomía es una disciplina aplicada a la paleontología y puede sincronizarse con la sedimentología para explicar los procesos por los que ha pasado un fósil desde su deposición hasta su exhumación. Es una cuestión trascendental conocer el estado en el que se encuentra el yacimiento o cada una de sus secciones, y en qué medida se parece su situación actual a la original, porque eso nos indica la cantidad de información perdida a lo largo del tiempo. No es éste el artículo adecuado para tratar un tema tan específico, pero, a grandes rasgos, se podría decir que se trata de interpretar los fósiles como si de unidades sedimentarias se tratase, registrando su localización, orientación respecto al sistema de coordenadas de referencia que se establece en toda excavación, su deformación (o fractura) y las pautas de su distribución. Casi todos estos aspectos suelen estudiarse con la ayuda de métodos estadísticos asistidos por ordenador (o computadora), los cuales son capaces de distinguir hasta qué punto existe un patrón concreto o si se trata de una disposición aleatoria (natural). Por supuesto, dado que la Cadena Operativa es un sistema que nació antes de la popularización de la informática, ha desarrollado también técnicas analógicas y modelos gráficos de investigación espacial. La aleatoriedad indica la pérdida de la mayoría de la información, es decir, que el yacimiento está en mal estado, pero los patrones no necesariamente indican una buena conservación arqueológica (acorde con el segundo principio de la termodinámica: la entropía). Es posible que tales patrones respondan a algún tipo concreto de acción erosiva que haya orientado las piezas alargadas en un determinado sentido, o haya eliminado las de tamaño inferior, o se aprecie una gradación gravitacional en las partículas. Incluso, aunque en tales ocasiones no queda más remedio que asumir que el yacimiento está en posición derivada, al menos podemos obtener información sobre los procesos postdeposicionales del lugar. Cuanto mejor sea el estado de conservación de un yacimiento, más información proporcionará. En ese caso, quizá sería más adecuado hablar de Análisis de Microespacio en Arqueología, que de Tafonomía; es decir, que estamos entrando en otro nivel de análisis: Los objetos arqueológicos que son hallados en una excavación han sido desechados, tal vez varias veces, ya que pudieron haber sido reutilizados o reciclados. A veces se han dejado caer el mismo lugar donde fueron aprovechados, por lo que estaríamos ante un taller o ante un área de trabajo cotidiano (a menudo reconocibles gracias a los remontajes). En otras ocasiones, los desechos se amontonaron diferencialmente en basureros. También existen contextos de abandono en los que se aprecia una conducta simbólica, como los santuarios o las tumbas. En todos estos casos, la estructura que el arqueólogo excavador puede vislumbrar depende de la minuciosidad del trabajo de campo, la calidad de la recogida de la información y los medios que se desplieguen en el laboratorio, en los últimos tiempos muy fortalecidos gracias al análisis computacional. Si los resultados son adecuados, las conclusiones obtenidas no sólo pueden aplicarse al campo de la economía prehistórica, sino a la organización social o a las categorías mentales, es decir, al ámbito de lo simbólico, incluso a las creencias religiosas.

Conclusión

Parte del gran equipo de Atapuerca, a la izquierda José María Bermúdez de Castro
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Los estudios relacionados con la tecnología prehistórica comenzaron interesándose por la cronología, la cultura y la identificación de determinadas piezas arqueológicas por medio de a tipología lítica. Con el tiempo, la visión sincrónica ha ido dando paso a la idea de que los vestigios del pasado reflejan elementos dinámicos, diacrónicos, cuyo estudio debe intentar abarcar desde las estrategias de adquisición de la materia prima, su transformación y su utilización (ya sean objetos líticos, orgánicos o metálicos), así como su definitivo abandono. Entendiéndolo como un proceso perteneciente al subsistema económico humano. Este cambio ha surgido, en el caso de la escuela francesa de prehistoriadores, debido a la influencia de la etnología estructuralista. Pero, al ser aplicados sus procedimientos a la Arqueología, ha sido necesaria cierta renovación epistemológica. Las tendencias actuales van incluso más allá, intentando acercarse a los procesos mentales del ser humano prehistórico. La Cadena Operativa tiene todo esto en cuenta, por lo que resulta un instrumento metodológico muy potente, pero también excesivamente complejo, que sólo puede ser manejado en equipo, desde un punto de multidisciplinar. En efecto, si un etnólogo, en pleno trabajo de campo, suele trabajar sólo, para ser más discreto e interferir lo menos posible en el grupo que está analizando, el equipo de especialistas es cada vez más numeroso en el caso de la Prehistoria. Mientras el etnólogo puede elegir qué observar, entre varias posibilidades, el equipo arqueológico debe intentar aprehender toda la información posible, pues de otro modo, ésta será irremediablemente irrecuperable.

Fuentes

  • Benito del Rey, Luis y Benito Álvarez, José-Manuel. Métodos y Materias Instrumentales de la Edad de la Piedra Tallada más Antigua (tomo II: Tecnotipología lítica), Salamanca: Librería Cervantes, 1998. ISBN 8495195038.
  • Brézillon, Michel. La dénomination des objets de pierre taillée, Éditions du CNRS, IVe supplément à «Gallia Préhistoire», 1971. Seconde édition. Páginas 292-340.
  • Merino, José-María. Tipología lítica, Munibe. San Sebastián, 1994.
  • Piel-Desruisseaux, Jean-Luc. Instrumental prehistórico. Forma, fabricación, utilización, Ed. Masson. Barcelona, 1989.
  • Fuertes Prieto, Natividad, "Las cadenas operativas de lascas en el yacimiento mesolítico de "El Espertín"", Zona arqueológica , Número 7, fascículo 1, 2006, 553-560. ISBN 84-451-2951-1.