Francisco Antonio Hurtado de Mendoza Veitía
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Francisco Antonio Hurtado de Mendoza Veitía. Presbítero y genio bienhechor de la ciudad de Santa Clara, Villa Clara, Cuba que costeó el antiguo hospital de San Lázaro como asilo de caridad, la Iglesia La Divina Pastora y la gran escuela “Nuestra Señora de los Dolores”. Al morir en 1803, dio una muestra de altruismo al liberar sus esclavos, 65 años antes que lo hicieran los padres de la independencia cubana.
Sumario
Primeros años y educación
Nació en Santa Clara el 4 de octubre de 1724, hijo de Don Juan Hurtado de Mendoza y Doña María Veitía. Desde niño se dedicó al servicio de la Iglesia Mayor en clase de acólito, y es educado allí por el Presbítero Juan de Conyedo.
Muestra vocaciones por el sacerdocio, lo envían a La Habana a continuar sus estudios y casi al terminarlos tuvo que luchar contra la falta de pago que se presentaba como obstáculo para establecerse.
Muere su padre en tales circunstancias, su madre no cuenta con recursos suficientes y debía hacer grandes sacrificios en medio de su viudez para remitirle pequeñas sumas de dinero. A merced de sus esfuerzos, pudo ahorrar una corta cantidad a la que tuvo que unir la caridad de sus parientes y otras personas bienhechoras; fue así como pudo el joven Hurtado ascender al estado sacerdotal, recibe las órdenes el 21 de diciembre de 1748, después de obtener algunos meses antes el grado de bachiller en filosofía en la Universidad de San Jerónimo.
Regreso a Santa Clara
Vuelve a la villa de Santa Clara y se encargó del servicio de la parroquia como teniente sacristán, cuyas tareas desempeñó por nueve años, predicando y llenando las demás coligaciones de su ministerio. Nombrado cura beneficiado el 12 de agosto de 1761, ejerció este destino hasta que renunció en 1769.
Obras benefactoras
El hospital de San Lázaro
Siendo todavía cura, se encargó de erigir un Asilo de Caridad, el antiguo hospital de San Lázaro, construido en 1766. Ese proyecto, que el Cabildo de Santa Clara tomó a su cargo, el presbítero Hurtado le puso un interés tan recomendable, que se ofrece a la Municipalidad costear el edificio, no pasó aquel año sin que quedara concluido.
Construyó al efecto una casa de mampostería y teja, adecuada a las necesidades de la población, en las afueras de la Villa, de cuya obra quedan aún ligeros vestigios. La donó a los enfermos y muchos años sirvió de albergue a los desamparados de la localidad. El establecimiento se sostuvo hasta fines del Siglo XVIII, posteriormente fue dedicado a un depósito de pólvora y este fin lo destruyó.
Iglesia La Divina Pastora
En 1792 el presbítero Hurtado de Mendoza se encargó de construir el antiguo Templo de la Pastora, que tras muchas modificaciones se convirtió en la Iglesia La Divina Pastora en Santa Clara. Aquí invirtió todos sus esfuerzos, pero el proyecto era visto con indiferencia por las autoridades y algunos correligionarios; fue concluido después de su muerte.
Estando próximo a morir, en 1801, fundó una capellanía de $2,500.00 de capital, a beneficio del sacerdote que del templo se encargara, con la condición de que debía vivir en el mismo templo o sus inmediaciones, celebrar misa todos los días, cantar Salve a la Virgen los sábados, rezar por la tarde el rosario y que si podía extender su devoción y celo a favor de los fieles, les leyera los días festivos algún libro instructivo sobre puntos de fe, religión y buenas costumbres, a cuyo efecto consignó a la nueva iglesia algunas de sus obras que consideró a propósito.
La escuela pública “Nuestra Señora de los Dolores”
Otro asunto al que consagró sus esfuerzos, fue la educación pública. La idea de establecer una escuela gratuita y duradera lo llevó a crear el enorme plantel “Nuestra Señora de los Dolores”, que abrió sus puertas a la sociedad villaclareña el 4 de julio de 1794. La escuela Pía (piadosa) funcionó en el hospicio franciscano, (Ermita de la Candelaria) situada en el mismo lugar que ahora ocupa el Teatro La Caridad de Santa Clara. Estaba constituida por una casa de vastas proporciones que edificó a sus expensas, ya que gastó allí la mayor cantidad para sus rentas.
Allí arregló las clases, reglamentó el manejo interior, señaló los ramos de educación, discurrió medios de fomentarlas, cuidó de las reparaciones del edificio, determinó el orden de llenar esta necesidad después de su fallecimiento, y se consagró a los progresos del instituto.
Según los reglamentos de su fundador, comprendía la enseñanza de “lectura, escritura, doctrina cristiana y aritmética”, además de “ayudar a la misa, al santo amor y temor de Dios, obediencia y respeto a los padres, y al conocimiento de todas las otras virtudes, principalmente la humildad, cimiento de todas ellas y fundamento del edificio espiritual, con los demás puntos de fe, religión y buenas costumbres”. Llegó a contar con más de 300 alumnos, admitiéndose “sin distinción alguna entre las clases pobres y acomodadas”. Un análisis hecho en 1857, más de medio siglo después, consignaba que entre todas las escuelas de la villa, los que se educaban no llegaban a la mitad de ese número.
Su deceso
Débil de salud, murió el 15 de marzo de 1803, cuando iba a cumplir 80 años. En el testamento legó la mayor parte de su caudal a su familia, concediendo libertad a todos sus esclavos, con prevención de que vivieran un año en su casa y en cuyo tiempo consideró que podían construir sus casas en solares que les donó. Sus obras predicables las donó a la Iglesia mayor, a la de la Pastora y a los sacerdotes de la villa; y aquellas otras de moral y educación las consignó a la escuela instituida por él, con encargo de destinarse a los niños pobres. El remanente de sus bienes los donó a la construcción y culto de la Pastora; dispuso por último que sus restos fueran sepultados en la misma Iglesia Mayor, lejos de toda pompa y vanidad.
Continuidad a su obra
Tantos esfuerzos a favor de la Escuela Pía en la Ermita de la Candelaria, fueron olvidados después de su muerte; abandonada y sin que nadie cuidara de ella, atravesó períodos de deterioro y las medidas de su fundador, encaminadas a darle estabilidad, cayeron en la indiferencia. El instituto fue reinstalado muchos años después, en abril de 1854, en una nueva escuela con edificio construido para ella en la calle Independencia, esquina a Lorda, con el nombre de “San Juan” en honor al Capitán General Juan de la Pezuela, pero el cambio de nombre fue ofensivo para muchos pobladores de la ciudad de Santa Clara que creyeron que debía perdurar el de su fundador. Allí había una pintura con la imagen del Padre Hurtado de Mendoza pero su deterioro con el paso del tiempo hizo que se perdiera, no quedando constancia de su apariencia física.
Homenaje de su ciudad
En 1886 se inauguró el monumento dedicado al Padre Hurtado de Mendoza y al Padre Juan de Conyedo. En forma de obelisco, ocupa un lugar del actual Parque Leoncio Vidal en el centro de la ciudad de Santa Clara. La iniciativa de su construcción fue de la benefactora de la ciudad Martha Abreu de Estévez y de su esposo Luis Estévez y Romero; pero su costo fue cubierto en parte por el pueblo mediante suscripción pública. El instituto “San Juan” perdura todavía en pleno Siglo XXI como escuela primaria pero se renombró por aclamación popular y hoy se le conoce por el nombre de “Hurtado de Mendoza”.
Fuentes
- Documentos del Archivo Histórico del Museo Provincial de Villa Clara, donados por Fausto Vilches, Presidente de la Comisión de Monumentos de Las Villas.
- Versión basada en el artículo “Iglesia de la Divina Pastora” de Manuel Dionisio González, publicada en Notas de Federación Imprenta López Impresor, Santa Clara 1925, p 61
- “La Divina Pastora: la iglesia de la calabaza” por Ángel Cristóbal García en Periódico Vanguardia.
- Águila Zamora, Heidy. Iglesia La Divina Pastora