Francisco de Borja y Poyo
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Francisco de Borja y Poyo. Capitán General de la Real Armada Española. Nació en la ciudad de Cartagena, hijo de don Felipe de Borja García de Cáceres y doña Ignacia del Poyo y Aurrich.
Sumario
Síntesis Biográfica
Infancia y juventud
Nació en la ciudad de Cartagena a lo largo del año de 1733, siendo sus padres, don Felipe de Borja García de Cáceres y de su esposa, doña Ignacia del Poyo y Aurrich.
Su padre era Capitán de las Reales Galeras, por lo que elevó la petición de la Carta Orden, la cual le fue concedida sentado plaza de guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz, siendo el día 5 de noviembre del año de 1749. Expediente. N.º 508.
Al terminar sus estudios teóricos se le ordena embarcar por primera vez el día 6 de julio del año de 1751 en el navío San Felipe, teniendo así su bautismo de fuego, trasbordando al Reina, permaneciendo entre ambos hasta el mes de febrero del año de 1752, en cuya fecha trasbordo al Septentrión realizando una comisión a Orán, trasbordando al jabeque Galgo con el que cruzó el océano para arribar a Cartagena de Indias, estando aquí recibió la Real Orden de fecha del día cuatro de octubre por la que se le asciende a alférez de fragata.
Quedando en estas aguas embarcado en diferentes buques y por su buen hacer, recibió una Real Orden con fecha del año 1754 con su ascenso al grado de alférez de navío, permaneciendo en sus misiones hasta recibir la orden de regresar a la Península en el año de 1755.
Al arribar se le ordena embarcar en el jabeque Ibicenco, en el que permanece a bordo todo el año de 1756. El día 10 de abril del año de 1757 divisaron tres velas, al acercarse se vieron los pabellones siendo tres jabeques argelinos, confiados en su superioridad comenzaron el combate, pero no pudieron resistir la fuerza del español, ya que abandonaron el lugar con los buques maltrechos y muchas pérdidas entre sus hombres.
En una de las arribadas a Cartagena se le ordena trasbordar al navío Soberano, que en misión de corso navegaba por el Mediterráneo. El día 10 de julio del año 1758 divisa y da alcance al navío argelino Castillo Nuevo, capitana de Argel y del porte de 60 cañones, con el que se mantiene un duro y pesado combate por su larga duración, además de estar en las costas norteafricanas lo que no era muy recomendable por poder recibir apoyo el enemigo, pero se logró echarlo a pique. Por su extraordinario comportamiento y recomendación de su comandante, se le asciende al grado de teniente de fragata.
En el año de 1759 se le dio la orden de embarcar en la fragata Juno, pero en el mismo año trasbordó al navío Soberano, que estaba incorporado a la escuadra del general don Juan José Navarro, zarpando con ella de Cádiz con rumbo a Nápoles, para embarcar al nuevo Rey don Carlos III y su Real Familia, siendo conducidos al puerto de la ciudad Condal donde desembarcaron, él permaneció en el navío hasta el día catorce de noviembre del mismo año, al arribar a Cartagena se le dio la orden de pasar por tierra a su Departamento de destino que era el de Cádiz.
Por Real Orden, el nuevo Rey quiso ser agradecido con todos los oficiales que habían ido en el viaje regio, por lo que con fecha del día trece de junio del año de 1760 fueron todos ascendidos un grado, así alcanzó el grado de teniente de navío.
Recibió la orden de embarcar en el navío Dragón, perteneciente a la escuadra del general don Carlos Reggio, con el que realizó un viaje de instrucción de la escuadra, al regresar a la bahía de Cádiz fue desembarcado, quedando destinado en los batallones de Infantería de Marina del Departamento.
Otra etapa de su vida
Permaneció en su destino, hasta recibir la orden de embarque en el año de 1762 en el navío Astuto, que pertenecía a la escuadra del general don Agustín Idiaquez, con la que zarpó varias veces de Cádiz en persecución de los británicos.
Estuvo embarcado en éste navío hasta el día trece de diciembre, en que por orden superior trasbordó al navío Terrible, con el que realizó varios cruceros en corso barajando las costas norteafricanas, en una de sus arribadas a la bahía se le ordenó trasbordar al Triunfante, que era el navío insignia del general don Blas de la Barreda.
El buque formó parte de la escuadra al mando del general don Juan José Navarro marqués de la Victoria, con la que a primeros del año de 1765 zarpó de la bahía de Cádiz con rumbo al Arsenal de Cartagena, para embarcar a la Infanta de España doña María Luisa con la misión de transportarla a Génova, pasando posteriormente al puerto de Liorna para embarcar a la Princesa de Parma, que venía a contraer nupcias con el Príncipe de Asturias, el futuro don Carlos IV.
Por sus demostrados méritos, por Real Orden con fecha del día trece de abril del año de 1766 se le otorga el mando del jabeque Catalán, que estaba incorporado a la división de don Francisco Hidalgo de Cisneros, comisionada al corso sobre las costas de la regencia de Argel, en las que obtuvo unos pequeños éxitos que aún confirmaron más su gran valía.
Por Real Orden del día 16 de mayo del año 1770 se le otorga el mando del jabeque Pilar del porte de 32 cañones, que pertenecía a la división del general don Antonio Barceló, destinado a cruzar sobre las aguas de la regencia de Argel, al cruzar por el puerto de la capital divisó a una barca que acababa de burlar el bloqueo, decidido a no dejarla perder y a pesar de ésta se refugió bajo el fuego de la fortaleza, penetró en el puerto despreciando a sus defensas, consiguiendo apresarla y sacarla a pesar del intenso fuego que le rodeaba.
Por recomendación de su general, recibió una Real Orden con fecha del día diecisiete de octubre del año de 1772, con el ascenso al grado de capitán de fragata.
En el año de 1774 se le otorgó el mando del jabeque Atrevido, pero junto a él una división de ellos, con la que participó en el sitio de Melilla, por el poco calado de sus buques le permitía acercarse a la playa, la cual batía constantemente con sus fuegos, siendo tan precisos que llegó a desmontar piezas de artillería enemigas, lo que hizo bajar el peligro de acercarse más, momento que aprovecho para penetrar y recuperar a dos buques españoles que habían apresado los argelinos.
Al mando del mismo buque, iba de aviso de la escuadra del general don Pedro Castejón, que daba protección a los mercantes que transportaban al ejército al mando de conde de O’Relly para la toma de Argel, el desembarco se llevó a efecto sin muchos problemas, pero la reacción sobre todo de la caballería mora obligó a reembarcar a los infantes, aquí fue donde volvió a demostrar su valor, consiguiendo reducir en no poco las pérdidas españolas en tan infausta ocasión.
Por Real Orden del día 17 de febrero de 1776, se le asciende al grado de capitán de fragata, entregándole el mando del navío San Dámaso, perteneciente a la escuadra del general marqués de Casa Tilly, zarpando de la bahía de Cádiz dando escolta al convoy que transportaba al ejército al mando del general Ceballos, con destino a tierras del Brasil, donde los portugueses habían tomado varias islas de los límites marcados de tierras pertenecientes a España.
Al arribar se desembarcó en la isla de Santa Catalina, que fue reconquistada, continuando a la colonia de Sacramento que también fue conquistada y en otras operaciones en zonas colindantes, obligando con ello a que los dos reinos firmaran la paz. Al terminar la misión de la expedición, su navío fue incorporado a la escuadra del general don Adrian Caudron de Cantín con la que arribó a la Península el día diecisiete de julio de 1778.
En el mes de junio del año de 1779 se declaró la guerra a la Gran Bretaña y se formó una escuadra al mando del general don Luis Córdova, siendo incorporado su navío a ella y se unió la francesa del mando del conde D’Orvillers compuesta de treinta y seis navíos, entregándole el mando de la combinada al general español, zarparon de la bahía de Cádiz doblando el cabo de San Vicente y poniendo proa al Norte, al llegar a la altura del cabo de Finisterre, se le unió la escuadra del Ferrol con varios navíos y fragatas, con lo que se consiguió reunir un escuadra compuesta por sesenta y ocho navíos en total, la cual prosiguió su rumbo al canal de la Mancha. Siendo quizás la mayor fuerza naval reunida a lo largo de todo el siglo XVIII.
La combinada reunía en total 2.636 cañones y 21.734 hombres, dominando la embocadura del canal de la Mancha, haciendo retirar a las fuerzas enemigas del almirante Hardy, que solo contaba con treinta y ocho de ellos, ante su inferioridad prefirió guarecerse en sus puertos y Arsenales.
Terminó la campaña sin grandes resultados positivos, sólo con la pequeña ventaja de haber apresado al navío británico Ardent, de 74 cañones, cuatro fragatas, seis bergantines y dos convoyes. Al finalizar esta demostración de fuerza las escuadras regresaron a Cádiz.
De aquí se le destinó al apostadero de Algeciras, donde permaneció hasta el año de 1780. Se puso enfermo don Francisco Vera Comandante en propiedad de una división de jabeques en el Departamento de Cartagena, siendo elegido por el mando para sustituirlo, paso al citado Arsenal a tomar el mando de la división, zarpando en varias ocasiones en misión de corso sobre las costas norteafricanas.
En el año de 1781 se le entregó el mando del navío Glorioso 2º, y formando una pequeña división junto a cuatro jabeques, dio escolta a las lanchas cañoneras y bombarderas destinadas al apostadero de Algeciras para participar en el sitio de Gibraltar.
Informado S. M. del detalle de Borja por el general en jefe de las fuerzas del bloqueo, lo consideró un gran detalle hacía su Real persona, por esa razón recibió una Real Orden del día diecinueve de junio del mismo año de 1781, por la que se le notificaba su ascenso al grado de brigadier.
Fue incorporado su navío a la escuadra del general don Luis de Córdova, que en unión de la francesa al mando del conde de Guisen, realizaron la segunda campaña del canal de la Mancha, en esta ocasión y por su demostrado valor, don Luis de Córdova le concedió el privilegio de ir como su matalote (1), pero al igual que la vez anterior no hubo triunfo que cantar, pues el canal estaba limpio de enemigos.
Arribaron primero al Arsenal de Brest, donde se separaron las escuadras, la española volvió a zarpar con rumbo a Cádiz donde arribó el día 23 de septiembre de 1781. Este mismo año se le otorgó el mando de una división de seis navíos con dos fragatas, zarpando en busca de la recalada de la escuadra y flota, que al mando de don Francisco Javier Morales había zarpado de la Habana con caudales, consiguiendo encontrase y darle protección hasta arribar a la bahía de Cádiz el 20 de octubre del mismo año.
En el mes de diciembre del mismo año, se le otorgó el mando de una división de cuatro navíos y dos fragatas, pasa llevar a buen término una comisión reservada a Tierra Firme, aprovechando el viaje dio escolta a un convoy formado por cinco buques de S. M. con tropas para reforzar aquel virreinato (Nueva Granada), más siete mercantes cargados con azogues y mercancías privados.
Arribó a Guarico después de treinta y siete días de navegación, protegió a los buques con azogues y mercancías hasta el Canal viejo, quedando su división cruzando las aguas de la isla de Santo Domingo, zarpó un convoy de buques franceses de San Nicolás y los protegió hasta Guarico, pasando a unirse a la escuadra del general don José Solano en aguas de Monte Cristi pasando la escuadra al completo a Guarico.
De este puerto zarpó en varias ocasiones por ver si encontraban a los franceses que al mando del conde de Grases había mantenido el combate contra el británico Rodney y por desgracia perdido, pero no pudieron prestar su ayuda ya que a nadie encontraron.
La escuadra zarpó y arribó a la Habana, al llegar a este apostadero se le entregó una Real Orden con fecha del día veintiuno de diciembre del año de 1782, por la que se le ascendía al grado de jefe de escuadra.
No cambió de navío y así el Glorioso 2º pasó a enarbolar la insignia del nuevo general, de la Habana zarpó el día seis de enero del año de 1783 con la su escuadra compuesta de nueve navíos y dos fragatas, con rumbo a Guarico, en el trayecto se acercó a San Juan de Puerto Rico, viendo que habían buques se acercaron, siendo unos mercantes franceses con caudales refugiados allí por la presencia en esas aguas de dos escuadras numerosas de buques británicos y al mismo tiempo en protección de ellos estaba también fondeado el navío español San Juan.
Dio orden de levar anclas y zarpar, consiguiendo, siendo ya conocedor de la presencia enemiga el dejarlos a todos a salvo en Guarico. Al saber de la firma de la Paz, pasó a embarcar en sus navíos al ejército del general Galvez, transportándolos al apostadero de La Habana.
Por Real Orden del día 1 de junio de 1783, se le nombra Comandante General de la escuadra y apostadero de la Habana. Dedicándose casi por completo a mejorar el astillero para poder construir y repara buques.
Sucedió que el día 8 de marzo de 1784, se desató un fuerte huracán el cual lanzo sobre el navío Santo Domingo que se encontraba dado a la banda por estar en carena y la mitad de su costado desnudo de sus tablones, seis embarcaciones que como caídas del cielo fueron a caer sobre la arboladura provocando grandes destrozos, pero el peligro estaba que al soportar un peso no calculado haciendo presión podía el navío lo pudiera dejar mocho por completo, por su rápida decisión se consiguió desembarazar al navío de ese peso en lugar tan peligroso para la estructura del buque, siendo así salvado de perderse.
Igual pasó con la fragata Héroe que se fue al fondo, pero con la ayuda de la machina y un perfecto trabajo de los buzos, se consiguió también reflotarla y ponerla en servicio, recibiendo al poco tiempo las gracias Reales por sus grandes conocimientos en la construcción y el valor demostrado por la rapidez en actuar que salvó al navío, a pesar de no haber acabado el huracán y jugarse la vida todos los que en ello intervinieron.
Fue ascendido al grado de teniente general y en el mes de marzo del año de 1790 se le otorga el mando de la escuadra de evoluciones, en la que arbolaba su insignia en el navío Europa, estando formada por tres navíos, seis fragatas y tres bergantines.
En enero de 1791, quedó desarmada la gran escuadra del mando del marqués del Socorro permaneciendo sólo doce buques entre navíos y fragatas, quedando al mando del general Borja. Pero en el siguiente mes de febrero se firmó la paz, así que el Gobierno decidió desarmar toda la escuadra, quedando desembarcado el general con la orden de pasar a la Corte, para posteriormente reincorporarse al arsenal de Cartagena.
Al romperse las hostilidades con la República Francesa en abril de 1793, se reactivo la escuadra del Arsenal de Cartagena y se le entregó el mando de ella compuesta por veinticuatro navíos y nueve fragatas, zarpando en el mes de febrero para reconquistar las isla de San Pedro y San Antioco, que pertenecían al reino de Cerdeña habiendo sido conquistadas por los republicanos franceses.
Puso rumbo al golfo de Parma en la isla de Cerdeña, ya que no tenía noticias de como estaba la situación en la isla de San Pedro. Pero en su rumbo se encontró con la fragata Elene del porte de 34 cañones francesa, la cual fue apresada pasando a incorporarse a la escuadra española con el nombre de Sirena, al arribar al golfo ya de noche cerrada era complicado entrar por la falta de señales, pero con la práctica consiguieron hacerlo todos y en su interior lanzaron las anclas.
Nada más fondear dio la orden de desembarcar al ejército, el cual se unió a las tropas que aún resistían de los corsos, con la intención de unidos tomar la isla de San Antioco, pero no hizo falta disparar un solo tiro, pues vista la escuadra por los republicanos la habían abandonado pasando a la de San Pedro.
Comprobado el éxito inicial, dio orden de reembarcar a las tropas y al día siguiente zarpó con rumbo a la isla de San Pedro, estaba dispuesto a tomarla aunque fuera a fuerza viva a pesar de no disponer de artillería de sitio para el ejército. Penetró en el puerto con quince de sus navíos, dejando al resto cruzando para proteger un posible ataque enemigo, envió un bote con el ofrecimiento de una rendición al Jefe de las tropas francesas, al mismo tiempo con otro se acercaron a la fragata Richmond con el mismo ofrecimiento, pero el comandante viendo que no tenía salida ordenó prenderle fuego y al estar atracada sus tripulación saltó a tierra fácilmente.
El comandante del ejército francés no quiso hacer caso del ofrecimiento, por lo que comenzó un fuerte bombardeo por parte de los navíos, que sumado al desembarco de las guarniciones de los propios buques de los batallones de Infantería de Marina, al poco de comenzar izaron bandera blanca. Así se consiguió rendir el mayor peligro que era el fuerte que defendía la entrada, el cual disponía de cuarenta cañones, ochocientos hombres y gran cantidad de pertrechos de guerra, que cayeron en manos españolas.
En total se consiguió un botín de 104 piezas de artillería de todos los calibres, más cinco morteros, gran cantidad de pertrechos de guerra, así como víveres y mil doscientos veinticinco soldados del ejército republicano. Todo ello y enarbolando la bandera del rey don Carlos IV quedó en su poder durante veinticuatro horas, al pasar este tiempo arribaron los representantes del Rey de Cerdeña y se les entregó todo, diciéndoles, que como no eran un territorio español se las entregaba al Rey verdadero de esas islas. Lo cual le fue reconocido tanto por S. M. don Carlos IV como por el Rey Víctor Amadeo de Cerdeña.
Al terminar esta parte de la campaña, puso rumbo a la ciudad de Barcelona donde desembarcó a los prisioneros franceses, zarpando casi inmediatamente con rumbo al Arsenal de Tolón y costas de la Provenza, ya que su misión desde un principio era la de acosar desde el mar a los ejércitos revolucionarios, lo que cumplió cumplidamente, ya que los enemigos no hicieron mención de zarpar a presentarle combate, quedando encerrados en su propia base.
Visto esto, puso rumbo a Génova y posteriormente a Córcega, pasando a prestar su apoyo de fuego al avance de los ejércitos napolitanos y piamonteses, que avanzaban por las riberas del Var lo que facilitaba su progresión, llegando a tanto la influencia que se comenzó a levantar una contra revolución para devolver la monarquía a Francia sobre todo en las poblaciones de Marsella y Tolón. Pero todo se vino abajo al declararse una epidemia a bordo, por el largo tiempo que llevaban ya sin tocar tierra y al comenzar a faltar los alimentos provocó la explosión de la enfermedad, lo que le obligó a abandonar el apoyo y poner rápidamente rumbo al Arsenal de Cartagena, donde al arribar se tuvo que desembarcar a más de tres mil tripulantes todos en parihuelas.
Por esta demostración de hidalguía propia de un ejemplar general, el Rey don Carlos IV en agradecimiento a sus anteriores servicios le entregó la llave de Gentil hombre de cámara de S. M. y lo cruzó caballero de la Real y Militar Orden de Calatrava con la encomienda de Fuente del Emperador.
Se repusieron las tripulaciones necesarias, para zarpar con rumbo a la bahía de Cádiz con parte de la escuadra, a su arribada se le notificó que debía de arribar al Ferrol, por lo que zarpó de Cádiz con rumbo al Departamento citado, donde permaneció cruzando las aguas de las costas gallegas y cantábricas, hasta que tuvo que regresar a Ferrol a reponer víveres y aguada, al hacerlo con fecha del día diez de noviembre del año de 1794 se le ordenó desembarcar y por tierra desplazarse al Arsenal de Cartagena.
En el año de 1797 se hizo cargo interinamente de la comandancia del Departamento naval de Cartagena y en el de 1798 se le entregó en propiedad, siendo nombrado capitán general del mismo y por lo tanto jefe militar y político de Cartagena.
Por su gran labor al frente de la Comandancia y por motivo del casamiento del Príncipe de Asturias don Fernando con la Princesa de las Dos Sicilias, en el año de 1802 S. M. don Carlos IV le entregó la Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III.
Y en el año de 1805, fue elevado a la máxima dignidad de la Real Armada con el título de Capitán General de ella, pero conservando la Comandancia del Departamento de Cartagena.
Se encontraba en el Arsenal cuando se produjo el grito de levantamiento contra el invasor napoleónico, siendo Cartagena el primer Departamento Marítimo donde se dio, la población alterada y armada aunque solo fuera con un bastón, deambulaban dando el grito de —¡Libertad!—, así pasaron los primeros días.
El 22 de mayo de 1808, se hizo público sin saber ninguno de los responsables cómo, que el general don José Justo Salcedo iba a zarpar con rumbo a Mahón, para tomar el mando de la escuadra que allí había llevado el general don Cayetano Valdés, aduciendo en su momento circunstancias adversas a sus propósitos, pero incumpliendo la orden del Gobierno de conducirla a Tolón y que ahora Salcedo iba a cumplir con esa orden.
Este mismo día llegó la noticia de las renuncias Reales firmadas en Bayona ante el Emperador de los franceses, lo que aún aumentó el desconcierto y el odio hacia los invasores, pensando que el Rey estaba preso de Napoleón, a las que se unían otras noticias que no daban muchas esperanzas a los ciudadanos, por no entender muy bien que es lo que en realidad estaba pasando en toda España. A tanto llegó la irá del pueblo, que el cónsul francés en la ciudad tuvo que buscar refugio en un buque con bandera danesa, para que el pueblo no lo linchara.
Hubo otro movimiento, que en nuestra opinión fue la causa del desenlace final. Se presentó en el despacho del capitán general Francisco de Borja, el teniente general Baltasar Hidalgo de Cisneros, quien le depuso de su mando obligándole a salir del Arsenal, por lo que don Francisco buscó refugio en el convento de San Francisco.
Se constituyó una Junta de Gobierno, en la que entre otros estaba el entonces brigadier de la Armada don Gabriel Ciscar, que se encontraba destinado como capitán y Director de la Compañía de Guardiamarinas del Departamento de Cartagena, siendo elegido por ésta como Gobernador Militar de la plaza el coronel del regimiento de Valencia, el marqués de Camarena.
Don Francisco conocedor del ser humano por sus largos años en contacto directo con él y en situaciones extremas, donde de verdad sale lo bueno y lo malo del interior de cada uno, decidió dejar pasar unos días para que la población se calmara, además él era hijo de la ciudad y prácticamente toda su carrera naval-militar había transcurrido muy pegado a ella, por lo que aún conocía mejor a sus conciudadanos, lo que le había granjeado una alta consideración en todo el pueblo de Cartagena.
Viendo que las cosas se iban tranquilizando como él esperaba, una noche fue acompañado por varios frailes franciscanos que le ayudaron a llegar a su casa, donde se quedó a esperar más acontecimientos. A los pocos días, el 10 de junio, llegaron noticias del avance y entrada de los napoleónicos en la ciudad de Valencia, con las venganzas y atrocidades propias de una guerra de invasión. Esta noticia y lo cerca que ya se encontraban las avanzadas del ejército francés volvió a activar al pueblo y alguien en medio del tumulto (esto es lo incomprensible) aprovechó a voz en grito acusando de afrancesado a don Francisco y que debía ser llevado a la horca.
Muerte
La gente con ganas enormes de venganza se dirigió a la Maestranza, donde obtuvieron de sobra herramientas de todo tipo para ser utilizadas como armas, a lo que se unieron muchos trabajadores de la misma aumentando considerablemente el número de los guiados por la ceguera del momento y el poco razonar de las multitudes, que sólo obedecen una consigna se tenga o no razón en ella, quedando esto postergado por la ira del instante, salieron de la Maestranza y con gritos de ¡muerte!, ¡muerte! se encaminaron hacía su casa.
De esta forma y totalmente fuera de sí se presentaron ante la puerta de su domicilio, pero en ella había una guardia de Granaderos de la Infantería de Marina, quienes inmediatamente cogieron sus armas y los que estaban dentro salieron a reforzar a los que se encontraban fuera en la puerta; pero hete aquí la sorpresa, no cogieron las armas para defender al octogenario general como era su obligación, sino que formaron y abandonaron su puesto. (Quien podría haberse imaginado tal actitud y por quien estaba ordenada, ya que pensar que actuaron por iniciativa propia era condenarse a ser pasados por las armas irremediablemente).
Esta actitud de la guardia, no cabe decir que aumentó la confianza del pueblo, ya que era lógico pensar que incluso en el cuerpo alguien lo tenía como a tal traidor y afrancesado. Esto produjo una entrada masiva de los guiados por el odio sin ningún control. Avisado el general de ello, quiso buscar una salida y esta era una puerta falsa que daba acceso a la casa contigua que era de propiedad de un sastre italiano, pero sus ochenta y dos años le impidieron conseguirlo, por lo que cayó en manos de los asaltantes.
Fue sacado de su casa con malos tratos y con la intención de llevarlo a la plaza del propio Arsenal donde estaba colocada una horca para hacer las justicias de la época. A los gritos de ¡traidor! y ¡muera! él a pesar de sus años y sus condiciones físicas, con total entereza les devolvía el grito de: ¡traidor, no!
En esta situación alcanzaron la puerta del Arsenal que daba acceso a la plaza, pero el jefe de escuadra don Nicolás de Estrada que estaba al mando de ella ordenó cerrarla, quedando él sólo fuera de la protección de los suyos e increpando el proceder de la multitud, acción que le pudo costar la vida, pero como todos estaban por quitársela a don Francisco no le hicieron ni caso.
Viendo que no podían cumplir su objetivo, uno de los que acaudillaban el tumulto le propinó un fuerte golpe en la cabeza y otro mas cercano, lo apuñaló con tanta rabia que lo atravesó produciéndole la muerte, al verlo ya tendido y sin vida no cejaron de propinarle patadas con todo tipo de golpes, arrastrándolo por varias calles de la ciudad por lo que parte de sus miembros se fueron quedando por el camino.
Solo la actitud resuelta del Viático de la catedral, que se les puso delante consiguió aplacar el odio de la muchedumbre, los cuales se fueron separando y diseminando abandonando el cadáver del general, lo que permitió a unos buenos hombres por indicación del sacerdote que fuera recogido su mutilado cuerpo y llevado a la misma catedral, donde pasado un día se le dio sepultura.
El propio Pavía en su obra hace una acusación, que viniendo de otro general de Marina, deja muy claro que algo turbio hubo en este suceso y no ha sido aclarado por los historiadores; dice:
« ¡Baldón perpetuo para las autoridades de Cartagena, que debieron perecer antes de consentir se cometiese semejante barbarie! »
Y añadimos: Fue asesinado por la incomprensión de todo un pueblo y ciudad, ante la inaptitud y negligencia de todos sus compañeros, y en este caso concreto subordinados, el día diez de junio del año de 1808.
Como se puede comprobar a lo largo de estas últimas líneas, parece que en realidad había un sórdido complot contra su persona, bien por envidias, bien por cualquier razón, ya que aprovechando una guerra, no hace falta tener muchas razones, incluso ninguna para matar.
En cambio se quedan muchas preguntas sin respuesta. En el momento crítico del suceso: ¿donde estaba el Gobernador militar de la plaza y su regimiento de infantería?, ¿donde estaba el teniente general Baltasar Hidalgo de Cisneros, que le había robado el mando del Departamento?, ya que no era solo un teniente general al mando, era todo un capitán general y había incurrido en insubordinación. La actitud del jefe de escuadra don Nicolás de Estrada es muy de apreciar, ¿pero porque en vez de salir él sólo no lo hizo con la guardia al completo y paró de un plumazo a la múltiple bestia encolerizada? y sobre todo, ¿de quien recibió la orden de actuar como lo hizo la propia guardia de la casa del capitán general?, ¿quien estaba por detrás manejando los hilos?, para finalizar preguntándonos, ¿donde estaba el Vicario? ya que demostró tener una gran fuerza moral para detener a la masa, pero no estaba tampoco en el momento crucial de evitar una muerte que a nadie beneficiaba. ¿Oh sí?
Es curioso, que en el mismo lugar ciento veintiocho años después se cometiera un acto igual pero múltiple, que arrasó casi por completo a todos los marinos del Cuerpo General de la Armada, que de haber sucedido seis años más tarde, sus infractores hubieran podido ser juzgados por Crímenes de Guerra. La constante tendencia de la Historia a repetirse por su desconocimiento.
La Historia no deja de asombrar, cuando más penetras en ella más dudas tienes, ya que nada que sea Historia personalmente uno no puede contrastarlo y se tiene que basar en libros, que pueden estar más o menos “manipulados”, lo que nos hace cometer errores en cadena. Pero al mismo tiempo, al analizar ciertas consecuencias se encuentra uno con repeticiones que está claro no son coincidencias, hay un sustrato de ellas que las hace coincidir e irremediablemente para facilitar el mal nunca el bien.
Solo desear, que con más tiempo y conocimientos de los que modestamente poseemos, algún día alguien con más mérito pueda sacar a la luz lo que tan oculto está. Será indiscutiblemente una gran aportación a la Historia Naval de España y sus hombres.
Fuentes
- Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. por el Contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.
- Fernández Duro, Cesáreo.: La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid, 1973.
- González de Canales, Fernando. Catálogo de Pinturas del Museo Naval. Ministerio de Defensa. Madrid, 2000.
- Paula Pavía, Francisco de.: Galería Biográfica de los Generales de Marina. Imprenta J. López. Madrid 1873.
- Válgoma, Dalmiro de la. y Finestrat, Barón de.: Real Compañía de Guardia Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes. Instituto Histórico de Marina. Madrid, 1944 a 1956. 7 Tomos.